“Mano negra” en Miércoles Santo, una celebración olvidada

 Oficio de Tinieblas en Miércoles Santo

Uno de los oficios litúrgicos tradicionales alrededor de la Semana Santa, que estaba lleno de un gran significado por la intensidad con la que acentuaba el dolor por la muerte de Cristo, era el conocido “Oficio de Tinieblas” o “Tenebrae”, el cual, sin embargo, ya no es generalizado en la actualidad.

Se realizaba el miércoles de Semana Santa en prácticamente todas las iglesias y parroquias de México, pero tenía su mayor trascendencia en la ceremonia que se realizaba en la Catedral Metropolitana, donde se convertía en prácticamente toda una festividad.

Para realizar este oficio, se debían tener todas las luces del templo apagadas; junto al altar había un tenebrario o candelero con 13 velas o cirios, los cuales representaban a Jesucristo y los 12 apóstoles. Por este motivo, debía resaltar un cirio de los demás.

Durante la ceremonia, acompañada de rezos y música sacra, los cirios se iban apagando uno tras otro al término de cada salmo. Al final, quedaba únicamente encendido el cirio que más resaltaba.

El sentido religioso era apagar sucesivamente los primeros 12 cirios, porque al acercarse la muerte del Redentor, los apóstoles lo fueron abandonando y el templo va quedando en tinieblas, de ahí el nombre de Oficio.

Al llegar al último cirio, éste se situaba en la parte posterior al altar, ocultándolo, símbolo de la entrada de Jesús a la sepultura y, a la vez, la permanencia de la Iglesia en espera de la Luz que surgirá en la Vigilia Pascual.

Este Oficio presentaba todas las características de las exequias, como son salmos, antífonas y responsorios fúnebres y de lamentación, omitiendo todo tipo de himno o doxoligía, sin acompañamientos musicales y con el altar desnudo, las imágenes cubiertas y en una absoluta oscuridad, salvo los cirios. Pero también recordaba la Pasión y agonía del Señor.

En entrevista para yoinfluyo.com, la historiadora especialista en siglo XIX, Karla Torres, indica que entonces una “mano negra” (cubierta de un guante de ese color) apagaba el candelabro, para luego dar paso a un estruendoso sonido de matracas, que representaba la euforia de los fariseos al momento de la aprehensión de Jesús. Ello, a los niños de la época, les llamaba mucho la atención.

Cuenta que en la actualidad esta ceremonia se realiza aún en algunas iglesias del interior de la República, aunque reconoce que ya no es una práctica común, debido a que, a partir de la Revolución de 1910, fue desapareciendo de la escenografía nacional.

Comenta que autores costumbristas del Siglo XIX documentaron el Oficio de Tinieblas con mucha precisión, como Manuel Payno, Guillermo Prieto y la Marquesa Calderón de la Barca.

Dicha ceremonia se convertía propiamente en una celebración para la población del Siglo XIX, ya  que se enmarcaba en el lucimiento de fastuosas vestimentas, accesorios y atuendos muy especiales para la ocasión.

Carla Torres precisa que incluso las familias pudientes alquilaban casas de descanso en el entonces pueblo de Tlalpan para pasar los días de Semana Santa en medio de un esplendoroso glamour que incluía platillos y postres muy particulares.

Como parte de la misma ceremonia, se acostumbraba también regalar matracas, las cuales llegaban a representar un lujo como regalo, dado que muchas se elaboraban en materiales muy sofisticados, como plata, bronce y maderas finas.

El antecedente europeo

En el llamado Viejo Continente había ritual imprescindible de la Semana Santa desde el siglo IX d.C., era el de las Tinieblas. Su regulación era precisa, y formaba parte indispensable de la liturgia católica de Semana Santa. Era tal su trascendencia en toda la cristiandad, que su expansión no afectó sólo a los pueblos de la península Ibérica y otros países mediterráneos, sino que encontró una gran aceptación entre los fieles de Hispanoamérica.

En la ceremonia, aparte del componente meramente visual, era fundamental el ruido, con diversos significados. Y para provocar este ruido, se emplearon principalmente dos elementos: las matracas y carracas. El origen de estos instrumentos parece ser antiguo. Al parecer, ya eran empleados por los judíos para espantar a los malos espíritus mediante el ensordecedor ruido que provocaban. Y la propia autoridad eclesiástica católica fomentaba su uso, especialmente entre los niños, para espantar al mal y a Judas.

El Oficio o Rito de Tinieblas se realizaba la noche del Jueves Santo y el Viernes Santo. A través del mismo se simbolizaba la Pasión de Jesucristo y cómo el mundo se vio envuelto en la penumbra hasta el Domingo de Resurrección. Era un rito en el que participaba toda la comunidad eclesial, vigilado por los oficiantes litúrgicos. Era una ceremonia cargada de simbolismo en cada uno de sus actos y en cada uno de sus elementos materiales.

En el ritual era fundamental el Tenebrario. Era un candelabro con forma triangular, en el que se colocaban quince velas, siete a cada lado y una en el vértice. Podrían representar a los Doce Apóstoles y las tres Marías presentes en la muerte de Cristo. Durante el Oficio la noche del Jueves Santo, se apagan poco a poco y de modo alternativo, de derecha a izquierda y de abajo a arriba, todas las velas, excepto la del vértice. Ésta se deja encendida. Una vez que se apagan las catorce velas, el Tenebrario se esconde tras el altar.

En ese momento, todos los feligreses provocan un gran estruendo en el templo con sus carracas y matracas. Por último, el Tenebrario vuelve a aparecer desde detrás del altar, simbolizando la resurrección de Jesucristo.

El acto tenía dos elementos fundamentales. El primero consistía en apagar sucesivamente las velas del Tenebrario. Evidentemente, se hacía alusión a la oscuridad que envolvió al mundo en el momento de la muerte de Jesucristo en la Cruz. Era significativo que la vela principal, la del vértice, se debía mantener encendida. Representaría al propio Jesús, muerto y resucitado al tercer día, apareciendo e iluminando de nuevo el templo, símbolo del mundo cristiano.

El otro factor decisivo del Oficio era el ruido de matracas y carracas. La explicación simbólica se encuentra en las palabras del historiador Domingo Munuera, cuando afirmaba que “la matraca es la traducción de aquel alarido angustioso que lanzó la tierra entera, cuando Cristo Nuestro Señor expiró en la Cruz”.

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