1) Para saber
Se cuenta que un hombre recibió unos guantes de regalo de un amigo. Los agradeció, pero como vivía en un clima tropical, no los necesitaba y guardó en un cajón. Mucho tiempo después se cambió a una ciudad de clima frío. Buscó los guantes y cuando metió la mano en uno de ellos, algo impidió que se acomodaran sus dedos. Para su gran sorpresa, descubrió que adentro había un billete de cien dólares enrollado en cada uno de los dedos del guante. Habían estado allí todo el tiempo, pero no se había dado cuenta.
En la vida espiritual nos puede suceder que contamos con un tesoro del que no nos damos cuenta: el Espíritu Santo. Este domingo 28 de mayo concluye el tiempo pascual con la solemnidad de Pentecostés, recordando el nacimiento de la Iglesia con la venida del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los Apóstoles.
El Evangelio nos recuerda las palabras de Jesús: “El Espíritu Santo… les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn 14,26). El Papa Francisco señalaba que consiste en hacernos ver todo según la mirada de Jesús, de modo nuevo. En el viaje de la vida el Espíritu Santo nos enseña tres cosas: por dónde empezar, qué caminos tomar y cómo caminar.
2) Para pensar
En primer lugar el Espíritu nos indica el punto de partida: «Si me aman, cumplirán mis mandamientos». El amor es lo primero y sin el amor en el centro, todo lo demás es vano. Y este amor es un don del Espíritu, por eso tenemos que pedírselo. El Espíritu es quien nos hace sentir amados y nos enseña a amar.
En segundo lugar, el Espíritu Santo nos enseña a caminar «según el Espíritu y no según la carne» (v. 4). Por eso es importante discernir la voz del Espíritu Santo y la del espíritu del mal. Las dos voces nos hablan. La voz del mal nos lleva a creer que tenemos derecho a usar la libertad como nos parezca; nos distrae con remordimientos pasados o miedos futuros. Pero después, viene la amargura, el pesimismo, la tristeza, las quejas, la impaciencia, el victimismo. La queja es el lenguaje del espíritu del mal, dice el Papa. El Espíritu Santo, en cambio, nos invita a no perder la confianza, nos toma de la mano y consuela, nos lleva a lo concreto, a amar aquí y ahora.
En tercer lugar, el Espíritu Santo nos enseña cómo caminar: todos juntos, como Iglesia, abrirnos a todos, olvidarnos de nosotros mismos y, nos enseña a ser una casa acogedora. Así rejuvenece a la Iglesia.
3) Para vivir
En el mundo del jazz, hubo un músico llamado Dizzy Gillespie. Ha sido uno de los grandes nombres del jazz. Uno de sus símbolos era una trompeta torcida. Esta costumbre nació de un accidente. Cuando Gillespie se alojaba en un hotel neoyorkino al llegar a su habitación se encontró con su trompeta totalmente torcida. Sucedió que uno de sus amigos de forma distraída y accidental se sentó sobre el instrumento doblándolo. Gillespie tenía que tocar inmediatamente, tuvo que usarla así. La sorpresa fue que su sonoridad le entusiasmó tanto que la adoptó de por vida. Incluso encargaba trompetas con ese defecto. Esa trompeta torcida fue su símbolo.
De manera similar, el Espíritu Santo logra que aunque tengamos imperfecciones, lleguemos a la santidad, precisamente en nuestra lucha constante contra ellas.
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