Concluyó el Sínodo del Amazonía, con la presentación del documento final, la clausura del papa y la santa misa. Ahora queda esperar a que Francisco, si lo desea, publique una Exhortación Apostólica Post-sinodal, haciendo suyas algunas o todas las propuestas del Sínodo, que finalmente es un órgano consultivo del Santo Padre, caracterizado por su espíritu colegial y eclesial. Hasta ese momento, lo que eventualmente se publique será, propiamente hablando, magisterio ordinario de la Iglesia.
El Sínodo generó gran polémica: por lo que se dijo, por lo que se hizo, por lo que se aprobó. Sin ánimo de tomar postura en los extremos de la discusión, a los fieles católicos no nos queda sino apiñarnos en torno al papa, darle el voto de confianza y, más que a él, al Espíritu Santo que guía y asiste a su Iglesia en medio de las borrascas de la historia. Para ello, en vez de observar lo que pudieran parecernos “deficiencias del Sínodo”, quizá podamos poner el acento en aquello que constituye una rica aportación a la vida de la Iglesia y de la sociedad en general. Para ello, se ofrecen cinco claves que permiten sacar abundante fruto de los trabajos sinodales, esquivando polémicas que no nos tocan, nos enfrentan y dividen, esterilizando el testimonio que estamos llamados a dar en el mundo “para que el mundo crea”.
1. Redescubrir la Teología de la Creación: Dios ha puesto al hombre como administrador del mundo, no como un déspota inconsciente, abusivo y explotador, por ello tiene la responsabilidad, dada por el mismo Creador, de preservarlo para las futuras generaciones. El Sínodo nos recuerda nuestro llamado a valorarlo y no destruirlo, inscrito desde el Génesis, primer libro de la Biblia. Este “cuidado” constituye un punto clave de convergencia con el pensamiento contemporáneo y con los ideales de los jóvenes, útil como puente para evangelizar.
2. Valorar las diferencias culturales: Recordar que el cristianismo tiene múltiples rostros, de forma que el mensaje de Jesús no solo puede, sino que debe encarnarse en diferentes culturas, cada una de ellas con elementos valiosos que enriquecen el conjunto del mosaico cristiano. No hay una única cultura, o cultura oficial cristiana. El cristianismo está llamado a encarnarse en todas y cada una, también en la de los pueblos amazónicos.
3. Volver a mostrar la alegría de anunciar a Jesús en medio de pueblos que todavía no lo conocen. ¡Qué bello dedicar la vida a anunciar a Jesucristo en un lugar tan hermoso como el Amazonas! Redescubrir la maravilla de poder ser colaboradores de Dios al esparcir la semilla evangélica y mostrar a Jesús a quienes todavía no lo conocen. No dudemos del atractivo de Jesucristo que, por decirlo de algún modo, se vende a sí mismo, sobre a todo a aquellos pueblos sin prejuicios y profundamente religiosos, como son los amazónicos. Tampoco olvidemos lo que es doctrina común de la Iglesia: evangelizadores somos todos, todos participamos de la misión salvífica de Jesús, resulta muy cómodo dejar la responsabilidad exclusivamente a sacerdotes y religiosos; también la tienen, pero la comparten con todos los bautizados.
4. No olvidar que el anuncio evangélico promueve la salvación, pero la salvación integral, de todos los hombres y de todo el hombre: cuerpo y alma. Por eso, anunciar el evangelio supone también comprometerse con el desarrollo, el progreso y la mejora de la vida de las personas, particularmente de las más marginadas, como las amazónicas. La Iglesia ejerce su misión profética, es decir, hablar en nombre de Dios, también cuando alza la voz clamando justicia, haciendo oír el grito de aquellos que no pueden ser oídos, que son ignorados, que la cultura del descarte voluntariamente no ve. Anunciar el evangelio, en consecuencia, requiere comprometernos con el desarrollo de los más desfavorecidos. Para despertar el “hambre de Dios” primero hay que satisfacer el hambre de pan.
5. Discernir cuáles elementos de la cultura amazónica se compaginan con el cristianismo, distinguiéndolos de los nocivos para el hombre. No se trata de idealizar a los indígenas, de revivir el mito del “buen salvaje”. Como con toda cultura, el cristianismo debe hacer una síntesis, que ayude a resaltar sus elementos positivos y los promueva, mientras realiza una criba de aquellos elementos menos sanos. La miseria, la marginación, la superstición y la ignorancia no son “evangélicas”. Esos pueblos deben tener acceso a la educación y los servicios de salud. Deben erradicarse también costumbres inhumanas, como el asesinato de los niños que nacen con malformaciones, frecuente en algunas tribus, al no contar con la forma de sacarlos adelante. Y como esa aberración, muchas otras que la evangelización debe contribuir a erradicar.
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