Santa Catalina de Siena es doctora de la Iglesia –una de los 36 santos reconocidos por su eminente doctrina como maestros de la fe– y copatrona de Europa. Es increíble como esta santa del siglo XIV goza de tremenda actualidad. Una de las notas que la caracterizan es su amor a la Iglesia y a su patria, amor que le llevó a trabajar y orar incesantemente para pedir la unidad y la paz de ambas. Su oración se caracterizó además por interceder ante Dios para salvar a los fieles. Sirvan como ejemplo estos extractos de su obra fundamental, El Diálogo donde recoge un coloquio místico con Dios Padre.
“Señor mío, vuelve los ojos de la misericordia hacia tu pueblo y hacia el cuerpo místico de la santa Iglesia, pues serás más glorificado si perdonas a tantas criaturas y les das la luz del conocimiento; y no lo hagas sólo conmigo, miserable… Ellas te tributarán alabanzas al ver que por tu infinita bondad se levantan de las tinieblas del pecado mortal y de la eterna condenación. Por eso, te ruego, caridad eterna, que… hagas misericordia al pueblo; no me apartaré de tu presencia hasta que vea yo que haces misericordia. ¿Qué me aprovecharía que viese que yo tenía vida eterna y tu pueblo la muerte, y que, principalmente por mis defectos y los de otras criaturas, vinieran las tinieblas a tu Esposa, la Iglesia, que es luz? Quiero, pues, y te pido como gracia que tengas misericordia de tu pueblo por la increada caridad que te movió a crear al hombre a tu imagen y semejanza”.
La oración de la santa es escuchada, y en ello podemos ver un motivo de esperanza, pues si bien la reforma de la Iglesia que ella pidió, podemos suponer que fue la realizada por el Concilio de Trento, en el siglo XVI –tardó un poco en llegar, a decir verdad–, también podemos suponer que no se ha empequeñecido la mano del Señor y tras este momento de evidente crisis en la Iglesia, vendrá la luz. Aquí la respuesta de Dios Padre: “cuanto más abunden ahora las tribulaciones en el cuerpo místico de la santa Iglesia, tanto más abundará en ella la dulzura y el consuelo. La dulzura consistirá en esto: en la reforma de los santos y buenos pastores… que dan gloria y alaban mi nombre ofreciéndome los perfumes de la virtud fundada en la verdad… Por eso, dentro de la amargura, alegraos tú… y los demás servidores míos, pues yo, Verdad eterna, he prometido daros alivio; después de la amargura y de muchos sufrimientos, os daré consuelo en la reforma de la Iglesia”.
Una de las causas, que motivadas por la pandemia del COVID, ha catalizado los procesos de división y enfrentamiento en el seno de la Iglesia, han sido las políticas pastorales de los obispos, que han privado de los sacramentos a la mayoría de los fieles. En este sentido, son consoladoras las palabras que Dios Padre le dirige a la santa, recogidas también en El Diálogo: “Yo conocía la debilidad y fragilidad del hombre, que le lleva a ofenderme… Por esto fue necesario que la divina Caridad proveyese a dejarles un bautismo continuo de la Sangre. Este bautismo se recibe con la contrición del corazón y con la santa confesión, hecha, cuando tienen posibilidad de ello, a los pies de mis ministros, que tienen la llave de la Sangre. Si la confesión es imposible, basta la contrición del corazón. Entonces es la mano de mi clemencia la que os da el fruto de esta Preciosa Sangre. Mas, pudiendo confesaros, quiero que lo hagáis. Quien pudiendo no la recibe, se ha privado del precio de la Sangre. Es cierto que, en el último momento, si el alma la desea y no la puede haber, también la recibirá; pero no haya nadie tan loco que con esta esperanza aguarde a la hora de la muerte para arreglar su vida”.
Estas palabras, reveladas místicamente por Dios a la santa, cobran el día de hoy una gran actualidad. No las dejemos caer en saco roto. Por el contrario, aprendamos de su carisma fundamental: ella fue artífice de unidad, apasionada por la salvación de las almas, devota del papado, a quien, si bien tenía la audacia de decirle lo que Dios le encargaba –que dejara Aviñón y volviera a Roma–, respetaba con ojos de fe, hasta el punto de llamar al papa “el dulce Cristo en la Tierra” (cuando no eran, la verdad, particularmente ejemplares los papas de esa época). Un grandísimo celo por la salvación de las almas, una incansable actividad de misericordia y servicio, una petición constante por la paz y la unidad de la Iglesia y de su pueblo, son las notas que caracterizan a santa Catalina y le confieren acuciante actualidad a su mensaje.
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