En el mensaje del rezo del Ángelus del domingo 31 de agosto, el Papa Francisco invitó a vivir el Evangelio. Pidió que fuéramos sal de la tierra y no vinos aguados. Dijo que a veces los cristianos parecen más mundanos y que a veces en lugar de parecer vino son agua.
El Papa recomendó una formula de los tres elementos: el Evangelio, la Eucaristía y la Oración. También habló sobre cuidar el medio ambiente.
A este importante evento del Ángelus asistieron los organizadores del partido de futbol interreligioso, que es una iniciativa que busca promover el deporte, la cultura y la educación. Les deseó un buen partido.
Estuvo amenizado este evento con la banda de música de la policía italiana.
¡Buenos días, queridos hermanos y hermanas!
Siguiendo el itinerario dominical del Evangelio de Mateo, hoy llegamos al punto crucial en el cual Jesús, después de haber verificado que Pedro y los otros once habían creído en Él como Mesías e Hijo de Dios, “comenzó a explicarles que debía ir a Jerusalén y sufrir mucho, ser asesinado y resucitar al tercer día” (Mt 16,21).
Es un momento crítico en el cual emerge el contraste entre el modo de pensar de Jesús y el de los discípulos. Incluso, Pedro siente el deber de reprochar al Maestro, porque no puede atribuir al Mesías un final innoble. Entonces Jesús, a su vez, reprocha duramente a Pedro, lo pone “en su lugar”, porque no piensa “según Dios, sino según los hombres” (v. 23) y sin darse cuenta hace el papel de satanás, el tentador.
Sobre este punto, insiste en la liturgia dominical también el apóstol Pablo, el cual, escribiendo a los cristianos de Roma, les dice a ellos: “No se conformen a este mundo, no sigan los esquemas de este mundo, sino déjense transformar, renovando su modo de pensar, para poder discernir la voluntad de Dios” (Rm 12,2).
De hecho, nosotros los cristianos vivimos en el mundo, insertados plenamente en la realidad social y cultural de nuestro tiempo, y es justo que sea así; pero esto trae consigo el riesgo de convertirnos en “mundanos”, el riego que “la sal pierda el sabor” como diría Jesús (cfr. Mt 5,13), es decir, que el cristiano se “diluya”, pierda la carga de novedad que viene del Señor y del Espíritu Santo.
En cambio, debería de ser al contrario: cuando en los cristianos permanece viva la fuerza del Evangelio, esa puede transformar “los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes de inspiración y los modelos de vida” (PABLO VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 19).
Es triste encontrar cristianos “diluidos”, que parecen el “vino diluido” y no se sabe si son cristianos o mundanos, como el “vino diluido” no se sabe si es vino o agua, es triste esto. Es triste encontrar cristianos que no son más la sal de la tierra. Sabemos que cuando la sal pierde su sabor no sirve para nada. Su sal perdió el sabor porque se han entregado al espíritu del mundo, es decir, se han convertido en mundanos.
Por eso, es necesario renovarse continuamente nutriéndose de la linfa del Evangelio.
¿Y cómo se puede hacer esto en la práctica?
Sobre todo, leyendo y meditando el Evangelio todos los días; así la Palabra de Jesús estará siempre presente en nuestra vida. Recuerden que les ayudará llevar siempre el Evangelio con ustedes, un pequeño evangelio, en el bolsillo, en la cartera y leer durante el día un pasaje, pero siempre con el Evangelio, porque es llevar la Palabra de Jesús para poder leerla.
Además, participando en la Misa dominical, donde encontramos al Señor en la comunidad, escuchando su Palabra y recibiendo la Eucaristía que nos une a Él y entre nosotros; y luego son muy importantes para la renovación espiritual las jornadas de retiro y de ejercicios espirituales.
Evangelio, Eucaristía y oración. No se olviden, Evangelio, Eucaristía y oración: gracias a estos dones del Señor podemos conformarnos a Cristo y no al mundo, y seguirlo en su vida, el camino de “perder la propia vida” para encontrarla (v. 25). “Perderla” en el sentido de donarla, ofrecerla por amor en el amor (y esto comporta el sacrificio, la cruz), para recibirla nuevamente purificada, liberada del egoísmo y de la hipoteca de la muerte, llena de eternidad.
La Virgen María nos precede siempre en este camino; dejémonos guiar y acompañar por ella.
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