A la vez que el matrimonio es motivo de mucha alegría, también es duelo. Significa una renuncia de sí mismo y el abrasamiento de una nueva realidad. Lo mismo significa el misterio Pascual (la Pasión y Resurrección de Cristo), una separación dolorosa, seguida de reencuentro glorioso con un futuro esperanzador y fecundo entre la Iglesia (la novia) y Cristo (el novio). Y así también lo fue la revelación de Dios en las Apariciones de Santa María de Guadalupe para los naturales de esta tierra, predecesores nuestros, cuyo fruto –a costa del destierro de la idolatría– somos nosotros, los mestizos, llamados mexicanos.
Y es que en las tradiciones antiguas de los casamientos –como lo describe Sahagún– la novia era como lo es la Iglesia para Cristo, como lo es Santa María para nosotros: Bienaventurada. Cuando la novia era llevada al encuentro del novio, “iban todos ordenados en dos rencles, como cuando van en procesión, acompañándola; pero los parientes de la moza iban en torno a ella en tropel, y todos llevaban los ojos puestos en ella. Y los que estaban en la mira por las calles, decían a sus hijas: “¡Oh bienaventurada moza!, mírala, mírala cual va, bien parece que ha sido obediente a sus padres y ha tomado sus consejos… Esta moza que ahora se casa con esta honra, bien parece que es bien criada y bien adoctrinada, y tomó bien los consejos y doctrinas de sus padres y madres; honrando a sus padres no los desobedeció, mas antes los ha honrado como parece ahora”.
Bien parece una imagen de Santa María y nosotros.
Después de la noche del casamiento, las parientas del novio le decían a la novia: “Hija mía, vuestras madres, que aquí estamos, y vuestros padres, os quieren consolar; esforzaos hija, no os aflijáis por la carga del casamiento que tomáis a cuestas, y aunque es pesada, con la ayuda de Nuestro Señor la llevaréis, rogadle que os ayude; placerá (a) Nuestro Señor que viváis muchos días y subáis por la cuesta arriba de los trabajos; por ventura llegaréis a la cumbre de ellos sin impedimento ni fatiga que os envíe Nuestro Señor… Sed bienaventurada y próspera como deseamos”.
Santa María, después de la Pasión de Cristo, quedó sola, y sólo con la presencia en el Sacramento de Cristo en la Eucaristía. A partir de esta soledad y comunión fecundas, es como Dios construye su Reino trans-históricamente hasta la segunda Venida de Cristo.
Por lo pronto, nuestra felicidad, nuestra bienaventuranza, la tenemos en asumir nuestra condición de hijos de Dios y de la Iglesia, y realizar la misión de esposos fieles a la Voluntad de Dios, así que la vida toda sea un testimonio de Cristo entre nosotros. En consecuencia (Gén. 3, 17; Mat. 5, 3-12), consideremos para nosotros las palabras que la suegra del recién casado hablábale de esta manera:
“…, ya sois nuestro hijo muy tiernamente amado; entended, hijo, que ya sois hombre, y hombre casado, y hombre que tiene por mujer a nuestra hija; no os parezca cosa de burla, mirad que ya es otro mundo en donde ahora estáis, ya estáis en vuestra libertad, otra manera de vivir habéis tomado de la que habéis tenido hasta ahora;… no os conviene de aquí en adelante andar en los vicios que andan los mancebos, como son los amancebamientos y burlerías de mozos y chocarrerías, porque ya sois del estado de los casados que es tlapaliui;… enseñaos a los trabajos y las fatigas que habéis de sentir en el corazón y en el cuerpo, durmiendo en los rincones en las casas ajenas, en las portadas de las casas donde no conocéis; haceos a los trabajos de pasar los arroyos y de subir las cuestas, y de pasar los páramos; haceos a los trabajos de pasar grandes soles y grandes fríos no habréis menester de templar el calor del sol con el aventadero de plumas que habéis de llevar en la mano;… es menester trabajar con todas las fuerzas para alcanzar la misericordia de Dios”.
Nuestros antepasados nos muestran el camino del matrimonio como un camino cuesta arriba, de trabajos, dificultades que requieren esfuerzo, trabajo, sacrificio… virtud. El matrimonio era concretado mediante el anudamiento del huipil de la doncella y el ayate del mancebo, ayate donde quiso quedarse plasmada Santa María de Guadalupe, ayate que es el portador de la divinidad como el mismo matrimonio que es elevado a sacramento, es decir, a la condición de sagrado.
Nuestros antepasados, siguiendo la ley natural, le dan la importancia y la seriedad que tiene el matrimonio en la vida del hombre y la sociedad.
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