1) Para saber
Es conocido el cuento de “La Bella y la Bestia”, sobre todo a partir de ser llevada al cine en varias ocasiones. Es un cuento de hadas tradicional europeo y ha tenido muchas variantes. Se piensa que su autora es la escritora francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve que publicó el cuento en 1740, aunque algunos investigadores señalan su origen mucho tiempo atrás.
En el cuento se relata cómo un hermoso Príncipe, pero presumido y arrogante, fue convertido por una hechicera en una Bestia por su soberbia y egoísmo. El hechizo terminaría cuando aprendiera a amar y fuera realmente amado. Aparece una hermosa mujer llamada Bella, quien llega a enamorarse de él, rompiéndose el hechizo, y recuperando el príncipe su forma humana.
En nuestro bautismo, guardando las debidas proporcionas, sucede algo semejante como el cuento: somos transformados y recuperamos la forma que habíamos perdido por el pecado: somos hechos hijos de Dios, semejantes a Cristo.
El tiempo de Navidad concluyó con la fiesta del Bautismo del Señor. El papa Francisco la celebró bautizando a 16 niñas y niños. Recordó que comenzamos a ser hijos de Dios el día de nuestro bautismo, ahí nos convertimos en hijos amados del Padre. Recuperamos la hermosa imagen de Cristo y por ello somos cristianos.
2) Para pensar
Cuando el papa san Juan XXIII asumió el pontificado, fueron a saludarlo los de su pueblo de origen. En la plática uno le preguntó si era muy duro el peso de ser papa. Entonces el papa les recordó que cuando él era un niño de siete años, su papá lo llevó de su pueblo a la feria. Pero tuvieron que caminar mucho, se cansó y ya no podía caminar. Entonces su papá lo puso sobre sus hombros y lo llevó hasta la feria. Se presentaba en la feria un espectáculo; pero como era muy bajo de estatura, no veía nada. Entonces, una vez más, su papá lo puso sobre sus hombres y ya pudo mirar sin dificultad. El papa concluía: “Así sucede, con la certeza de ser hijo del Padre más bueno y más poderoso, soy capaz de llevar el peso del pontificado. Él me pone sobre sus hombros”.
Pensemos si el sabernos hijos de Dios, nos hace recuperar la paz ante las dificultades y problemas.
3) Para vivir
Sabiéndonos hijos de Dios, nos corresponde vivir de acuerdo con lo que somos. Por ello no cabría tener temores. San Josemaría nos lo recuerda: “Un hijo de Dios no tiene ni miedo a la vida, ni miedo a la muerte, porque el fundamento de su vida espiritual es el sentido de la filiación divina: Dios es mi Padre, piensa, y es el Autor de todo bien, es toda la Bondad”.
—Pero ¿tú y yo actuamos, de verdad, como hijos de Dios?” (Forja, 987).
El nacimiento de Cristo, que vino a salvarnos y hacer que recuperáramos la gracia perdida, lleva a cabo su eficacia salvadora precisamente en nuestro bautismo. De aquí la importancia de bautizar lo antes posible a los hijos para no privarlos de tan gran don. Ahí se recibe la identidad cristiana que los padres y padrinos habrán de cuidar y alimentar.
El papa Francisco señaló que también nuestra oración ha de ser la de un hijo con su Padre. De ello trataremos la próxima ocasión. Que sepamos vivir alegres y seguros del amor incondicional que Dios nos tiene.
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