Entre las medidas para reducir el impacto de la pandemia del coronavirus COVID 19, está la tomada por la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM) para reducir el número de ceremonias públicas, por ejemplo, las misas dominicales, bodas y bautizos y otros sacramentos y ceremonias con asistencia multitudinaria. Medidas que vienen a continuación de las solicitadas hace algunas semanas de evitar darse la mano y abrazos en el rito de la paz de los domingos, así como darles la comunión en la mano a quienes así lo soliciten.
Medidas que han causado alguna molestia en ciertos sectores de la feligresía. Pero el tema de esta columna no ese. Si la emergencia se prolonga y dura más de las cuatro semanas que se han propuesto, por ejemplo, para la suspensión de las escuelas, la situación de los párrocos y presbíteros, así como del clero en general, puede volverse crítica.
Tal vez no todos tenemos claro que el sustento del clero, sobre todo del clero diocesano, depende de las colectas que se hacen en las misas y el estipendio que se recibe por oficiar sacramentos, sepelios, bodas, quince años y otras actividades similares. Si se suspenden o se limitan estas actividades, nuestro clero no tiene otra manera de obtener ingresos para sostenerse.
Desgraciadamente, no se ve que este sea tema de comentario y análisis. Sí, tal vez el grupo de seglares más cercano al párroco está consciente de esta situación. Pero la feligresía, de por sí escasa en este país, donde el 30 por ciento de los bautizados asisten a misa dominical, no ha expresado preocupación por este tema. Tal parece que estamos confiados en que Dios proveerá a estos sacerdotes. La verdad es que debíamos de ser nosotros, los bautizados, quien fuera el canal para que ese apoyo llegue a los presbíteros.
Aquellos de nosotros que vamos a misa dominical, hacemos una contribución en la colecta que ocurre en la misa. Al no existir las misas dominicales, este apoyo al sostenimiento de los sacerdotes dejará de existir. De una manera u otra, todos los asistentes a estas misas ya habíamos destinado alguna cantidad para la colecta. Tal vez la tenemos planeada, o tal vez le destinamos una parte del dinero que llevamos disponible en ese momento. Claramente, no estamos pagando un servicio. Si así fuera, los creyentes católicos tendríamos muy claro que lo que recibimos en la misa, el sacramento de la eucaristía, tiene un valor tan alto que no habría dinero suficiente para pagarlo. No, no estamos pagando por un servicio. Estamos contribuyendo a sostener a quienes están orando por nosotros, ofreciendo el sacrificio de la misa con los católicos, asistentes o no a la misa y por todos los seres humanos. Estamos ayudando a que la Iglesia cumpla su misión.
Con esta suspensión de culto público, estos sacerdotes seguirán ofreciendo diariamente sus oraciones, el sacrificio de la misa, la ministración de sacramentos a los enfermos que no pueden asistir al templo y otros servicios más. Ese es su servicio, y de ese servicio nos beneficiamos todos: católicos y no católicos.
Deberíamos hacernos responsables de esta situación. No tiene que ser una cantidad mayor a la que dábamos en las colectas dominicales, pero al menos deberíamos estar aportando la misma cantidad, como si no se hubiera suspendido el culto público. Tal vez no sea fácil, tal vez no se ha diseñado todavía en modo de recolectar este dinero, pero eso no es un problema mayor: hoy en día hay muchos modos de hacer aportaciones con medios electrónicos. Todo es cuestión de organizarse. Pero hay otras cosas. Por ejemplo, invitar a nuestro párroco a un desayuno o comida familiar. Nada extraordinario: siguiendo el mexicanísimo dicho: “le echamos agua los frijoles para que nos alcancen para todos”. O, tal vez, comprar algunos comestibles o productos de uso común cuando vamos al supermercado y llevárselos a nuestro párroco. Y, de pasada, darle un poco de cariño a estos sacerdotes que, debido esta suspensión parcial del culto, se sentirán más solos que de costumbre.
De nuestros sacerdotes recibimos muchos bienes. Ahora es el momento de devolverles un poco de lo mucho que nos han dado y, sobre todo, hacernos responsables por ellos.
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