Una de las consecuencias más curiosas de esta pandemia es el efecto que ha tenido en el amor. No es broma, ha afectado hondamente las relaciones humanas y, entre ellas, particularmente a la relación amorosa. La pandemia ha dificultado o perjudicado la dimensión amorosa de la vida humana en rubros muy diversos: bodas postergadas, personas solteras que no encuentran ocasión para conocer pareja, matrimonios rotos por el estrés del encierro o por un descalabro económico y muchas otras formas más de dificultar, bloquear u obstaculizar el amor.
Uno de esos rubros, particularmente doloroso, es la situación de las bodas. Todos sabemos la ilusión y entusiasmo con las que se suelen preparar. Suele ser, además, una inversión considerable de dinero, en la que se deben conjugar: sacerdote, iglesia, banquete, lugar de la celebración, música, arreglos y quién sabe cuántas cosas más. Posponerla no es un juego de niños, sino una ardua tarea de logística, en la que frecuentemente no se encuentra la “cuadratura del círculo”, y se precisan nuevos y onerosos gastos. En este tiempo de pandemia, ha habido bodas que se han pospuesto tres veces: primero en mayo del 2020, luego noviembre del mismo año, después mayo del 2021, finalmente se ha trasladado a mayo del 2022, ¡dos años esperando casarte!
Ante estas situaciones, las actitudes han sido diversas, también dependiendo de la relevancia que le dan a la vivencia de la fe y la visión sobrenatural con la que afrontan el grave inconveniente. Algunos, audaces, se han casado a pesar de todo, con profusión de tapabocas con diseño, esperando que no se contagien la mitad de los invitados. Otros los ha habido, que se han casado en una ceremonia reservada, con poquísimos invitados, tapabocas y sana distancia. Otros han preferido casarse así y proyectar en streaming su boda, teniendo así gran cantidad de asistentes virtuales y bien activada la mesa de regalos. Otros han pospuesto la boda todo lo necesario, pero tristemente, han adelantado la convivencia. Quieren el sacramento, pero no están dispuestos a esperar para convivir entre ellos. Finalmente, otros, más heroicos, han retrasado boda y convivencia, llevando con paciencia la incertidumbre de la espera.
La pandemia no ha afectado sólo a las bodas, también a los noviazgos. Sea, sobre todo al principio, por la dificultad para verse, o para hacer planes en los cuales coincidir, pues todo estaba cerrado; pero también ha dificultado a los que no tienen novio/a para conseguir uno. Al estar restringida drásticamente la vida social, no se dan las ocasiones de coincidir y conocer gente nueva. Algunas personas tienen la inquietud de que el encerramiento está propiciando el que “se vayan quedando sin partido”. Muchos de los noviazgos, sobre todo los que ya antes mediaban cierta distancia física –por vivir en ciudades diferentes, por ejemplo–, se han refugiado en las redes sociales. Noviazgo por Zoom o por Google.meet; pero todos sabemos que en el amor no es lo mismo la presencia real que la virtual, y ello hace mella en las diferentes relaciones. Eso, que es una realidad en el amor humano, también lo es en el amor divino: nunca es lo mismo una misa virtual, que una real, aunque, tristemente, muchos han terminado por acostumbrarse a esta última pudiendo retomar la presencial. Lo que hacen con Dios no lo harían con su pareja.
Finalmente está el triste caso de los que la pandemia ha conducido a naufragar su amor. Menos grave, si se trataba de novios. Si alguien se le declaró a su novia los primeros días de marzo del año pasado, lo ha tenido difícil, y es probable que mejor lo hayan dejado para después, en tiempos de más bonanza. Pero también los novios serios, es decir, los que ya llevaban tiempo, pueden no haber podido soportar la prueba del distanciamiento, y han terminado por cortar. Más duro, sin embargo, y por desgracia más frecuente, han sido la cantidad de matrimonios que se han roto a raíz del encierro, o aquellos en los que se ha incrementado notablemente la violencia intrafamiliar. El estar encerrados en un espacio pequeño, teniendo que trabajar desde ahí, no ha facilitado las relaciones. Lo cierto, sin embargo, es que el amor a prueba del COVID-19, sale más fuerte de como entró, capaz de afrontar las tormentas de la vida.
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