Y el Espíritu Santo acertó otra vez…

La acción del Espíritu Santo no es (como lo presuponen algunos) la de un titiritero que maneja a su antojo a las marionetas que son los hombres; es una cuestión mucho más profunda y más inteligente en la que permanecen intactas la voluntad y la libertad del hombre que, poniendo la fe de por medio, busca esa inspiración para tomar una resolución, encontrar un camino o una respuesta en una encrucijada de la vida.

La acción del Espíritu Santo no es exclusiva para la Iglesia como institución; los católicos a través de nuestra vida vamos experimentando en múltiples eventos, a veces nos llega de una manera súbita e inesperada, y en otras ocasiones nos damos cuenta por resultados posteriores de que actuó en determinado momento sin casi percibirlo nosotros.

Otra cosa que se debe tener en cuenta es que la acción del Espíritu Santo es con los elementos humanos de que dispone y en los tiempos en que se necesita, cosa que el hombre que no tiene fe no puede entender; es como el que no ha estudiado los fundamentos de las matemáticas, que jamás podría resolver una ecuación integral  aunque se lo explicara el mismísimo Einstein.

Para los católicos, la acción del Espíritu Santo se manifiesta de una manera especial bajo ciertas circunstancias, como es por ejemplo la elección papal. Desde luego, no es que se posesione de la mente y del corazón de los cardenales, ni que invalide las acciones humanas, como es el de ponerse de acuerdo y pensar cuáles son las características de los posibles candidatos que puedan resolver las necesidades de la Iglesia, en primer lugar, en el orden espiritual, pero también en cuanto a organización humana, e inclusive política, ya que la Santa Sede, aunque pequeña, no deja de tener influencia en el mundo.

La elección de Benedicto XVI es posiblemente una de las elecciones donde se ha manifestado de manera más clara la acción del Espíritu Santo, porque humanamente había muchos elementos para que no se considerara a Ratzinger como posible candidato; y, una vez elegido, se podría pensar que fracasaría estrepitosamente.

Juan Pablo II fue un Papa carismático y mediático como tal vez no haya habido otro en toda la historia; ni qué decir de que su imagen cautivó a los mexicanos. El Papa polaco, en su larguísimo papado, se mantuvo fiel a la tradición de permanecer hasta el final de su vida (como popularmente decimos) en la Cátedra de San Pedro. No faltó quien lo criticara por su terrible estado de salud de los últimos tiempos. La prensa siempre se preocupa en destacar lo negativo de la Iglesia y tan sólo da voz a las opiniones de los inconformes y de los críticos. Pero detrás de esta información está el verdadero sentimiento de los millones de católicos que conformamos la Iglesia “de a pie” y que estuvimos siempre al lado del Papa y lo acompañamos en su dolor hasta el final.

Una vez que Juan Pablo II se fue a la Casa del Padre, había una tarea gigantesca que realizar. El cardenal Joseph Ratzinger presidió las ceremonias de las exequias; todo el mundo quedó impresionado por su profundidad y sencillez al mismo tiempo, pero nadie pensaba que a su edad y sin un carisma mediático pudiera suceder al Papa más popular de toda la historia.

Apuntaremos que el cardenal Ratzinger ya había renunciado a su cargo y en sus memorias escribe que nunca había querido ir a Roma, y conservaba con gran amor e ilusión su casa en Alemania, donde quería pasar sus últimos días orando, escribiendo y tocando su piano. Pero el Papa Juan Pablo le pidió que se quedara con él hasta el final.

Pues bien, si la elección Juan Pablo II fue una enorme sorpresa, la de Benedicto XVI fue mayor. ¿Cómo iba este venerable anciano, gran teólogo y hombre de profunda oración, trabajar sin el carisma al que ya se habían acostumbrado los católicos y el mundo en general? No faltaron, como sucede en cada evento importante de la Iglesia, los que profetizaron la desbandada de los fieles y una crisis mortal en la Iglesia.

