Este 18 de mayo se cumplen 100 años del nacimiento de san Juan Pablo II, un papa muy amado, que dejó una marcada impronta en la Iglesia y la humanidad. Hombre emblemático del siglo XX, tuvo que hacer frente, en primera persona, a los regímenes totalitarios nazi y comunista, siendo pieza clave en el acta de defunción de este último. El hombre que condujo a la Iglesia a una nueva época en el diálogo con judíos, cristianos de diferentes confesiones, las religiones, la ciencia, la cultura y la modernidad. Un hombre que defendió la riquísima tradición espiritual del catolicismo y lo afianzó firme en sus cimientos morales, frente a la tentación de mimetizarlo con los criterios de una sociedad consumista y hedonista. Un hombre que recibió a una Iglesia desgastada por la crisis postconciliar, la condujo a cruzar con esperanza el umbral del nuevo milenio y la dejó con la crisis de la pedofilia clerical.
Quizá el plebiscito más elocuente sobre la relevancia de su vida lo constituya su funeral, al que asistieron 127 jefes de estado y el río de gente previo –se calculan 4 millones de personas–, que durante varios días hizo colas de horas para pasar siquiera unos instantes frente a sus restos mortales. La gente lo quería “santo por aclamación”. Tal fue el espectáculo visto por el mundo, que hizo exclamar a su sucesor, en la misa de inicio de pontificado: “la Iglesia está viva y es joven”.
En América Latina en general y en México en particular dejo una huella imborrable. Con cinco visitas es, después de Polonia, Francia y Estados Unidos, donde más estuvo. Sin embargo, todo hay que decirlo, tristemente su memoria se empañó, por lo menos cara a los medios de comunicación y a la opinión pública de matriz secularista, debido a los escándalos de pederastia clerical. Para un sector consistente de la prensa y de la opinión pública, resulta por lo menos sospechoso de haber encubierto a Marcial Maciel, quien hacía alarde de su cercanía con el pontífice.
Para los católicos y un grupo importante de la población, es válida y coherente la explicación que ofrece quien lo conoció bien y trató con cercanía durante muchos años, Valentina Alazraki. El papa mientras fue obispo en Polonia estaba acostumbrado a escuchar calumnias sobre sus sacerdotes, orquestadas por las autoridades comunistas, con el deseo de difamar y desprestigiar a la Iglesia. El papa Wojtyla consideró que las acusaciones contra Maciel iban en esa línea. No fue el único; tuve la suerte de vivir en Roma de 1996 a 2002, y a todos los que ahí vivíamos nos parecían acusaciones falsas, motivadas por la envidia, pues la fundación del pederasta tenía en esos años un éxito deslumbrante: nadie ordenaba tantos sacerdotes como ellos en la Iglesia. Cuando al papa polaco le estallaron los escándalos sobre abusos sexuales de menores en Estados Unidos, a pesar de estar ya muy anciano y enfermo, reaccionó con fortaleza, y ya entonces se comenzaron a tomar medidas drásticas para evitar que ello volviese a suceder.
Sin embargo, aunque la explicación de Alazraki resulta coherente y convincente, la sombra de la duda empaña la figura de un pontífice a quien muchos no dudamos de calificar como “Magno” (“el grande”), título que compartiría con papas de la talla de San León Magno y San Gregorio Magno. Por eso, pienso que, con ocasión del centenario, los fieles católicos, devotos de san Juan Pablo II, nos merecemos una explicación.
Se ha dicho que Maciel logró, con una hábil estrategia, controlar la curia romana –el órgano que ayuda al papa en el gobierno de la Iglesia– y que altísimas autoridades eclesiásticas bloquearon la investigación durante su pontificado. La cosa cambió al asumir el mando Benedicto XVI y se esclareció la dolorosa verdad, al tiempo de que se reformó la orden por él fundada, para que no volviera a suceder, ni se perdiera todo el bien que realizan en la Iglesia y la sociedad. Pero el tema no se ha explicado con suficiente rigor histórico. La memoria de tan gran santo y la fe del pueblo cristiano merecen una improrrogable aclaración, para hacer honor a la verdad y zanjar el asunto. El centenario de su nacimiento nos brinda una maravillosa ocasión para ahondar en la verdad, darle difusión e instaurar la cultura de transparencia eclesiástica querida por Francisco.
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