homosexuales

¿Orgullosos de qué?

Hay que ser muy cínicos para que alguien se sienta orgulloso de lo que no tiene mérito alguno. Con cierta frecuencia me gusta consultar el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) para tener mucho cuidado de no equivocarme en los términos que voy a usar. En efecto, a alguien, no se sabe a quién, se le ocurrió nombrar un día de junio, y después todo el mes, como el día y el mes “del orgullo gay”. Orgullo (del cat. orgull), se lee en el DRAE, p. 1107, que es “arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas”. Es natural que la izquierda, en todo el mundo, favorezca estas causas, porque sienten que tienen “superioridad moral”. A saber lo que entienden por moral.

Lo que sí es el orgullo gay: Arrogancia, es decir, altanería, soberbia, vanidad, exceso de autoestima que hace que una persona o un grupo se sientan superiores a los demás. Eso exactamente es lo que vemos en los famosos desfiles del orgullo gay. Vamos, ya ni siquiera es solamente altanería y soberbia, sino el descarado exhibicionismo procaz, de cuerpos semidesnudos que se lucen contorsionados enfrente de niños inocentes, para ir dejando en sus mentes que lo malo es bueno y que lo feo es bello.

Lo hacen para normalizar lo que no es normal, para tener candidatos de tierna edad para las clínicas de “reasignación de sexo” o para normalizar la pedofilia. ¿Por qué insisten tanto los organizadores de los desfiles para que los adultos inconscientes, confundidos o cómplices, lleven a los niños a “divertirse” con las Drag Queens o con los bailes pornográficos de ¿hombres y mujeres? Sí, de hombres biológicos que aparentan ser mujeres y viceversa. Por más que finjan, no pueden cambiar la biología. En el fondo, por muchos testimonios de “reasignación de género”, las personas sometidas a esa presión social, sufren mucho y creo que disfrazar el drama que seguramente viven, del supuesto “orgullo de ser LGTBITQ+”, es disimular, no una virtud sino un vicio mayor. ¿Quieren que los niños sufran lo mismo que ellos? ¿Desean compañeros de viaje para no sentirse tan solos y deprimidos?

Una nota periodística no da cuenta, por sí sola del drama. “Aumenta la Población Transgénero en Estados Unidos” (Diario Reforma, México, 11 de junio del 2022). Los adolescentes tuvieron un fuerte incremento en el cambio de sexo, señala un informe, basado en encuestas gubernamentales de salud realizadas entre 2017 y 2020. “Estimó (la encuesta) que el 1.3 % de los jóvenes de 13 a 17 años y el 1.3% de los de 18 a 24 años son transgénero, en comparación con el aproximadamente 0.3% de todos los adultos. Usamos los mejores datos disponibles, pero necesitamos más y mejores datos”, dijo Jody Herman, investigadora principal del Instituto Williams.” Una de las causas principales del aumento del transgenerismo, lo atribuyen los investigadores al uso de las redes sociales, en donde los adolescentes encuentran “un mundo fascinante, diferente y por lo mismo atractivo”. Lo que no reportan es la influencia que está teniendo la hipersexualización a la que están siendo sometidos en la escuela los niños y los jóvenes.

El propio sitio web de DQSH (sitio especializado en la actividad queer en EE UU) dice explícitamente que su objetivo es “capturar la imaginación y el juego de la fluidez de género de la infancia y brindarles a los niños modelos a seguir glamorosos, positivos y descaradamente queer”. En este mes especialmente, pero no solamente, muchas escuelas han organizado fiestas del orgullo gay dentro de sus recintos, y hacen mini desfiles “para que los niños vayan encontrando su identidad”.

En España, la nueva ley de educación, llamada Ley Celaá por su autora, ha provocado el rechazo de varias autonomías por su contenido adoctrinador en la ideología de género. “Hablamos –dice la presidente de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, al rechazar esta ley- de contenidos impartidos para que el alumno sepa si es niño o niña, conozca el sexo temprano o los distintos tipos de fornicio”. La misma exministra Celaá dijo en una ocasión, al inicio del debate por la educación en El Congreso, que (palabras más o menos) “no se les ocurra a los padres de familia decir que los hijos son suyos”.

¿De esto es de lo que se orgullecen los colectivos LGTBIQ*? ¿Es esta su razón de vivir, su propósito para entender para qué vinieron a este mundo? ¿Para pervertir a los niños? Jesús de Nazareth dijo claramente: “Es inevitable que haya escándalos, pero al que escandalizase a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le atasen al cuello una rueda de molino y lo arrojasen al mar” (Lucas 17, 1-6).

La hipersexualización de los niños, contraviene lo establecido en la Convención sobre los Derechos del Niño (ONU, 20 de nov. De 1989. Art. 1. Para los efectos de la presente Convención, se entiende por niño todo ser humano menor de 18 años). Lo más escandaloso, es que la “educación sexual” tiene un propósito obscuro: la normalización de la pederastia y de la pornografía infantil, es decir, corrupción de los cuerpos y de las mentes de los pequeños. En el Preámbulo del citado documento se establece que: “El niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento”. Todos los países europeos y la mayor parte de los americanos y africanos aparecen como firmantes de esta Convención (ONU, Nueva York, países adheridos a la CDN desde 1989). México se adhirió en 1990, y por la reforma constitucional de 2011, forma parte de la Carta Magna. Hoy, en México como en casi todos los países occidentales, la Convención sobre los Derechos de los Niños es papel mojado.

