Sacar a flote las virtudes

Fratelli Tutti (VII). Sacar al “ángel cautivo”

1) Para saber

Un día, el papa Julio II miraba a Miguel Ángel, uno de los más grandes escultores de todos los tiempos, atormentándose por tallar rápidamente un bloque del mármol. Él le preguntó:

—Pero, ¿por qué esculpe tan fuertemente?

Miguel Ángel le contestó:

—¿Acaso no ve que hay un ángel cautivo en ese trozo de mármol? Lo que hago es apurarme para tratar de liberarlo.

La persona humana es como ese “ángel cautivo” que falta liberarlo para que alcance su plenitud: la educación se dedica a lograr sacar lo mejor de cada uno, que cada una de las potencias humanas se vaya perfeccionando. Y así como los músculos del cuerpo pueden ir adquiriendo fuerza a base de ejercicios, también el alma tiene sus “músculos”, sus facultades, que han de irse perfeccionando y los ejercicios que lo consiguen son los actos virtuosos, sean, por ejemplo, de fortaleza, de templanza o justicia. Cuando se han ejercitado suficientemente, se puede decir que la persona es virtuosa. Teniendo en cuenta, afirma el papa Francisco, en su carta “Fratelli tutti”, que cada virtud debe tener una apertura a la unión con otras personas. Es decir, han de tener presente la caridad, pues de otro modo, sólo serían virtudes aparentes, y no serán capaces de construir la vida en común. Por ello decía santo Tomás de Aquino que la templanza de una persona avara ni siquiera es virtuosa (cfr. n.91).

2) Para pensar

Nuestros actos nos van modelando, nos forman, haciendo que seamos de determinada forma, sea para bien o para mal. Así es como se adquieren las virtudes o los vicios. Decía una persona que si la ataban con un hilo de seda, se reía, pues fácilmente los rompía. Si eran tres, otro tanto. Pero si le ataban con mil hilitos de seda, ya no los podría romper.

De semejante manera sucede con los malos hábitos, que son cuerdas que nos esclavizan. Esas cuerdas están formadas por los hilitos de seda de los actos pecaminosos que parecen pequeños y sin importancia al comienzo. Desarraigar la costumbre, dejada por un mal acto, es fácil. No tanto después del segundo acto. Pero mucho más difícil después del vigésimo y hasta heroico después del milésimo. Esta es la razón por la que el pecado es malo, por el daño que nos produce y no tanto por ser declarado como tal. El pecado no es malo porque se ha dicho que es malo, sino que es pecado porque es dañino para la persona y por eso se declaró malo.

San Buenaventura, con otras palabras, explicaba que las otras virtudes, sin la caridad, estrictamente no cumplen los mandamientos «como Dios los entiende». En cambio, si nuestros actos van acompañados de la caridad, nos vamos formando hacia el bien.

3) Para vivir

La altura espiritual de una vida humana, señala el papa, está marcada por el amor, que es el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar y por ello lo primero siempre es y será el amor.

 

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