Pero pronto, como ha sucedido desde el inicio de la historia del cristianismo, las expectativas de los profetas del desastre quedaron frustradas. Las audiencia papales estaban siempre llenas, e inclusive después Benedicto XVI  las regresó a la plaza, pues el Aula Magna Paulo VI era insuficiente.

Entonces, muchos dijeron que el desastre llegaría cuando Benedicto XVI viajara al exterior y las plazas y las calles estuvieran vacías; pero sucedió que en todos los lugares donde asistía Benedicto XVI, era acogido por multitudes con gran entusiasmo y respeto. Las “Semanas de la Juventud” estuvieron rebosantes de alegría y la asistencia fue de millones de jóvenes para escuchar  a este viejito sin carisma, pero que los llenaba del amor de Dios.

Tal vez lo único que faltaba era la prueba de fuego: que Benedicto viniera a México, la patria adoptiva de Juan Pablo II. Muchos inclusive pensábamos que tal vez la visita sería muy desangelada; pero el pueblo lo recibió con enorme entusiasmo. El más sorprendido de todos fue el mismo Papa, que rompiendo con su carácter y disciplina alemanas, se puso inclusive un sombrero de Charro y tuvo que salirse del programa para recibir los vítores de la gente. Se sabe que ya en Roma comentaría que después del viaje comprendió por qué Juan Pablo tenía esa predilección tan especial por México.

Haciendo un análisis sereno, podemos concluir que era muy importante que después de Juan Pablo viniera una personalidad diametralmente opuesta para demostrar que la iglesia está más allá de la misma persona del Papa, o en otras palabras, que el Papa, al servicio del Espíritu Santo, guía a la Iglesia por sobre su propia personalidad.

Pero, por si esto fuera poco, se daría una señal todavía más clara de la acción siempre nueva y sorprendente del Espíritu Santo: el hombre más tradicionalista cambiaría la tradición de que un Papa se quedara en el cargo hasta el último de sus días, y la noticia de la renuncia del Papa ocupó el 100% de las ocho columnas de todos los diarios del mundo y horarios estelares de los telenoticieros de todo el mundo, donde se escucharon desde los comentarios más profundos hasta los más descabellados, profetizando una vez más el fin de la Iglesia y hasta del mundo.

Las razones del Papa fueron muy claras y contundentes, reunían la lógica y la fe y en unas cuantas líneas; y se iba como llegó: sin aspavientos ni actitudes teatrales, con la sencillez y la fe con las que siempre vivió.

Y ahora que parecía que el Espíritu Santo se estaba especializando en las sorpresas, siguió por el mismo camino. El anuncio del nuevo Papa superó la sorpresa de los dos anteriores, algo que nadie en su sano juicio hubiera vaticinado: los cardenales eligieron a un Papa Latinoamericano, algo que muchos católicos ni siquiera alguna vez pudimos imaginar.

Y regresó el carisma, con un acento propio y se dio un hecho sin precedentes: un Papa que convive con su antecesor, dos hombre de carácter tan diferente, pero que comporten la fe de una manera tan concordante que la primera encíclica del nuevo Papa fue escrita en realidad por el anterior, como él mismo lo reconoce, aportando Francisco tan sólo algunos conceptos, algo tan sorprendente aun desde el punto de vista humano, donde el egoísmo impide reconocer los méritos de otro, que para los católicos resulta evidente que la acción del Espíritu Santo está más presente hoy que nunca en la Iglesia.

Para los que no creen, será imposible entender esta acción del Espíritu Santo en la Iglesia, porque nunca la han sentido en su propia vida, es algo vivencial; y, por lo tanto, quien no lo ha experimentado, basa sus juicios en conceptos y parámetros que no funcionan para juzgar una institución que, estando compuesta por personas con las virtudes y defectos de los seres humanos, se mantiene a través del tiempo por la acción permanente del Espíritu Santo.

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