Es un hecho que los niños no están protegidos, como establece la citada Convención, en muchos países de Occidente. No en España, no en Francia ni en Estados Unidos, como en otros muchos. Hablemos de este último, porque es un caso espeluznante: En San Francisco, California, existe un grupo LGTBIQT+ que tiene por nombre San Francisco Gay Men Chorus, que distribuye en redes sociales un video, una canción escrita por Roy Iwath y Daniel Quadrino, con música de Tim Rosser. La letra, traducida al español, dice –entre otras muchas cosas- lo siguiente: “¿Piensas que corromperemos a tus hijos?, ¡Sí!, nuestra agenda no se controla. Es gracioso, sólo por esta vez estás en lo correcto: pervertiremos a tus hijos. Sucede poco a poco, en silencio y sutilmente, y apenas lo notarás […] Cambiarán su grupo de amigos; no aprobarías a dónde van por la noche, OK, y estarás muy asqueado cuando encuentren cosas en línea que has mantenido fuera de su vista […] Convertiremos a tus hijos alcanzando a todos y cada uno, y no habrá forma de escapar […] Convertiremos a tus hijos, venimos por ellos […] La agenda gay ya está aquí, pero no tienes de qué preocuparte, hay cada vez mayor orgullo porque no hay nada de malo de estar de nuestro lado, ¡la agenda gay! […] Convertiremos a tus hijos, entonces nos volveremos contra ti […] Olvidarás que algún día estuviste molesto. Convertiremos a tus hijos y te convertirás en un aliado”.

Todavía estamos a tiempo de advertir a las nuevas generaciones de esta atrocidad. Hay muchos padres que se rinden porque piensan que no pueden luchar y menos vencer. Es cierto que el acoso de los LGTBIQT+ es permanente, feroz, hacen programas infantiles con canciones con Drag-Queens, y llenan algunas televisoras sus programas con dos papás y dos mamás, etc. Es necesario decirles a los chicos que en esa vida de “homos” y de “trans” no hay finales felices, al contrario, es un camino lleno de dolor y de sufrimiento, no solamente porque ciertamente hay discriminación, lo cual es lamentable, y la seguirá habiendo en todo tiempo, sino porque ese camino no lleva a ninguna parte, a no ser el vacío, el sinsentido y la desesperación.

Uno de los mayores dramas, empero, es ocultado cuidadosamente por las autoridades federales de EE UU. “Nadie sabe cuántas personas trans o cuántos homosexuales se suicidaron el año pasado, lamentó Amit Paley, director de The Trevor Project, un grupo de prevención del suicidio. Estos datos no existen porque el gobierno no los recopila en los registros de defunción”. No me extraña en absoluto que el gobierno no registre estos datos, porque no quieren que se sepa y, cuando los hay, los principales medios no los publican porque, de publicarse, podrían hacerle algún daño al poderoso y multimillonario movimiento LGTBIQ+.

Hay países que prohíben en sus leyes la de-transición o reconversión, no vaya a ser que los arrepentidos les vayan a arruinar la fiesta a los LGTBIQ+ (gay, en inglés significa alegre). Es verdad que no podemos estar de acuerdo con una reconversión basada en la tortura, pero sí en una terapia cuidadosa, guiada por expertos. Baste con uno de los miles de ejemplos, uno muy doloroso, para documentar este drama. Se trata de una chica llamada Laura. Como la mayor parte de los casos, ella fue abusada de pequeña, lo que le provocó disforia de género y pensó que todo se arreglaría si se convertía en hombre. Alguien la aconsejó. Empezó su transición hormonal y quirúrgica inyectándose hormonas masculinas que le cambiaron el tono de la voz, el pelo, el vello en la cara y en el cuerpo.

La cirugía vino más tarde, a pesar de estar convencida de que los cambios no serían reales, pero con la esperanza de que algún día olvidase que “una vez fue mujer”. Se sometió a la mastectomía, a la extirpación de los órganos sexuales femeninos y se hizo colocar una prótesis. Cuando despertó de la cirugía, dice ella, aunque le gustaban los resultados sabía que no había nada real, era una real mentira: “nadie me dijo que sería tan horrible”. Se dio cuenta de que por más operaciones que se hiciera, jamás sería un hombre. “Estaba horrorizada con lo que me había hecho, me encontré en el hoyo más profundo y obscuro, le pedí a Dios que me quitara la vida, pero Dios tenía otro plan para mí”. Abrazó, dice Laura, “su diseño original de mujer […] Dios me ha redimido, sólo encuentro plenitud en mi fe”. Hoy, Laura arrastra dolorosas consecuencias de su “cambio de género”, con pérdida de memoria y problemas musculares y neurológicos. Imparte conferencias a gente con disforia de género y escribió Transgender to Transformed y su nombre es Laura Perry.

Lo que no es el orgullo gay. Para finalizar. Hay una parte de la definición que aún no hemos desarrollado: Fobia, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas”. Es verdad que existe una parte positiva del orgullo, de sentirse orgulloso por algo o por alguien. Es el orgullo que nace de causas nobles o virtuosas. Es legítimo el orgullo que siente un padre o una madre (o un abuelo-abuela) cuando ve que sus hijos son exitosos y virtuosos. Del homosexualismo, del transgenerismo, de la actividad Queer, o de la bisexualidad, etc., nadie puede estar orgulloso. Es como si los heterosexuales nos sintiéramos orgullosos, por el simple hecho de ser heterosexuales; y tendríamos razones de sobra para hacerlo, porque procreamos vida, lo que no pueden hacer ellos ni ellas; después la cuidamos, la protegemos y le damos alas para volar. Y si tenemos que marchar por las calles, en alegre manifestación, lo hacemos, como yo mismo le he hecho varias veces, para defender una causa, la más noble de ellas, si se le puede llamar así, que es la defensa de la vida del no nacido y de la familia. Y me siento orgulloso por hacerlo, y lo seguiré haciendo hasta que Dios me preste fuerzas y vida.

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