El Buen Pastor siempre está allí ¿y las ovejas?

Jesús es el Buen Pastor, y los cristianos sus ovejas, su rebaño. Pero en este rebaño hay ovejas, cristianos, que se alejan despreocupados porque su confort de vida les hace pensar que tienen todo resuelto, que no necesitan a ese Pastor. ¿Para qué, si aparentemente nada les hace falta? Tienen suficiente dinero, salud, casa, comida, una ocupación de la cual vivir, se la pasan bien con sus amistades, disfrutan de la vida, incluyendo la liberalidad sexual, y creen ser felices.

Pero no, siempre les falta algo: una paz interior y la verdadera felicidad, que es mucho más que el confort de vida y la diversión que puedan tener. Esa falta de paz interior es lo que lleva a los supuestos felices que creen no necesitar al Buen Pastor a estados de frustración, ansiedad, depresión y vacío interior, tan comunes en nuestros días. “¿Por qué no me siento bien si todo está bien, pero algo parece no estarlo?” se preguntan algunas de las ovejas alejadas. Porque no todo en ellas está bien; algo falta, algo quedó fuera de sus vidas.

Esas ovejas, esos cristianos que se alejan del Buen Pastor creyendo que no lo necesitan, también se alejan del resto del rebaño, se encierran en su egoísmo, y aunque luego se asustan de las insatisfechas necesidades de otras ovejas, no se ocupan en ayudarlas a mejorar sus vidas. “Pobrecitos”, piensan, “a ver cómo le hacen”. Pero vayamos al fondo del asunto.

Jesús enseñó que Él es el Buen Pastor, que cuida de sus ovejas, que no las abandona, y que puede dejar a noventa y nueve para buscar a la descarriada y devolverla al rebaño. Su rebaño está en un redil, frente a un campo abierto, donde pueden pastar y convivir con otras ovejas. Allí puede aparecer el lobo, pero el Buen Pastor lo enfrenta y lo hace huir; cuida a cada una de sus ovejas, a las que, como dijo, conoce por su nombre.

Jesús, el Buen Pastor, dijo que daría su vida por sus ovejas, y lo hizo. Y como también indicó, la recuperó en su resurrección. Allí está el eterno Pastor resucitado, con su rebaño, y dispuesto también a atraer a ovejas de otros rebaños, algo que realiza a través de la evangelización universal, incluyendo a ciertas ovejas suyas como misioneros, y con la predicación y el ejemplo de vida de las ovejas del redil.

Hasta aquí vamos bien respecto al Buen Pastor, Jesús de Nazaret. Pero, ¿y las ovejas? Ya lo vimos en los primeros párrafos. Ellas pueden permanecer junto a su Pastor, sabiendo que Él cuida de ellas, o bien, estando ante un campo abierto, pueden alejarse y abandonarlo junto con el rebaño. El Buen Pastor está listo para regresar a la oveja descarriada, pero no la trae por la fuerza; va a buscarla y la invita a volver, con su amor paternal. Y es decisión de esa oveja, de ese cristiano alejado de Dios, regresar o no al rebaño con el Buen Pastor. Jesús no fuerza a nadie; llama a los cristianos a seguirle, a estar con Él, a no alejarse ni mantenerse alejados, a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos.

Allí está el Buen Pastor, con los brazos abiertos y su corazón lleno de amor. Mantenerse en su rebaño, aceptarlo y vivir sirviendo en Su nombre al prójimo, es acogerse a la oferta de vida eterna. La oveja que desea ser buen ser humano, auténtico cristiano, haciendo la voluntad del Padre, es quien recibe en vida temporal Su amor divino y la seguridad de la vida eterna. Esa oveja cristiana que permanece en el rebaño, fiel al Buen Pastor, es quien verá al Señor por la eternidad, una vez cumplida su misión en este mundo.

Entre las ovejas dispersas, alejadas del rebaño del Buen Pastor, hay algunas que, en su confort, ignoran sus responsabilidades según la voluntad del Padre para con los demás y en Su nombre; esas se pierden para siempre. Pero otras, al vivir un evento crítico, con el paso de los años, o gracias a un buen ejemplo o consejo, escuchan la voz que las llama por su nombre y regresan al redil. La vida, de diversas maneras, enseña por qué la verdadera felicidad está en ese rebaño del Buen Pastor.

Las ovejas, los cristianos que permanecen en el rebaño divino, pueden y deben alentar a los cristianos alejados a incorporarse o reincorporarse al mismo y a tener paz en sus corazones, especialmente a través del ejemplo. Lo más importante que podemos hacer para que las ovejas alejadas vuelvan al redil de Jesús es orar, orar y volver a orar. Recordemos cómo una madre, Mónica, rogó al Señor para que su hijo Agustín dejara su vida licenciosa y volviera al redil. Y el Señor escuchó sus oraciones, abriendo la mente y el corazón de San Agustín, obispo de Hipona y doctor de la Iglesia.

¿Queremos ser una oveja protegida por nuestro Buen Pastor frente al lobo, al demonio? Mantengámonos unidos en el rebaño que Él cuida y protege. No nos alejemos por la puerta del redil, siempre abierta. Y esa unión con Él, como Jesús también dijo, es la unión con el Padre, manifestada en las buenas obras que hacemos por amor a Él en servicio al prójimo. Así, viviremos con Su paz en nuestros corazones, y la recompensa de la vida eterna será nuestra.

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