Hay dos respuestas a la violencia criminal genocida del autollamado “estado islámico”, (de ese que casi ya no se habla) y la que hay en otros lugares del mundo, muchas veces fuera de los medios de comunicación porque “ya no es noticia”, y la que el mundo sufre por la destrucción de Ucrania por Rusia, y de guerras internas en varios países, y a todas se puede recurrir para detenerla de dos formas principales: el uso legítimo de la fuerza militar y la oración. La primera con dudosos resultados y más muerte y destrucción, y la segunda pacífica y conforme a la voluntad divina. En general, el recurso a la diplomacia para detener matanzas y destrucción tiene pocos o nulos resultados.
La violencia de autoridades tiránicas y de grupos criminales en el mundo, pero en especial en algunos países, es el asesinato de quienes no les obedecen, los confrontan pacíficamente, o les estorban en su actuar criminal, o que simplemente se les atraviesan en el camino, es todo ello un grave asunto cotidiano: todos los días se asesinan inocentes y hasta criminales. También para muchos medios, por ser cosa diaria, “ya no es noticia”. Y no siendo noticia, el mundo que vive en paz o al menos sin o con poco temor a la violencia asesina, simplemente se olvida del asunto. Eso de los muertos, se dicen, no es cosa nuestra.
Dentro de las formas de matar, están las de dejar intencionalmente morir de hambre, sed, de frío o por enfermedades imposibilitadas de atender, a personas, familias o comunidades enteras, amén de las del uso de armas de cualquier tipo.
Como respuesta a la violencia asesina, se reza por las víctimas, por los muertos, los torturados y los desplazados, y eso está muy bien. Pero hay que recurrir más y más a la oración para que el Señor convenza el corazón de los asesinos fanáticos, en su falsa lealtad al Islam, para que detengan sus crímenes. Todos los días cristianos son asesinados sólo por ser cristianos. Y lo mismo para todos los responsables o actores de los homicidios y destrucción que quieren fortalecer su poder sobre poblaciones y gobiernos y hasta de otros grupos o mafias tan criminales como ellos, pero que ven como su competencia intolerable.
Y a la violencia asesina que hace la criminalidad grupal, se suma la de personas que matan sin compasión hasta por supuestos motivos irrelevantes, por despecho, por celos, por odio, por rencor o por un arranque de ira. O porque se oponen a un asalto callejero. O por disfunciones psiquiátricas, incluyendo a asesinos seriales que matan por matar, o de los jóvenes que de pronto llegan a su escuela armados y matan a tantos como pueden, y hasta se suicidan. También se asesina por eutanasia, en una supuesta ayuda “humanitaria” a pacientes graves. Y ni hablar de los asesinatos por aborto provocado.
La oración. Esta es la verdadera solución a los conflictos y los asesinatos de parte de religiosos fanáticos, de tiranos, de grupos criminales o de personas asesinas. La acción divina pacificadora. Con su poder omnipotente, Dios puede detenerlos por diversas maneras, pero quiere que se lo pidamos, que oremos, y sigamos orando por la pacificación del mundo. El Señor podría enviar una miríada de ángeles con su espada en mano que en pocos momentos acabaran con la vida de todos los asesinos del mundo, pero no lo hace. Nacerían y surgirían nuevos asesinos que repetirían lo mismo.
La dificilísima petición del Señor de amar a los enemigos es orando por su conversión. Así como los múltiples casos conocidos de mártires que justo antes de ser muertos, perdonan a sus verdugos y les ofrecen interceder ante Dios por sus almas. La mejor muestra de amor es pedir al Señor por quienes odian, matan, atormentan, destruyen vidas y propiedades, y dañan hasta por el simple placer absurdo de hacerlo. Amemos a los enemigos de Dios y de su pueblo orando intensamente por su conversión, para que el Señor conmueva sus corazones.
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