Ahora, les presentamos otro ensayo del Padre Carlos Chávez Shelly, titulado: Señor, ¡Que no sé hacer oración!, que nos introduce al tema de lo que es la “oración”, ésa relación especial, natural e íntima que se establece entre el ser humano y Dios Padre, su Creador (Parte 11).
… ¿CÓMO HACER ORACIÓN?
… Cartas a Dios
Ahora, te presentamos a dos muchachos jóvenes que llegaron a ser grandes santos y utilizaban el mismo “método” para orar:
San Agustín, obispo de Hipona21. Quizá conozcas sus celebérrimas Confesiones. Él hacía oración escribiéndole a Dios y sobre todo pidiéndole perdón por su vida juvenil disipada:
“Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo Tú mi guía, y ello me fue posible porque Tú, Señor, me socorriste. Entré y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad. ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por Ti suspiro día y noche. Y, cuando Te conocí por vez primera, fuiste Tú quien me elevó hacia Ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor: y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de Ti, por la gran desemejanza que hay entre Tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: “Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en Mí”.
“Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de Ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas”.
“¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníame lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en Ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, ahora te anhelo; gusté de Ti, y ahora siento hambre y sed de Ti; ,e tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de Ti22 y más adelante añade: «Conózcate a Ti, conocedor mío, conózcate a Ti como soy por Ti conocido. Fuerza de mi alma, entra en ella y ajústala a Ti, para que la tengas y la poseas sin mancha ni defecto. Ésta es mi esperanza, por eso hablo; y en esta esperanza me gozo cuando rectamente me gozo. Las demás cosas de esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más se han de deplorar cuanto menos se las deplora. He aquí que amaste la verdad, porque el que obra la verdad viene a la luz. Yo quiero obrar según ella, delante de Ti por esta mi confesión, y delante de muchos testigos por este mi escrito”.
“Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué podría haber oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría sería esconderte a Ti de mí, no a mí de Ti. Pero ahora, que mi gemido es un testimonio de que tengo desagrado de mí, Tú brillas y me llenas de contento, y eres amado y deseado por mí, hasta el punto de llegar a avergonzarme y desecharme a mí mismo y de elegirte sólo a Ti, de manera que en adelante no podré ya complacerme sino es en Ti, ni podré ser grato si es por Ti”.
“Comoquiera, pues, que yo sea, Señor, manifiesto estoy ante Ti. También he dicho ya el fruto que produce en mí esta confesión, porque no la hago con palabras y de la mente, que son las que tus oídos conocen. Porque, cuando soy malo, confesarte a Ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y, cuando soy bueno, confesarte a Ti no es otra cosa que no atribuirme eso a mí, porque tú, Señor, bendices al justo; pero antes de ello lo trasformas de impío en justo. Así, pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, es a la vez callada y clamorosa: callada en cuanto que se hace sin ruido de palabras, pero clamorosa en cuanto al clamor con que clama el afecto”.
“Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque, aunque de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él, con todo, hay algo en el hombre que ignora aun el mismo espíritu que habita en él. Pero tú, Señor, conoces todas sus cosas, porque Tú lo has hecho. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y me tenga por tierra y ceniza, sé algo de Ti que ignoro de mí”.
“Ciertamente ahora Te vemos como en un espejo y borrosamente, no cara a cara, y así, mientras peregrino fuera de Ti, me siento más presente a mí mismo que a Ti; y sé que no puedo de ningún modo violar el misterio que Te envuelve; en cambio, ignoro a qué tentaciones podré yo resistir y a cuáles no podré, estando solamente mi mi esperanza en que eres fiel y no permitirás que seamos tentados más de lo que podamos soportar, antes con la tentación das también el éxito, para que podamos resistir”.
“Confiese, pues, yo lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; Porque lo que sé de mí, lo sé porque Tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta en tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía ante Tu presencia”23.
Por último, una última “confesión de este gran santo, que antes fue un gran pecador, que te transcribo:
“Señor, ¿dónde Te hallé para conocerte –porque ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conociese–, dónde Te hallé, pues, para conocerte, sino en Ti mismo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar, pues nos apartamos y no acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar”.
“¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos lo que te interrogan sobre las cosas más diversas. Tú respondes claramente, pero no todos Te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Óptimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de Ti lo que él quisiera, cuanto a querer aquello que de Ti escuchare (…)”.
“Cuando yo me adhiera a Ti con todo mí ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de Ti. Tú, al que llenas de Ti, lo elevas; mas, como yo aún no me he llenado de Ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria”.
“¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Contienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triunfo”.
“¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no Te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; Tú eres misericordioso, y yo soy miserable”.
“¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio militar? ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. Porque, aunque goce en tolerarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese qué tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lucha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que sobrevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y poniendo en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio militar? Pero toda mi esperanza estriba sólo en Tu muy grande misericordia”.
“¡Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras!”24
NOTAS:
21 San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia Nació en Tagaste (África) en el año 354; después de una juventud algo desviada, doctrinal y moralmente, se convirtió, estando en Milán, y el año 387 fue bautizado por el obispo Ambrosio. Vuelto a su patria, llevó una vida dedicada al ascetismo, y fue elegido obispo de Hipona. Durante 34 años, en que ejerció este ministerio, fue para su grey, a la que dio una sólida formación por medio de sus sermones y de sus numerosos escritos, con los que contribuyó en gran manera a una mayor profundización de la fe cristiana contra los errores doctrinales de su tiempo. Murió en el año 430.
22 Delas Confesiones de San Agustín, obispo (Libro 7, 10. 18; 10, 27: CSEL 33, 157-163. 255).
23 Id., Libro 10, 1. 1-2, 2; 5, 7: CSEL. 33, 226-227, 230-231.
24 Id., Libro 10, 26.37 – 29,40: CSEL. 33, 255-256.
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