Ambos Papas son presentados por los medios de comunicación mal intencionados como Papas contradictorios. Pero hay que recordarles a estos medios que desde San Pedro hay una línea de continuidad y coherencia. Pueden cambiar los nombres, así como Jesús de Nazaret le cambio el nombre a Pedro que se llamaba Simón, luego Simón Pedro y finalmente Cefas que quiere decir piedra, y “sobre esta piedra edificare mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella”.
Desde entonces, cada Papa cambia su nombre al aceptar el Pontificado. Por eso, la gente siempre grita “¡Viva el Papa!”. No importa cómo se llame, es el Papa. Hasta ahora, ningún Papa después de Pedro se ha llamado Pedro. Pero nada lo impide. Es un signo de veneración y respeto, así como tampoco se ha puesto el nombre de Jesús. Sea Rabí o Mesías. Los Papas son los vicarios de Jesucristo o Sumo Pontífice.
Ahora se inauguró el nombre de Francisco y el siguiente se podrá llamar como quiera: Francisco II, Francisco de Borja, Francisco de Asís, Juan Francisco. O Ignacio de Loyola o Ignacio de Antioquía o Ignacio de Santa María de los Buenos Aires, o como quiera. Así como Saulo de Tarso, o Pablo de Tarso o Paulo VI. Un cardenal al entrar al Cónclave no piensa que él vaya a ser Papa y qué nombre se pondrá; eso es superfluo, lo importante es que será Papa.
A esta canonización asistirá el Papa Benedicto XVI (Obispo emérito de Roma), novedad histórica, que se puede decir inaugura una nueva tradición, si es que otro Papa reinante renuncia en vida, y así sucesivamente. Siempre hay sorpresa y alegría cuando aparece el nuevo Papa en el balcón de la Basílica de San Pedro. Esta última ocasión, sus primeras palabras fueron:
“¡Hermanos y hermanas: Buenas noches! Ustedes saben que el deber del Cónclave es dar un Obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo… pero estamos aquí… les agradezco la acogida. La comunidad diocesana de Roma tiene a su Obispo. ¡Gracias! Y primero que nada, quisiera hacer una oración por nuestro Obispo Emérito, Benedicto XVI. Recemos todos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo custodie. (Rezó un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria). Y ahora, comenzamos nuestro camino: Obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma que es la que preside en la caridad a todas las Iglesias (Enseñado así por el Obispo mártir San Ignacio de Antioquía). Un camino de hermandad, de amor, de confianza entre nosotros. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran hermandad. Auguro que este camino de Iglesia, que hoy comenzaremos y en el que me ayudará mi Cardenal Vicario, aquí presente, sea fructífero para la evangelización de esta ciudad tan bella. Y ahora quisiera darles la bendición, pero primero os pido un favor: antes de que el Obispo bendiga al pueblo, les pido que recen al Señor para que me bendiga. La Oración del pueblo que pide la bendición para su Obispo. Hagamos en silencio esta oración de ustedes por mí. (Después de un momento de silencio, impartió la Bendición Urbi et Orbi) Hermanos y hermanas, os dejo. Muchas gracias por la acogida. ¡Recen por mí! Nos vemos pronto: mañana quiero ir a rezar a la Virgen para que custodie a toda Roma. ¡Buenas noches y buen descanso!”
Ya desde la elección de Juan Pablo I, la sonrisa franca y la explicación de cómo fue elegido, hecho que antes ningún Papa había mencionado. Sorpresa mayúscula duró sólo 33 días como Papa. Luego Juan Pablo II saludó y habló más tiempo para referirse a que había venido de lejos y cruzó las manos y los brazos sobre su pecho en señal de unión con los ortodoxos, hubiera sido muy prolijo hablar lo que ese gesto significó. Después vino Benedicto XVI, quien habló señalando que él era un simple viñador de la viña del Señor, que no tenía un programa, que su programa era el Evangelio. Su sonrisa un poco difícil, era un Papa “serio”. Y finalmente llegó Francisco, que a todo el texto transcrito arriba, añadió una mímica muy especial que no hubo antes.
Y así será siempre. “Nova et Vetera”. Todo nuevo y todo antiguo. Así será hasta la consumación de los siglos, cuando se termine esta vida temporal y empiece la vida eterna. Querer buscar otra manera es absurdo. No la hay. Sería tanto como afirmar: Todo es eterno, nada cambia, aquí todo es igual. No hay ayer, no hay mañana.
Este Pontificado es la afirmación del Concilio Vaticano II, como éste lo fue del Vaticano I, y así sucesivamente hasta el Primer Concilio de Jerusalén, cuando se iniciaba la evangelización en el año uno. Y decimos uno porque no existe el año cero. El cero lo inventaron los árabes en el siglo VII d. de Cristo. Y la expresión “a. de Cristo” es del siglo XII, posterior a Cristo.
Todo esto nos trae a reflexión este primer aniversario, en el que el gesto más notable del Papa Francisco ha sido rendir homenaje a la Urna de los restos de San Pedro, en la Plaza de la Basílica Romana, el 29 de junio, precisamente el día de San Pedro y San Pablo del año 2013.
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