Se cumple un año de la histórica renuncia de Benedicto XVI al pontificado; 12 meses desde aquel 11 de febrero de 2013, cuando durante el Consistorio Ordinario Público, pronunció estas palabras frente a los cardenales y periodistas, que no daban crédito a lo que estaban escuchando.
En un hecho sin precedentes en la historia moderna y contemporánea, un Papa renunciaba al ministerio petrino (el último en renunciar fue Gregorio XII en 1415, bajo circunstancias muy distintas). El mundo entero puso sus ojos y oídos en el Vaticano. Benedicto XVI nos daba quizá, una de las más grandes lecciones.
Recapitulemos un poco; Joseph Ratzinger fue electo sucesor de Pedro el 19 de abril de 2005, después de un largo pontificado de 27 años, que sin duda alguna marcó la historia por todo lo acontecido durante su vigencia y por el enorme carisma de Juan Pablo II. El antecesor de Benedicto XVI fue el Papa de varias generaciones, el “Papa Viajero”, que recorrió el mundo entero con su gran porte y habilidad de mostrarse en público, casi como un “popstar”.
La muerte de Juan Pablo II dejó un gran vacío en el corazón y en la mente de millones de católicos y no católicos en todo el planeta. Pero también dejó pendientes asuntos de grandísima importancia en el gobierno de la Iglesia; asuntos que su sucesor, fuera quien fuera, tendría que enfrentar y solucionar. Ese sucesor fue Joseph Ratzinger.
Ratzinger, que durante 20 años se desempeñó como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, había recibido la encomienda de llevar a cabo tareas de gran responsabilidad, como la elaboración del nuevo Catecismo de la Iglesia católica y la defensa de la fe. Además, fue uno de los más estrechos colaboradores de Juan Pablo II, que le llamaba “amigo de confianza”, y un profundo conocedor de la situación de la Iglesia.
Acostumbrados al carisma y al rostro tierno de Juan Pablo II, muchos no nos sentimos identificados con Benedicto XVI, de carácter más bien tímido. Sin comprender las circunstancias tan diferentes de ambos pontificados, no pocos nos limitamos a criticar sin conocer un poco más a fondo quién es Joseph Ratzinger y quién es Benedicto XVI y lo que hizo por la Iglesia católica.
“Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones…”.
Con estas palabras saludaba al mundo el recién electo Benedicto XVI. Un hombre que con obediencia, asumía la responsabilidad confiada por Dios a través del voto de los cardenales. Lo hacía a los 78 años de edad, una edad en la que mayoría de las personas se encuentran retiradas, descansando de toda una vida de trabajo. Discretamente y en silencio, pero con decisión y firmeza, Joseph Ratzinger tomó el timón de la Iglesia, para conducirla en esta época maravillosa y turbulenta de la historia.
Hoy nos sorprendemos de los profundos cambios y la energía con que Su Santidad Francisco ha comenzado su misión como Vicario de Cristo, reformando la Curia Romana, haciendo una “limpia” en el Vaticano, hablando de temas “delicados” para la Iglesia con una sencillez y naturalidad admirables.
Sí, pero en gran medida todos estos cambios que ahora vemos se los debemos a Benedicto XVI, que en los pocos años al frente de la Iglesia preparó los cimientos de lo que hoy estamos viviendo. Éste nuevo pontificado, que es un don de Dios, es también un regalo del Papa Ratzinger.
Católicos y no católicos, incluso muchos de sus críticos o quienes no se sentían identificados con él, reconocen el enorme acto de humildad y generosidad que significa la renuncia de Benedicto XVI. “Se necesita verdaderamente una riqueza y fortaleza espiritual enorme para renunciar a ser Papa. Benedicto XVI nos dio una gran lección a todos”, me dijo una amiga atea hace un par de días.
El portavoz vaticano, padre Federico Lombardi ha calificado la renuncia del Benedicto XVI como “gran acto de gobierno hecho con una gran profundidad espiritual” resaltando la serenidad y la fuerza que el Papa obtuvo a través de la oración para tomar su resolución. “El papado es un servicio, no un poder… si se vive todo exclusivamente como servicio, entonces, una persona que ha completado su servicio delante de Dios pasa su servicio a otro servidor, no hay problema”, dijo en entrevista para Radio Vaticano.
Muchos no hemos sido capaces de comprender al muy sabio teólogo Ratzinger, ni al tierno pero tímido Papa Benedicto XVI. Hoy decimos, y así lo es, que Francisco es “justo lo que la Iglesia necesitaba”. En realidad, cada Papa es el que la Iglesia necesitaba en el momento preciso. La historia se encargará de juzgar justamente el papado de Benedicto XVI y de poner en su merecido lugar las acciones y decisiones que este gran Papa nos ha dejado como legado.
Información de elobservadorenlinea.com
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