¡A cantar villancicos!

La vida interior –aunque a veces no lo parezca– nunca está callada.  Si usted pone algo de atención (o de silencio), verá que siempre existe una música de fondo provocada por emociones o estímulos externos que cuando menos imaginamos irrumpen en nosotros.

Una de las épocas que más me emocionan y hacen surgir mi música de fondo, es sin duda la Navidad. Desde niña la disfrutaba mucho; y más aún, las tradiciones como los Nacimientos.

Recuerdo uno de mis preferidos, se encontraba debajo de un frondoso árbol adornado con grandes esferas en la casa de la familia Odriozola Elizondo, allá por el Obispado.

Cómo me gustaba también el Nacimiento que se exponía en la recepción de un famoso banco en la esquina de Hidalgo y Gonzalitos, o el que colocaba mi abuelita Licha al fondo del pasillo de su casa en Saltillo.

Además de los Nacimientos, me encantaban los villancicos, porque me hacían sentir más la Navidad. No podía faltar en la cena de Noche Buena la canción de los pastores que corrían presurosos a Belén, o la campana sobre campana, o los peces que bebían en el río…

Pasaron los años, y resulta que cierto día leyendo a Chesterton me llevé una gran sorpresa. Descubrí en uno de sus libros toda una cátedra sobre los villancicos antiguos. Sobre todo aquellos de la Edad Media.

El periodista inglés explicó con claridad por qué es ahí, en esas melodías, donde hallamos lo que hace que la Navidad sea poética, consoladora y solemne, pero “en primerísimo lugar lo que la hace emocionante”.

“Lo emocionante de la Navidad reside (…) en una paradoja vieja y muy sabia. Descansa en la gran paradoja de que el poder y el centro del universo entero pueden hallarse en un pedacito de material al parecer diminuto, y que el curso de las estrellas puede hacer ronda a un portal destartalado.  Y resulta extraordinario constatar cómo esa sensación de la paradoja del pesebre ha escapado por completo de los teólogos más brillantes e ingeniosos, mientras que se conserva en los villancicos. En ellos, por lo menos, nunca se ha olvidado que el asunto central de la historia que había que contar era que alguna vez el Absoluto rigió el universo desde un establo”, escribió Chesterton.

 

Al volver a recordar aquella sabia explicación sobre los villancicos, no pude evitar pensar en cómo se ha desvirtuado la Navidad en los últimos años.

 

Y esto no sólo lo podemos ver en la reducción de los Nacimientos en hogares y comercios, o en el poco interés por escuchar villancicos en estas épocas, o en la escasez de auténticas Posadas. Ahora la novedad es que la pérdida del sentido cristiano de la Navidad se manifiesta también en el lenguaje.

Cada vez más la tradicional palabra Navidad, que significa natividad o nacimiento del Señor, está siendo sustituida por la palabra “fiesta”, un término que nada tiene que ver con lo que celebramos.

“¡Felices Fiestas!”, dicen ahora cantidad de mensajes, anuncios o tarjetas que pretenden borrar de un plumazo la palabra Navidad.

Estimado lector, si usted quiere que siga brillando en México esta gran celebración, lo invito a no dejar la tradición de escuchar con su familia aquellos antiguos villancicos. No vaya a ser que entre campana y campana, pastores corriendo, y peces que quieren ver al Dios nacido, nuestros niños comprendan mejor quién es el festejado, y cuando sean mayores se encienda en esta época su música de fondo.

¡Feliz Navidad!

 

 

@voxfides

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