El Papa anunció la creación de diecisiete nuevos cardenales, trece de los cuales se suman al colegio electoral y otros cuatro coadyuvan a dibujar la intimidad del corazón de Francisco. El consistorio en el cual les será impuesto el birrete rojo se llevará a cabo la víspera del cierre del año jubilar de la misericordia, un tiempo de reflexión y discernimiento que ha calado profundo en la vida de la Iglesia y, en mi opinión, clave de interpretación de estos diecisiete nombramientos.
La misión más importante de un cardenal no es solamente formar parte del colegio electoral para elegir a un nuevo Papa. Su cometido principal es ser el ayudante por excelencia del sucesor de San Pedro. En esta lógica, nos dice tanto la creación de un cardenal elector, como de otro emérito. Los Papas, al escoger a estos ayudantes, lanzan un poderoso mensaje a la Iglesia y al mundo.
Con la creación de estos nuevos cardenales, Francisco habrá renovado un tercio de los electores que elegirán al próximo Papa. Sumados a los cincuenta y tres creados por Benedicto XVI, tenemos ya la renovación efectiva del colegio cardenalicio. Significa que ya no habrá marcha atrás a las reformas promovidas por estos dos grandes pontífices, en sintonía con el Concilio Vaticano II.
Los próximos cardenales representan así la pluralidad de la Iglesia inserta en las más diversas culturas, como su presencia en las periferias sociales y existenciales de la humanidad. Podemos identificar cuatro grupos: Europa y Estados Unidos; América Latina; África y Oceanía; más los cardenales eméritos escogidos por su recio testimonio a lo largo de la vida. Quiero llamar la atención sobre la creación de tres cardenales para las nuevas periferias existenciales de la humanidad. Me refiero a tres ciudades estratégicas de Occidente: Bruselas, Madrid y Chicago.
Bélgica fue uno de los centros rectores de la inteligencia católica apenas hace una generación; pero ya no lo es más. Si queremos entender los estragos que puede causar una persecución de baja intensidad, aquí tenemos un ejemplo dramático. En este caso, además, se contó con la colaboración de un episcopado el cual consideró que, diluyendo la fe la Iglesia se hacía más moderna. Se equivocaron. Hoy los católicos son, acaso, una minoría testimonial, como en Holanda. ¿Podrá el próximo cardenal Josef De Kesel ser el líder de esta minoría bajo asedio, para devolverle la palabra, sacarla de las catacumbas y emprender la evangelización de esta periferia de la humanidad? Bélgica, recordemos,m es el centro experimental de la cultura del descarte. Por ejemplo, es el único lugar, hasta ahora, donde la eutanasia se aplica a los niños cuyas vidas “no merecen ser vividas”.
En España, como en Bélgica, la Iglesia ha vivido bajo creciente asedio desde hace varias décadas, pero ha resistido mucho mejor que en otros lados de la Europa Occidental. Es una catolicidad que ha logrado reinventarse a sí misma, en sintonía con el Concilio Vaticano II, en mucho, por un laicado muy echado para adelante, una inteligencia católica vibrante y un episcopado que no cedió a la tentación de diluir la fe. El arzobispo de Madrid, Carlos Osorio, será el hombre del Papa para ayudar a esta Iglesia a pasar de la resistencia testimonial, a una alegre labor de evangelización.
Chicago es uno de los centros más dinámicos de la catolicidad estadounidense, la cual vive momentos difíciles: por un lado, se encuentra bajo el creciente acoso cultural que ya toma formas de represión judicial y; por otro, la grave politización de la fe que ha lastimado su comunión. Pero hay signos de esperanza. Si algo ha mostrado la elección en curso, es la enorme pobreza de la clase política de Estados Unidos. El que Trump sea una bestia peluda, no significa que Hillary sea una dulce princesa. Ambos son impresentables y muestran el fracaso de identificar la fe con la política. Así, Blase Cupich, arzobispo de Chicago, muy identificado con el Papa Francisco, por su investidura cardenalicia, podrá sumar a los esfuerzos del episcopado para encauzar a la Iglesia por sendas de unidad, testimonio y misión.
Estos nombramientos vienen a demostrar que ya no existe la dicotomía centro-periferia en la Iglesia. El centro de la catolicidad es Jesucristo y, su misión, de la cual es porteador el sucesor de San Pedro, es anunciar el Evangelio a todos los pueblos, para hacer discípulos y misioneros capaces de construir la cultura del encuentro. Y en esas estamos.
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