El pasado 29 de junio Benedicto XVI cumplió 70 años como sacerdote. Quieren ser estas líneas un homenaje a su fidelidad y un reconocimiento de que vale la pena dejar la vida por una realidad tan hermosa, como lo es el sacerdocio.
Actualmente, en Roma, hay una exposición que recuerda la efeméride, con el deseo de tributarle el merecido reconocimiento al Papa Emérito. Ahora bien, cabe decir que en todo el maravilloso proceso de su vida: sacerdote, obispo, cardenal, Papa y, finalmente, Papa Emérito, Joseph Ratzinger no ha dejado de ser fundamentalmente sacerdote. ¿Dónde se nota eso? Particularmente en la celebración de la Santa Misa. Testigos presenciales dan fe de la unción, piedad y recogimiento con los que la celebra; alguno se admira de su forma de mirar a la Hostia una vez consagrada. Podríamos decir que lo importante es su sacerdocio, todo lo demás gira en torno al mismo o lo perfecciona, pero, en síntesis, es un sacerdote cien por cien.
Y es que la acción más sagrada, más elevada, que puede realizar, sea como sacerdote o como Papa, es la misma: la celebración de la eucaristía. Nada hay más santo, nada más elevado que poder celebrar la Santa Misa. Ahora mismo, como Papa Emérito, su principal aportación a la Iglesia es la oración y la piadosa celebración de su misa.
Son 70 años de celebrar misa, son 70 años de dejarse llevar por la mano de Dios. La vida para él ha sido una aventura de servicio a Dios. Su entrada en el seminario en medio del dominio nazi en Alemania, su rechazo a enrolarse en las SS precisamente por ser seminarista, a pesar de la presión del ambiente y de las burlas y vejaciones de las que fue objeto. Su ordenación, sus títulos académicos, su participación discreta, pero importante en el Concilio Vaticano II. Su vida como profesor universitario de prestigio, su elevación al orden episcopal y casi inmediatamente, su nombramiento cardenalicio. Sus largos años al frente de la Congregación de la Doctrina de la Fe, su elección como Papa, sucediendo a un gigante de la fe, su inesperada renuncia, su vida oculta de oración, todo ello constituye una maravillosa sinfonía de fidelidad a Dios, deja ver la aventura que supone el dejar en Dios el cuidado de nuestra vida.
Ahora bien, en 70 años de sacerdocio, no ha faltado la Cruz, la contradicción, la dificultad. Ha tenido que hacer frente a dramáticas situaciones y en medio de ellas ha encontrado el camino para mantenerse fiel a Dios. Primero como teólogo en las turbulentas aguas del postconcilio, más tarde como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, haciendo frente a la Teología de la Liberación o a la Teología del Pluralismo Religioso y, finalmente, como Papa, encarando el doloroso escándalo de la pederastia clerical. No ha sido fácil encontrar el camino, no ha sido sencillo ser fiel a Dios, y sin embargo Benedicto XVI ha seguido a Jesucristo a través de los tortuosos caminos de la Iglesia y el mundo contemporáneos.
A todos nos dio ejemplo de humildad y de amor a la Iglesia al tomar, después de siete siglos, la inusitada decisión de renunciar a la Sede de Pedro. Todos hemos sido conscientes del valor y el coraje que supuso tal cambio, y cómo la Providencia ha sabido capitalizarlo grandemente a través del pontificado de Francisco. Después, nos ha dado ejemplo, también de humildad, al permanecer en oración, en silencio, sin hacerle sombra al Papa Francisco y cuidando delicadamente la unidad con él. En el detalle de su renuncia y en su esconderse, brilla más, si cabe, su amor a la Iglesia, a Jesucristo, a todas las almas.
Ahora bien, si a San Juan Pablo II se le ha tildado de “el Grande”, a Benedicto XVI deberá reconocérsele como “el Sabio”. Deja una monumental obra intelectual y de pensamiento, que todavía no ha asimilado y digerido suficientemente la Iglesia. Se precisarán décadas quizá, para hacerse cargo de la riqueza de su magisterio. Benedicto XVI, en lo personal, sorprende mucho, pues a diferencia del pecado que caracteriza con frecuencia a los intelectuales, la soberbia, la autosuficiencia, el Papa Emérito da muestras grandes de humildad y sencillez. Con esa sencillez celebró sus 70 años de sacerdocio, con su vida toda nos da ejemplo a los sacerdotes de que vale la pena ser fieles, y de que esa fidelidad conduce a una vida plena.
Te puede interesar: La sombra del padre
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de voxfides.com