Fe para los amigos

Cuando un cristiano vive la fe como algo digamos normal, algo recibido desde el bautismo y que vive en familia, y se procura cumplir con el Señor de buena manera, puede parecer extraño que alguien cercano, familiar o amistad, nos diga que no cree, que no puede creer, porque… no tiene fe, que la perdió. Peor, que nunca ha tenido fe, que nunca ha creído en Dios.

Cuando nos encontramos con una persona cercana, es decir, con la que podemos dialogar que dice no tener fe, siempre hay algo que podemos hacer. La verdad, es que difícilmente encontraremos auténticos descreídos, aunque los hay, verdaderos ateos. Muchos, son ateos muy cómodos en su ateísmo, del que no quieren ni pensar en dejar a un lado o ponerlo siquiera en duda.

Muchos de quienes dicen no tener fe, por haberla perdido, en realidad pueden esconder excusas para no cumplir las obligaciones que la religión impone, se niegan a orar, a asistir a ceremonias religiosas, comenzando por la misa católica, y no quieren pensar ni hablar sobre la muerte y su más allá, la vida del espíritu después de la vida en este mundo, que es la única que conocen. Pensar en la eternidad para quien se aleja voluntariamente de la fe, es muy, muy incómodo.

Decir que Dios no les da la fe es una excusa también, pues el Señor no la niega a nadie, puede ser mucha o poca, pero la fe siempre está sembrada en el alma humana. Nos preocupa, a quienes creemos, el futuro de un alma descreída, y por razones de vida y de eternidad. Nos preocupa que su alma se pierda, al no arrepentirse de sus ofensas a Dios y al prójimo, pues no reconocen la responsabilidad de las cometidas.

Pero también nos preocupa que una persona descreída, que no acepta la virtud de la fe, no tenga en esta vida la paz que da el Señor a quienes le sirven y le aman. Confiar en Dios nos da paz interior, amor y esperanza, para hacer el bien que podamos, para obedecer los dos grandes mandamientos de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo.

Declararse no creyente, decir que no se tiene fe o que la ha perdido, es una condición muy cómoda, pues libera de responsabilidades que Dios nos impone, esas de amarlo y amar al prójimo en obras de amor, de caridad. El extremo es una persona de conducta desordenada, de libertinaje tan cómodo por no tener que darle cuentas a ningún Dios. ¿Qué haremos ante alguien con quién podemos dialogar que dice no tener fe? Por supuesto que, primero que nada, orar al Señor porque le abra el corazón y la mente a la existencia de Dios y de su amor por nosotros. La oración persistente. Y ante una persona que se niega a hablar de fe, oremos con más insistencia.

Cuando oramos, no sabemos en qué momento o de qué manera obra Dios para hacer que esa persona se convierta y sienta su fe y obre en consecuencia. Podemos ver y creo que, si no todos sí muchos de nosotros hemos tenido esas vivencias, de amigos que existiendo como si no creyeran, empiezan a hablar de Dios, a reconocerlo en sus vidas y hasta a rezar, a poner sus vivencias ante la presencia y acción de Dios. Personas alejadas de Él regresan, quizás no inesperadamente, pero sí a través de un proceso corto o largo, aunque se dan por supuesto casos en los que un evento singular, de esos que solamente se pueden esperar de una intervención divina, hasta un milagro, les hacen comenzar o regresar a una vida de fe.

Quienes se niegan a creer, a tener fe, no pueden explicarse ni el origen del universo con su maravillosa organización, menos de la persona humana y de la mente, absolutamente superior a toda lo viviente que existe. Hablar de ello les incomoda, no tienen respuestas a cualesquiera preguntas sobre estos temas, y los evaden, tras excusas para cambiar de tema. La conciencia humana, el bien y el mal, la trascendencia espiritual postmortem que de alguna manera se manifiesta, es otro tema difícil y que se evade. Sin embargo y con sagacidad, son asuntos que podemos sacar a colación en conversaciones con los familiares y amigos alejados de la fe.

Pero en diálogos, cada vez que podamos hablar sobre la fe en Dios y sus obras con los alejados o renegados de su fe, debemos hacer cierta forma particular de oración y es de pedir entonces al Espíritu Santo que guíe nuestra mente, nuestro corazón y nuestro decir, para que influyamos en nuestro descreído familiar o amigo, y que ello le lleve a reflexionar y a descubrir o redescubrir la fe que el Señor haya puesto en esa persona y la haya enriquecido.

De una forma u otra, la mejor manera de ayudar a alguien a reconocer y vivir la fe del Señor siempre será en base a nuestras oraciones.

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