1) Para sable
El escritor Quinto Curcio cuenta que cuando Alejandro Magno conquistó la ciudad de Sidón, le aconsejaron que nombrara como rey a un hombre virtuoso: Abdolomino, quien no obstante descender de estirpe real, vivía en la miseria, trabajando con sus manos un jardín para comer. Cuando se lo presentaron, Alejandro le preguntó cómo había sabido vivir en tanta pobreza. Abdolomino respondió: “No deseando nada de cuanto me ha faltado. De nada he necesitado mientras nada he poseído”. Admiró tanto al emperador su respuesta que le otorgó muchos de los bienes conquistados a los persas.
Siguiendo con su catequesis sobre las Bienaventuranzas de Jesús, el papa Francisco abordó la primera: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3). Pero, ¿qué significa ser pobre de espíritu? Si sólo dijera “pobres” significaría simplemente el aspecto económico. Pero al añadirle “de espíritu”, se refiere a nuestra dimensión más íntima, la espiritual, al núcleo profundo de nuestro ser. Entonces los “pobres de espíritu” son aquellos que son y se sienten pobres en lo más profundo de su ser. Hoy en día, dice el papa, hay quienes no quieren reconocer esa fragilidad del hombre, pero es saludable aceptar nuestros límites.
2) Para pensar
Un arzobispo africano pasó años en la cárcel injustamente. Sin embargo, contaba que gracias a ese tiempo comprendió bien lo que el autor ruso Solzjenintsyn, también preso injustamente, llamaba una “bienaventurada prisión”. La cárcel le ayudó a desprenderse, purificarse y esperarlo todo de Dios: “Lo único que cuenta es el amor de Dios; y en las circunstancias ordinarias lo olvidamos con tanta frecuencia. Pero cuando no tenemos nada, nada, nos queda Dios; y entonces uno es verdaderamente rico. La prisión me brindó la gracia de alejar de mí todo lo que era superfluo”.
El dinero y las riquezas de este mundo se van, pero los viejos, dice el papa, “nos enseñaban que el sudario no tenía bolsillos. Yo nunca he visto detrás de una procesión fúnebre un camión de mudanza: nadie se lleva nada”.
3) Para vivir
En ocasiones la sociedad empuja a pensar que estamos obligados a ser personas famosas e importantes, en una competencia que produce una preocupación obsesiva por sobresalir. Entonces nace un miedo a la pobreza y se la considera como al mayor enemigo que impide ser importantes. Pero vivir tratando de ocultar los propios defectos es agotador, angustiante y lleva a la soledad e infelicidad.
El ser humano es vulnerable y hay que saber pedir ayuda o perdón, sobre todo a Dios. Sólo las personas orgullosas no piden ayuda ni perdón, porque quieren mostrarse autosuficientes. No son pobres de espíritu.
Así como hay una pobreza que hay que aceptar, la de nuestros límites, hay otra que debemos buscar, la de las cosas de este mundo, para ser libres y poder amar. Siempre debemos buscar la libertad de corazón, dice el papa, pues la libertad está enraizada en la pobreza de nosotros mismos. En esto reside la verdadera libertad. Quien tiene este poder de la humildad, del servicio, de la hermandad, ¡es libre! Al servicio de esta libertad está la pobreza alabada por las Bienaventuranzas.
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