Fomenter la unidad

La agonía de un rito

Con gran sorpresa algunos, con profunda tristeza otros, se ha recibido el “Motu Proprio Traditionis Custodes” del papa Francisco, con el que, dicho mal y pronto, da una estocada mortal al antaño “rito extraordinario” de la Iglesia Católica. Si, gracias a Benedicto XVI, antes cualquier sacerdote podía celebrar según el misal de San Juan XXIII, la misa anterior a las reformas del Concilio Vaticano II, ahora ya no es así. Se puede celebrar, pero con unos candados que claramente van en la línea de la extinción de esta forma ritual. Para la rama tradicionalista de la Iglesia esto es motivo de profundo dolor. ¿Cuáles han sido las motivaciones de Francisco? ¿Por qué rectificar lo que Benedicto XVI permitió?

Primero es preciso aclarar la idea de que la mente del pontífice es que dicho rito vaya poco a poco desapareciendo. En efecto, la nueva ley dice claramente en su Artículo 3 &6 “Cuidar de no autorizar la creación de nuevos grupos” (de fieles que frecuenten el rito extraordinario). Y en su artículo 4 señala que los presbíteros ordenados después de la publicación de dicho Motu Proprio deberán pedir autorización al obispo diocesano, el cual consultará a la Sede Apostólica –el Papa- antes de conceder la autorización. Además, en el artículo 3 & 2 señala que no se podrán reunir estos grupos en parroquias y no se erigirán nuevas parroquias personales. Creo no exagerar si interpreto la mente del pontífice en el sentido de que busca la lenta y paulatina desaparición de la Misa de San Pío V en la liturgia de la Iglesia.

Ahora bien, en continuidad con su predecesor, Francisco señala que se hizo una amplia consulta a los obispos –pedida anteriormente por Benedicto XVI- sobre la experiencia obtenida desde el 2007 hasta el 2020 en la práctica del rito extraordinario. Parece ser que no fue del todo positiva y de ahí las medidas restrictivas. Este punto es importante, pues el mismo Benedicto XVI invita a los obispos a evaluar los resultados de su permiso para celebrar según el misal de 1962, de San Juan XXIII. Francisco hace dicha evaluación, pero no él a título personal, sino –según dice el texto papal- haciendo una amplia consulta a los obispos; es decir, se trata de un ejercicio de colegialidad episcopal.

Benedicto XVI había dado las facilidades para celebrar la misa tridentina buscando “facilitar la comunión eclesial a aquellos católicos que se sienten vinculados a unas formas litúrgicas anteriores”. Francisco emite esta nueva normatividad para “proseguir aún más en la búsqueda constante de la comunión eclesial”. Es decir, se colige en buena lógica que no funcionó esta estrategia para fomentar la comunión eclesial. No sirvió para que los miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X se acercaran a la plena comunión católica.

Existe un principio teológico importante que afirma “Lex orandi, lex credendi” (La ley de la oración es la ley de la fe, rezo según creo, mi forma de orar expresa mi forma de creer). Leyendo entre líneas el Motu Proprio de Francisco, se da a entender, que la práctica del antaño rito extraordinario condujo a que algunas personas excluyeran la validez y la legitimidad de la reforma litúrgica realizada por el Concilio Vaticano II. Dicho en otras palabras, que se estaba empezando a erosionar la unidad de la fe, al existir esta dualidad de formas para expresarla litúrgicamente. Como si algunos de estos grupos se consideraran los “auténticos católicos” o “mejores católicos” por celebrar según el misal de 1962 y no según el de San Pablo VI revisado por San Juan Pablo II. Los obispos perciben esta tendencia en algunos grupos de “tradicionalistas”, la comentan con Francisco, y el Papa restringe este rito en aras de fomentar la unidad de la fe en la Iglesia.

Se trata, en consecuencia, de una medida dolorosa, pero necesaria, para evitar la polarización en distintos grupos dentro de la Iglesia y fomentar la unidad de la fe con la unidad de la oración. Medida que toma el Papa oídos los obispos, lo cual va también en la línea de darle mayor protagonismo al obispo en su misión de cuidar la unidad de la fe en su propia diócesis. Compete al obispo conceder el permiso de celebrar este rito, revisando que no se menoscabe la unidad de la Iglesia al celebrarlo, que no dé lugar a diferentes tipos de católicos.

 

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