El tema de la inteligencia artificial (IA) está candente. No dejan de ser inquietantes, por ejemplo, los panoramas distópicos que describe Yuval Noah Harari en su trilogía (especialmente en Homo Deus), sobre el futuro, o más bien el fin de la humanidad, causado por una IA fuera de control. La relevancia del problema ha permeado incluso los salones vaticanos, y la Pontificia Academia para la Vida ha firmado junto con Microsoft, IBM y la FAO un documento aprobado por el papa Francisco, al respecto. Se trata del “Llamamiento de Roma a la Ética de la Inteligencia Artificial” (Rome Call for AI Ethics, 28 de febrero de 2020). Aunque incipiente, no deja de ser un paso importante frente a un gran tema, improrrogable, de nuestro tiempo.
A más de un año de su publicación, no ha perdido nada de su actualidad. Por el contrario, se ha buscado una sinergia más amplia, que sirva de incluso como herramienta de diálogo interreligioso, involucrando a representantes de las otras religiones monoteístas –judíos y musulmanes-, para reflexionar al respecto. Incluso el papa Francisco, en noviembre de 2020, eligió la ética de la IA como su intención de oración mensual (“Recemos para que el progreso de la robótica y la Inteligencia Artificial esté siempre al servicio del ser humano”) y elaboró un sugerente video al respecto.
La IA, como toda actividad humana, no debe sustraerse de la perspectiva ética. Tiene carácter de medio, un medio muy poderoso para cambiar el mundo y nuestras vidas. Nos corresponde a nosotros dirigirlo, de forma que sea para bien de la humanidad y no en su detrimento. Ahora, al encontrarnos en los albores de ese desarrollo –porque está llamado a crecer en forma muy acelerada- estamos todavía a tiempo de tomar decisiones y encauzar las investigaciones, poniéndoles determinados candados, para que efectivamente sirvan y no suplanten a la humanidad.
Las recomendaciones morales que ofrece el documento, son muy generales. Pero es un primer paso tímido, pero necesario, en la dirección correcta. “Para que el avance tecnológico se alinee con el verdadero progreso de la raza humana y el respeto por el planeta”, debe cumplir con una serie de requisitos, a saber: “Incluir a todos los seres humanos, sin discriminar a nadie; debe tener el bien de la humanidad y el bien de cada ser humano en su corazón…; debe ser consciente de la compleja realidad de nuestro ecosistema y caracterizarse por la forma en que cuida y protege el planeta… Además, cada persona debe ser consciente de estar interactuando con una máquina”.
Efectivamente, el papa señala en su video que “si el progreso tecnológico aumenta las desigualdades, no es un progreso real.” Es decir, todos debemos beneficiarnos de la IA; no debe servir de instrumento para segregar a una parte de la población, normalmente los más pobres y marginados. Ahora bien, no vaya a pensarse que se afronta el problema de la IA desde una perspectiva exclusivamente preventiva, con un marcado cariz negativo; por el contrario, también se aborda con una perspectiva esperanzadora, pues se espera que para el 2050 seamos diez mil millones de seres humanos, y sólo gracias a esa IA va a ser posible alimentarlos a todos. Es decir, como toda actividad humana, tiene sus pros y sus contras, pero reclama urgentemente tomar cartas en el asunto, antes de que se nos vaya de las manos.
El documento concluye definiendo la “algor-ética” según los siguientes principios: “1. Transparencia: los principios de la IA deben ser explicables; 2. Inclusión: deben tener en cuenta las necesidades de todos los seres humanos; 3. Responsabilidad: quienes diseñan e implementan la IA deben proceder responsablemente; 4. Imparcialidad: no actuar de acuerdo a prejuicios, salvaguardando así la equidad y la dignidad; 5. Fiabilidad; 6. Seguridad y privacidad”. Como se puede observar, con solo enunciarlos, se ve que falta mucho todavía por hacer, o que se trata de una aspiración ideal. No importa, es preciso tener claro el fin, a dónde queremos llegar, cómo queremos vivir, antes de que los cambios tan vertiginosos de nuestra tecnología inviertan el sentido, y en vez de que ella esté a nuestro servicio, nosotros nos volvamos obsoletos frente a ella. Todavía estamos a tiempo de evitar que las tétricas profecías de Harari se hagan realidad.
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