Ante el juicio del Señor, oremos por los agonizantes

En el proceso de la vida personal, el momento más crítico para enfrentar el juicio de Dios es sin duda el de la muerte. El demonio hará todo lo que pueda para lograr que el alma que pronto pasará a la eternidad se condene. Por eso es tan importante que el moribundo, el agonizante, reciba la mayor protección divina posible, para lo cual cuenta con sus propias oraciones, si su mente es capaz de hacerlo, y las oraciones en el cielo y en la tierra de quienes oran por esta alma o en general por quienes están por morir en general.

Pero sobre todo lo crítico para llevar a esa alma al cielo es la intercesión ante el Señor. Por eso cada vez que rezamos el Ave María, pedimos a la Madre de Jesús “ruega por nosotros pecadores, ahora Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE”. Y al orar con verdadera fe y no como simple recitación de frases, María, madre nuestra también, obtendrá de su divino Hijo el favor de la contrición nuestra, para que nuestras ofensas sean perdonadas, y seamos libres del infierno. Podremos pasar por el purgatorio, pero ya somos salvos, para que cumplida la pena residual del pecado gocemos la dicha eterna de la compañía del Señor.

El estado mental, de conciencia, de los agonizantes, nos es realmente desconocido, no sabemos si se da cuenta de su situación de morir, si es consciente de la absoluta necesidad de estar en paz con Dios, si es capaz de repasar su vida y ver lo bueno y lo malo hecho, y el balance que el Señor hará de nuestra vida. Aun cuando un enfermo parezca estar en estado de coma profundo, la ciencia médica no puede asegurarlo, pues se conocen muchos casos de personas que han salido de un aparente coma y resulta que tuvieron conciencia de su entorno, que podrían escuchar lo hablado, sin poder ver o hablar.

Aún la personas que tienen muerte “instantánea”, por un accidente o infarto fulminante, pueden tener conciencia de estar muriendo, pues la detención de signos vitales puede no ser equivalente a la actividad de la mente o digamos del espíritu, y que esos momentos, clínicamente detenida la vida, esta tenga aún momentos de lucidez, para reconciliarse con el Señor y morir en paz. Sabemos que cuando se presenta el paro cardio-respiratorio final del enfermo, el cerebro tendrá todavía momentos de actividad, en los que dicha alma podrá entregarse al Señor, resistiendo los esfuerzos del demonio por arrebatarla. Y es el momento más crítico para orar por él.

Y eso nos lleva a la responsabilidad cristiana, de caridad, de orar por los agonizantes, para que se entreguen con total reconciliación con Dios nuestro Señor. Oremos por los moribundos, y al hacerlo, sus almas que gocen ya de la compañía del Señor le rogarán por la asistencia del Santo Espíritu a la hora de nuestra muerte. Y no faltarán tampoco almas bondadosas que también rezarán en el mundo por nuestra perseverancia final en nuestro propio proceso de muerte.

Oremos pues, siempre que podamos por la asistencia divina de los moribundos. A ellos les será concedida la perseverancia, y la contrición finales, para ira al cielo

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