1) Para saber
A fines de octubre, a cien años de la Primera Guerra Mundial, unos jóvenes, le transmitieron al Papa Francisco sus inquietudes y temores ante las amenazas del mundo de hoy en que se contempla el odio, la división y la indiferencia de muchos. Y le hicieron una petición: “Santo Padre, ¿compartiría con nosotros su secreto? ¿Cómo mantiene usted la alegría y la esperanza a pesar de las dificultades y las guerras de nuestro tiempo? ¿Cómo persevera en el servicio al enfermo, al pobre y al desamparado?”
El Papa comenzó por decirles que no tenía mucha idea, pero tal vez fuera por su personalidad un tanto inconsciente que le llevaba a rezar y abandonarse. Añadió que el Señor le había dado la gracia de tener una gran confianza, la de abandonarse a su bondad. Y como Él no lo abandona, entonces eso lo hace más confianzudo, y puede ir adelante con Él.
Afirmó el Papa: “Yo sé que Él no me va a abandonar. Y rezo. Eso sí, pido… Él no falla. Y he visto que Él es capaz, a través, no digo a través mío, sino a través de la gente, de hacer milagros. Yo he visto milagros que el Señor hace a través de la gente que va por este camino de abandonarse en sus manos”.
2) Para pensar
En Dios siempre se puede y se debe confiar, sabiendo que nunca nos va a fallar.
Una periodista, Paloma Gómez Borrego, escribe en un libro que cuando viajó a Lituania, un país que estuvo sometido al comunismo por 45 años, se sorprendió que en ese tiempo la gente había perdido la confianza entre sí, pues siempre existía el peligro de ser delatados, incluso entre parientes o amigos. Aunque, gracias a Dios, la van recobrando poco a poco.
Cuenta que en esos años de comunismo, en un cementerio de Vilnius, la capital, muchas tumbas tenían un banquito muy rústico al lado. Cuando preguntó el porqué de esa costumbre, se sorprendió de la respuesta. Le dijeron que servía para que se sentaran y «hablaran» con los seres queridos, para confiarse, para desahogarse con ellos, sabiendo que nunca los delatarían, y podían hablar con libertad.
3) Para vivir
El Papa dice que parte de ese “secreto” son dos actitudes que menciona san Pablo para predicar a Jesucristo: el coraje y el aguante. El coraje para ir adelante y el aguante de soportar el peso del trabajo. Y esas cualidades deben darse también en la oración. Puso el ejemplo de Abraham cuando, como buen judío, le regatea a Dios. Que si son 45, que si son 40, que si son 30, que si son 20. O sea, es un ‘caradura’. Él tiene coraje en la oración.
Si nos falta ese coraje, indica también falta de confianza. Rezar, pues, con coraje. Nuestro Señor nos lo dijo: ‘Todo lo que ustedes pidan en mi nombre, si lo piden con fe, y creen que lo tienen, ya lo tienen’.
Y después, el aguante. Aguantar las contradicciones, los fracasos, los dolores, las enfermedades, las situaciones duras de la vida. Aguantar en la vida hasta ser dejado de lado, rechazado, sin vengarse con la lengua, la calumnia, la difamación.
En resumen, el “secreto” sería: Una sana inconciencia, que lleva rezar y abandonarse, saber que es Dios quien hace las cosas. Y además del coraje y aguante y una más: salir a la periferia.
Pero esta última la comentaremos en el próximo artículo.
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