Benedicto XVI y Cristo Rey

El domingo 23 de noviembre, se celebró la fiesta de Cristo, Rey del Universo, que marca el cierre del año litúrgico en la Iglesia Católica.

El ahora Papa emérito Benedicto XVI realizó, en 2012, una visita a México, teniendo como punto central la celebración eucarística el domingo 25 de marzo a los pies del Monumento a Cristo Rey, en el cerro del Cubilete. Con esta conexión es oportuno rememorar algunos hechos de trascendencia en el pontificado de nuestro distinguido visitante.

El 11 de febrero de 2013, fiesta de la Virgen de Lourdes, los periodistas no consideraban de mucha importancia cubrir el consistorio del Papa y sus cardenales agendado para ese día: se firmaría un decreto relativo a la canonización de tres nuevos santos, entre ellos una mexicana, la Madre “Lupita”.

Inició con toda puntualidad y se desarrolló con la mayor normalidad, pero S.S. Benedicto XVI quiso anunciar una decisión de suma trascendencia para la Iglesia y para el mundo: su renuncia. Manifestaba que con toda libertad renunciaba al cargo que aceptó el 19 de abril de 2005, por lo que la Sede de Pedro quedaría vacante a partir del 28 febrero próximo a las 20:00 horas tiempo de Roma, así que se debería elegir a un nuevo Pontífice, a un nuevo jefe de la Iglesia Católica.

Comunicó su decisión en latín y tanto cardenales como los contados reporteros presentes se hallaban incrédulos de lo que acababan de escuchar; no obstante, no había duda de lo que ocurrió en ese consistorio que no aparentaba mayor interés.

Su renuncia confirmó su personalidad humilde y su total confianza en Dios, ya que es Él quien conduce a la Iglesia a través de los tiempos y todas las circunstancias, sabedor que –no obstante sus capacidades sobresalientes– su lugar ahora no es al frente sino en la oculta oración.

En la misa inaugural de su reinado mencionó: “Dios no quita nada y lo da todo…”, bien podría ser la frase que equivaldría al “No tengan miedo” de Juan Pablo II, su pontificado está salpicado de frases en sus discursos y en sus escritos poderosamente luminosas.

La visita a México fue un hito en su peregrinar, rompió varias veces lo planificado, usó más de lo estimado el “Papamóvil”, aceptó varias veces el sombrero de charro y al final dio un discurso totalmente improvisado en el que se entregó a México. La misa la ofició en latín a los pies de Cristo Rey, en Silao, Guanajuato, completando el deseo de su predecesor de ir a este santuario, acudieron alrededor de 600 mil personas.

Fue quizás en la apertura a las otras confesiones cristianas y a aquellos que no están en plena comunión con la Iglesia donde recogió los mayores frutos. Levantó la excomunión que pesaba sobre los obispos consagrados por Marcel Lefebvre, de la Fraternidad de San Pío X, que se caracterizan por disentir del contenido del Concilio Vaticano II, lo que le valió frente a este acto de compasión una enorme incomprensión, incluso de los propios católicos, no obstante dejó el camino libre para que regresen plenamente.

Otro hecho insólito que poco o nada apareció en la prensa fue el regreso de varios obispos anglicanos y su grey a la comunión con la Iglesia Católica; de hecho, publicó un documento para que pudieran conservar ciertos aspectos propios de su herencia particular. Fue un luchador por la unidad.

Pero lo más impactante de Benedicto XVI es su corazón, sufrió frente a la incomprensión, lloró con los indigentes romanos atendidos por la caridad católica, se alegró ante la algarabía mexicana, perdonó al mayordomo que filtró documentos confidenciales y, más aún, lo indultó, prometió su obediencia al futuro Papa. Hoy en la humildad, en el silencio, toma su cruz de cada día y sigue a Jesús en el monasterio Mater Ecclesiae, en el Vaticano.

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