Hace algunos años manejaba en la carretera rumbo al aeropuerto de Denver a recoger a unos parientes que llegaban de visita en Año Nuevo, me acompañaba uno de mis hijos, había nevado, y a pesar de que se había limpiado la carretera, el frío era tan intenso que en partes el pavimento aún se cristalizaba, lo que hizo que por un momento la camioneta se deslizara sin control, había tráfico por todos lados, en ese momento me aferré al volante y recuerdo que instintivamente empecé a rezar pidiendo piedad y misericordia al Señor.
Mientras musitaba la angustiosa plegaria, de la misma inesperada manera que el vehículo se deslizó a la deriva por unos instantes, nuevamente volvió al carril y poco a poco recobré el aliento dando gracias a Dios por habernos librado de lo que hubiera sido un horrible y posiblemente fatal accidente.
No sé ustedes, pero a mí me es más fácil orar en momentos de angustia e incertidumbre, me doy cuenta de mi insignificancia frente a fenómenos, circunstancias y contextos que me rebasan; es entonces cuando puedo percibir con mayor claridad la omnipotencia y la ternura de nuestro Dios. De alguna manera, mi debilidad, mi miedo, mi realidad me dan una perspectiva espiritual que me permite relacionarme con el Creador y Padre.
Al iniciar este mes, el papa nos invitó en su video a rezar para que nuestra relación con Jesucristo se alimente de la Palabra de Dios y de una vida de oración. Me llamó poderosamente la atención esta invitación, y he tratado de atenderla, por una parte, desde el primero de diciembre he leído cada día uno de los 24 capítulos del evangelio según san Lucas, de esta manera en Navidad terminaré de leer la vida del Niño Dios a quién esperamos y celebramos.
Por otra parte, he procurado momentos de oración de distintas maneras, y en esta búsqueda he experimentado algunas de las verdades que expresa el papa en su video: “Orando cambiamos la realidad. Y cambiamos nuestros corazones. Nuestro corazón cambia cuando ora.”
Las incertidumbres, enfermedades y muertes derivadas de la pandemia nos rodean y nos afectan; las disputas familiares, sociales y políticas nos dividen y desaniman, la situación económica de muchos genera angustia y desesperación, la falta de convivencia social más allá de nuestro círculo inmediato nos entristece o nos irrita. Y es precisamente en este entorno en el que la oración nos regresa la perspectiva de amor, paz y solidaridad que transforma nuestro corazón y cambia nuestra actitud.
A pesar de la dura realidad que parece dominar nuestra convivencia, la presencia de Dios en nuestra vida a través de la oración cambia nuestro corazón, transforma nuestro ánimo y nos permite trabajar para cambiar la realidad con gestos de servicio y solidaridad a los demás. Acercarnos a leer o escuchar la Palabra de Dios es el inicio de un diálogo interior que llena de vida y buenos deseos nuestro corazón, es el primer paso para hacer cosas buenas.
Cuando recordamos las dificultades de quienes nos rodean o de quienes nos piden que los acompañemos en su enfermedad o problema, nuestra mente y corazón se transforma, el espacio de paz y diálogo que se establece con Dios engrandece el espíritu, la falta de cercanía física se ve compensada por esa cercanía espiritual que nos conecta con los demás, y en no pocas veces nos mueve a hacer cosas por ellos que normalmente no hacemos porque sólo nos preocupan nuestras cosas.
Que, en este tiempo especial de Navidad y fin de año, seamos capaces de orar, mejorar nuestro ánimo y así transformar la realidad: ¡Ven Señor Jesús!
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