Las reacciones en la prensa nacional sobre los acontecimientos de París fueron muy interesantes. El común denominador fue la condena acompañada de un honesto intento por entender el terrorismo del Estado Islámico, si bien permanece la dificultad de vincular París con la vida cotidiana de musulmanes del común, cristianos y otras minorías en Medio Oriente y África. Me parece normal.
Las grandes agencias noticiosas casi lo han borrado de su mapa y suelen presentarlo, cuando lo hacen, como el anecdotario de un mundo lejano, ajeno, salvaje y subdesarrollado. Una perspectiva holística haría mucho bien. Sin embargo, hubo entre las reacciones algo que llama a preocupación, pues mostró una inequívoca vena antisemita, antijudía, aderezada de condenas a musulmanes y cristianos. Su foco es el laicismo pedestre que censura a las religiones de bulto. Un caso patético del prejuicio sacrofóbico que alimenta su ignorancia autoinducida.
Su argumento central es ramplón. El Dios de los judíos es el mismo de los musulmanes dada su raíz abrahámica, quien resulta ser un Dios de odio y venganza, al cual los cristianos también acaban por obedecer. Estas religiones serían, entonces, un opio maligno y fuente primigenia de violencia. La solución sería, en consecuencia, desaparecerlas del mapa terrestre.
Esto, que parece broma, no lo es. Se trata del predicado central del laicismo pedestre propuesto por parte dominante de la intelectualidad occidental y que les torna incapaces de entender las religiones en su expansiva complejidad. Al fanatismo religioso le corresponde la ceguera y sordera laicista rayana en otro fundamentalismo no menos autorreferencial. Reconozcamos la gran sabiduría del viejo profesor Ratzinger. Sólo el fortalecimiento de un Estado verdaderamente laico, erigido sobre el principio de la libertad religiosa, puede promover el diálogo en la razón y así, en la razón, alcanzar formas de auténtica convivencia democrática, en donde las religiones encuentren su lugar como legítimas expresiones culturales de la sociedad civil.
Llama a preocupación este prejuicio pues acaba por culpar a la religión hebrea, esencia de la identidad judía, de los desmanes del fanatismo bajo pretexto musulmán. Erigidos en teólogos improvisados, devienen en promotores del antisemitismo.
Soy católico, heredero de la tradición religiosa judía a la cual Jesús perteneció. No acepto esos lacerantes ataques. El Dios de Abraham, Isaac y Jacob es el Dios de Jesús, el mismo que habló a Moisés, desde la zarza ardiente, del amor por su pueblo, de cómo su llanto había subido al cielo y de su decisión de liberarlo de la opresión del Faraón.
Para ello, Moisés tenía que hablar, llamar a la razón al poder egipcio para que liberara a su pueblo. Sólo en la pésima película de Ridley Scott, Moisés es presentado como un terrorista. Mal harían los intelectuales del laicismo pedestre en sacar su “sabiduría bíblica” de semejantes producciones. Las religiones son expresiones culturales legítimas y muy complejas. Reducirlas a un discurso de odio mediante teologías de pacotilla desvela una voluntad discriminatoria, nacida de una ignorancia portadora de un antisemitismo que hoy queda evidenciado.
El Nazareno explicó la naturaleza de Dios en el Sermón de la Montaña (Mateo, 5), donde predicó las bienaventuranzas, el perdón a los enemigos, la caridad como camino de reconciliación en la humanidad. Verdades que son evidentes a la razón, incluso si usted no cree en Dios, y que ninguna religión niega. Nadie se llame a engaño.
El antisemitismo alimenta al laicismo pedestre. Como cristiano lo rechazo. Ratzinger tiene razón.
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