Con cierta perplejidad, asistí al linchamiento mediático de Santa Teresa de Calcuta. Realmente me sorprendió que alguien tuviera algo que objetar a esta gran mujer. Seducido por la curiosidad, me di a la ingrata tarea de leer panfletos y demás material que enlodaba a tan gran santa. Quizá la raíz de toda esa virulenta crítica se encuentre en Christopher Hitchens, el periodista inglés al que le queda pequeño el traje de ateo, prefiriendo calificarse como “antiteísta”.
A partir de su documental “Ángel del Infierno”, de 1994, se comenzó a difundir una percepción sesgada y marcadamente tendenciosa de la santa. Y como sentenció Goebbels: “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”. Algunos periodistas viajaron a Calcuta y visitaron sus casas de acogida, pero de sus relatos no se colige que buscaran la verdad, sino sencillamente cebarse describiendo sombríamente todo lo que observaban. Diríamos que no había presunción de inocencia, sino más bien de culpabilidad, y una desesperada búsqueda de tener algún material para justificar sus acerbas críticas.
Salieron incluso artículos “de fondo” en revistas porno difamándola y satirizándola. Lo curioso es que no se conoce, por el momento, nada que estos autorizados críticos hayan hecho por la humanidad, además, claro está, de criticar a quienes no piensan como ellos. Es lógico que a una revista porno no le guste el modelo de mujer ofrecido por la Madre Teresa, pues va contra sus principios y contra su negocio. Desde su elevada altura moral descalifica a la santa por motivos éticos, juzgando que ella siempre actuó por oscuros intereses inconfesados. Ellos, en cambio, seguramente desnudan a la mujer y obtienen pingües ganancias con ello por algún fin altruista.
La búsqueda de elementos negativos en su vida es exhaustiva. La cuestión, obviamente, es preguntarse si le hace justicia. Ella recibió dinero de personas que después fueron condenadas por corrupción. En el momento de recibir el donativo no se sabía de su procedencia ilícita. Se tomó fotos con déspotas que la apoyaron, permitiéndole abrir una casa para menesterosos en su país. Minimizó el divorcio de Lady Diana, etcétera.
No aparece, sin embargo, ningún intento de comprender a esta mujer, de entender su comportamiento. No hay entrevistas a las muchas misioneras de la caridad que se sienten felices realizando su misión, o a las millones de personas que se muestran agradecidas por su trabajo; no se describe la sacrificada vida que llevan las religiosas, gastándose por los pobres. Es decir, se trata de una visión bastante selectiva de los hechos, que busca exclusivamente aquello que pueda ofrecer algún punto de apoyo para criticar su vida y su labor.
Incluso, los ateos la atacan de atea (¿pero esto, no era bueno en realidad?). Ofrecen como prueba los textos de su correspondencia que evidencian la vivencia de una profunda “noche oscura del alma”, fenómeno ampliamente conocido y descrito en los tratados de teología espiritual, bastante común en la vida de los santos, y una muestra más de su heroicidad, pues despliegan una generosa y abundante vida de piedad, careciendo de la menor motivación sensible para ello. Es decir, dicha crisis de fe es, paradójicamente, la expresión vigorosa de una profunda vida de fe.
A Teresa de Calcuta no le interesaban las teorías, ni los cálculos políticos, ni los equilibrios mediáticos. Le interesaba Jesús, a quien descubría en los pobres. Veía el dolor desde una perspectiva sobrenatural, como medio para unirse e identificarse con Cristo, para ganar la vida eterna. Careciendo de esta perspectiva, se sacan sus palabras del contexto en el cual adquieren pleno sentido. No le preocupaba la legitimidad del gobernante, ni que se aprovechara de la foto con ella. Le interesaba el pobre que gracias a ese apoyo ella y sus hijas podrían ayudar.
Las sumas de dinero se dedicaban íntegras a mantener las 594 casas de acogida y a las 3 mil 914 religiosas que dedicaban su vida al cuidado de los enfermos, teniendo como patrimonio exclusivamente un par de sandalias, dos hábitos y un jabón. Seguramente se pueden hacer mejor las cosas. No tienen hospitales de primera generación, pero ofrecen cariño, cercanía, trato humano.
Si se piensan bien las cosas, desapasionadamente, esas desesperadas críticas son patéticas. Su causa es un colosal enfado, pues la vida y la obra de la santa desmonta la triste y falsa caricatura, construida con tanto esfuerzo, que presenta a la Iglesia y a las personas religiosas como si fueran una organización mafiosa. Enojo por tener que reconocer la encomiable labor de una mujer que nunca se tentó el corazón para denunciar la crueldad del aborto. Es lógico entonces que mientan, pues como decía Jesucristo “Vosotros tenéis por padre al diablo… no hay verdad en él. Cuando habla de la mentira, de lo suyo habla, porque es mentiroso y padre de la mentira”.
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