I.- Contexto Histórico
Hoy celebramos la dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, la Catedral del Papa como Obispo de Roma, erigida por Constantino, y durante siglos la residencia habitual de los Papas.
Aún ahora el Jueves Santo, el Santo Padre preside la Eucaristía en San Juan de Letrán, con el lavatorio de los pies, para demostrar con ello que es la “Iglesia madre”, símbolo de la unidad de todas las comunidades cristianas. Con Roma. En esta Catedral se tuvieron numerosos e importantes Concilios ecuménicos.
Además, es una oportunidad de recordar que estamos todos unidos por una misma fe, y que la Iglesia de Roma, que es la Iglesia del Apóstol Pedro, es un punto de referencia fundamental de nuestra fe. (AL).
La dedicación de esta Basílica tiene un especial significado en el siglo IV, porque señaló el paso de la Reunión de la asamblea cristiana en las catacumbas a la libertad y esplendor de las Basílicas.
Por ello nos traerá también a la memoria la dedicación (consagración) de la Catedral que preside cada Iglesia particular, grande o pequeña, antigua o reciente, y la reflexión acerca del mismo templo como edificio, que nos convoca a reunirnos como asamblea, que nos facilita el desempeño litúrgico, de la forma ordenada de alabar a Dios en comunidad, considerando el valor y misterio del significado del Templo, signo y símbolo de la presencia de Dios.
II.- El Templo: Casa de mi Padre (Jn 2.17)
“Se acercaba la Pascua de los judíos” que es la primera de las tres Pascuas, que brillan y son resaltadas por el evangelista San Juan. Las otras dos son la del “Pan de vida” que Cristo va a celebrar en la Sinagoga de Cafarnaum (Cap VI); y la otra de la “Hora”, es decir el tiempo de la cruz y de la glorificación del Cap. (XII.
Jesús emerge en el Templo de Jerusalén, entre la multitud de los peregrinos, con todos los animales llevados para los sacrificios rituales, y de los “cambistas”, pues estos cambiaban las monedas imperiales “impuras” -a causa de los retratos acuñados sobre ellas- con otras que eran las monedas aprobadas para pagar las cooperaciones y diezmo, con lo que cada judío debía de colaborar para el sostenimiento del Templo.
Dos imágenes son las que particularmente subraya el evangelista:
La primera en la narración de la expulsión de los mercaderes del templo, con una cuerda de cordeles -pues en el recinto sacro no se podía introducir bastones o armas-, y que desea subrayar una solemne declaración de Jesús:
“Quiten todo de aquí, y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.
Cuando dice que sus discípulos “se acordaron”, en San Juan el uso de este verbo está lleno de resonancias bíblicas. Recordar significa comprender en plenitud, en profundidad, o acordarse, es revivir, es celebrar a la luz de la Pascua.
Y el pasaje bíblico que ilumina ésta actuación es el Salmo 69:
“El celo de tu casa me devora”.
Que es como una lamentación por la desolación, que se cambia en una profesión de confianza y esperanza.
El amor celoso, es el celo por la santidad de Dios y de su Templo, signo de su presencia, y por la pureza de la fe. Es en la persona que tiene mucha fe y en Jesús como una llamarada que incendia cualquier frialdad o tibieza, que no puede contenerse y que explota en una acción de grande intensidad que llevará además a Jesús a la ofrenda de entrega y consumación del sacrificio.
III.- El Santuario del Cuerpo de Cristo (Jn 2.21)
En la segunda parte de la escena encontramos también una solemne declaración de Jesús: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Que de por sí se convierte en una declaración provocatoria, que será aducida en contra de Jesús en el proceso ante el Sanedrín (Mt 26,61).
Una declaración entendida en directa por los testigos, que se burlaban de Jesús al decir que levantar dicho edificio del Templo, había significado 46 años de esfuerzos y trabajos.
Esta declaración adquiere su verdadero valor, cuando el evangelista cita la palabra “recordar” de nuevo y dice que cuando Jesús resucitó de entre los muertos, que en este acontecimiento, Él se refería al Templo de su cuerpo.
Es el preanuncio de un cuerpo glorioso, que desata de las ligaduras de la muerte y se revela como la sede suprema de la presencia de Dios en medio de la humanidad.
Por otra parte, la idea del cuerpo de Cristo resucitado como el Templo perfecto ya está insinuada en el prólogo del Evangelio de San Juan cuando dice “El Verbo se hizo carne y puso su tienda en medio de nosotros” (1.14). Con una alusión a la tienda del arca, lugar privilegiado de la presencia divina en medio del pueblo peregrino de Israel.
La Iglesia -como nos enseña San Pablo- es el cuerpo glorioso de Cristo dentro del espacio y del tiempo y es por ello que estamos invitados a que en la autenticidad de la transparencia de nuestras vidas, hagamos brillar la presencia de Cristo.
• “Ya que somos colaboradores de Dios, y vosotros campo de Dios, edificación de Dios… pues nadie pone otro cimiento que el ya puesto por Jesucristo” (1Cor 3,9).
• “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?…”.
• “¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo…?” (1Cor 6,15).
• “Glorifiquen a Dios, con vuestro cuerpo”. (1Cor 6,19).
IV.- Conclusiones
La enseñanza que podemos obtener es tener purificadas nuestras enseñanzas dentro de nuestros templos libres de contaminación.
Excluyendo los intereses económico, políticos, partidistas, ideológicos; o de auto exaltación; para conservar así la fidelidad a la autenticidad de la doctrina, en la plena comunión con nuestra Madre y Maestra la Iglesia; para ser cada uno, y como Comunidad de creyentes, signo luminoso de la Pascua: alegría, triunfo y victoria del Señor; así seremos verdaderos adoradores de Cristo “en espíritu y en verdad” (Jn 4.24).
Hoy es un día para renovar nuestra dimensión eclesial católica y romana. La Iglesia de Roma preside en la caridad a todas las Iglesias locales, debe ser signo puesto sobre la cima del monte, lámpara que ilumina desde lo alto, amor que dinamiza el tejido eclesial de todo el Cuerpo Místico, de todos los que confiesan el universo: Creo en la Iglesia, Una – Santa – Católica – Apostólica, que en Roma tiene su centro.
San Agustín narra en su libro de las “Confesiones” la conversión del gran orador y filósofo Victorino. (VIII, 2). Al convencerse de la verdad del cristianismo, decía al sacerdote Simpliciano: “Ahora soy cristiano”. Simpliciano le respondió: “No te creo hasta que te vea en el templo de Cristo”. Aquel le arguyó: “¿Son las paredes las que nos vuelven cristianos…? el tema quedó en el aire. Pero un día Victorino leyó en el Evangelio: “Quién se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del Hombre”. Y comprendió que el respeto humano, el miedo a los comentarios de compañeros y colegas le impedían ir a la Iglesia. Fue a ver a Simpliciano y le comunicó su decisión: “Vamos a la Iglesia, quiero hacerme cristiano”. Esta hermosa historia puede ser muy aleccionadora para nuestros contemporáneos.
Y en el Papa Francisco -sucesor de Pedro- su cabeza. “Cum Petro -et- sub Petro”-. Amén.
* Arzobispo de Yucatán
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