En el pasado Sínodo de la Familia, en su primera fase, comentaban los Obispos esta interesante reflexión: “El Evangelio de la familia resplandece gracias al testimonio de tantas familias que viven con coherencia la fidelidad al sacramento, con sus frutos maduros de auténtica santidad cotidiana”, y añadían que ese buen ejemplo nutre y alienta a otras familias que todavía esperan madurar.
Fui muchos años profesor de Primaria y Secundaria en un centro educativo en Ixtapaluca, Estado de México: “Educar, A. C.”, una labor social y asistencial con 1,600 alumnos y cuya dirección espiritual está confiada al Opus Dei. Me llenaban de regocijo esas manifestaciones de amor y cariño de los padres por sus hijos. Por ejemplo, a la hora de la entradas al colegio o a la salida.
Me decían frases como:
-Profe, le está dando tos a mi niño. Le encargo que no se quite la chamarra y quede desabrigado. -me pedía una madre.
-Esta tarea que le dejó a Christian –me comentaba un papá– de hacer una maqueta sobre un paisaje, con una carretera, un río y un lago, nos pusimos mi esposa y yo a ayudarle para que le quedara muy bien y pueda ser seleccionada en el concurso de maquetas que habrá mañana entre todos los salones de Primaria. ¡Esperemos que quede dentro de los primeros lugares, porque entre los tres le “echamos muchas ganas”!
Y efectivamente, en esa ocasión, mi alumno Christian quedó dentro de los primeros lugares y se expusieron las mejores maquetas en un aula grande y era notable la cantidad de padres de familia que asistieron a ver a los ganadores por salones. Los papás de Christian me pidieron que me tomara una foto con ellos tres y la maqueta.
También, al sonar el timbre de salida, acudían a mí madres y padres de familia para preguntarme algún aspecto que no habían entendido bien de la tarea o sobre el examen que iba a tener pronto su pequeño.
-¡Y qué te enseñaron hoy? -le preguntaba afectuosamente un papá a su hijo.
-Terminamos de ver las tablas de multiplicar.
-¿Y cuánto es cinco por cinco?
-Todavía no me las aprendo todas…
-Bueno, pues hoy en la tarde vamos a repasarlas hasta que las memorices muy bien, porque eso es muy importante. -le respondía el papá con interés.
También eran muy alegres las competiciones deportivas de futbol, béisbol, voleibol, basquetbol. Primero jugaban los alumnos y, luego, los padres de familia tenían sus “cascaritas” de futbol rápido, y toda la familia se divertía en grande. Al final, muchos matrimonios se quedaban a comer sus tortas debajo de los árboles, tocando la guitarra y cantando. Los profesores los acompañábamos con gusto. Porque era realmente un día de convivencia y de fiesta.
Al final, el capellán del colegio celebraba la Santa Misa en la amplia capilla que se tiene y, de modo espontáneo, se llenaba de papás y alumnos.
Y todo esto, ¿por qué lo relato? Porque muchos pensadores, pedagogos y líderes que defienden a la familia en diversos países de Europa y América –y que he tenido la fortuna de conversar con ellos privadamente– me comentan que con el propio testimonio de la unidad familiar es como mejor se predica. Que eso arrastra más que mil palabras, libros y discursos. Y considero que es una gran verdad que comprobé en reiteradas ocasiones.
Y hay una nota particular que añadiría: su permanente alegría e ilusión esperanzadora. Me sentía rejuvenecido al observar tanta cordialidad, buen humor y entusiasmo. Recuerdo el gran deseo y atención de los padres, cuando les dábamos los cursos de orientación familiar, en capacitarse bien para mejorar en la educación de sus hijos.
Y como señalan los Padres Sinodales, si se viven los detalles de cariño y servicio entre todos los miembros de la familia, comenzando por los propios cónyuges, y, además, la familia vive cerca de Dios, por ejemplo, asistiendo juntos a la Santa Misa dominical, todo eso definitivamente impacta y remueve a otras familias a imitarles.
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