Juan Pablo I

Carta a mi amigo Juan Pablo I

Querido Juan Pablo:

Con motivo de tu muy próxima beatificación, quiero escribirte una carta.

Durante tu vida le escribiste cartas a los más diversos personajes como lo fueron Mark Twain, Goethe, Charles Dickens e incluso al imaginario Pinocho.

De una manera muy especial me agradó la carta que le escribiste a San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, gremio con el cual siempre te identificaste, tanto así que, durante tu brevísimo pontificado, quienes como arma utilizamos la computadora o el ordenador nos congratulamos al ver como, por primera vez en su historia, la Iglesia era gobernada por un Papa periodista.

Tu bello y a la vez sencillo estilo literario lo pusiste siempre al servicio de la evangelización.

Sin embargo, a ti que tanto te gustaba escribir –de la noche a la mañana, volaste al Cielo sin dejarnos siquiera un mensaje de despedida.

Que luminoso fue aquel 26 de agosto de 1978 cuando el humo blanco que salía de la Capilla Sixtina le anunció al mundo que el nuevo sucesor de San Pedro era el sonriente Albino Luciani.

Pocos eran quienes te conocían. Incluso tu providencial elección fue una sorpresa para el autor de estas letras.

Y fue así como nos encontramos con que al balcón, dispuesto a dar su primera bendición “Urbi et orbi”, se asonó un rostro amable y bondadoso. Era la sonrisa del Apóstol Pedro la que en esos momentos le daba al mundo una esperanza.

A escasos días de tu beatificación, quienes te conocimos te recordamos con cariño. Lástima que la gran mayoría solamente se haya quedado con tu sonrisa.

Olvidan que tu pontificado –a pesar de medirse en días- fue grande.

Y decimos que fue grande porque el tiempo no se mide únicamente por el número de meses o años sino más bien por la intensidad y calidad de vida.

Apenas te eligieron, querido Juan Pablo, dijiste públicamente que “María Santísima, Reina de los Apóstoles, será la fúlgida estrella de nuestro pontificado” (Domingo 27 de agosto de 1978).

Con ello le dabas el honor debido y ponías toda tu confianza en la Santísima Madre de Dios, la Dulce Corredentora del humano linaje, la Medianera de todas las gracias…

Vino después lo de la tiara. En tu ejemplar humildad que tu sucesor imitaría semanas después, preferiste la imposición del palio en lugar de una coronación suntuosa.

Con ello sentaste un precedente que todos seguirían en el futuro.

Hiciste a un lado la Silla Gestatoria para mostrarte más cerca de tu rebaño. No obstante, aceptaste subirte a ella cuando alguien te sugirió que, yendo a pie, muchos no podrían verte.

Y al ser humilde, definiste de un modo magistral la humildad al decirnos que “el Señor ama tanto la humildad que, a veces, permite pecados graves. ¿Por qué? Porque aquellos que han cometido estos pecados, después, arrepentidos, se mantienen humildes.

“A nadie le dan ganas de creerse casi un santo o medio ángel cuando sabe que ha cometido faltas graves” (Miércoles 6 de septiembre de 1978)

Prometías un pontificado pletórico de grandes realizaciones. Más he aquí que un infortunado día la noticia inesperada de tu postrer viaje hizo que el corazón nos diese un vuelco.

Te llamó el Señor y tú, como fiel Vicario de Cristo, acudiste presuroso a su llamada.

Estuviste entre nosotros durante treinta y tres días. Fuiste como una brisa primaveral que a todos nos enseñó como el Sucesor de San Pedro también sabe sonreír y acariciar a los niños.

El mundo entero lloró tu partida y volvió a poner sus ojos sobre la vieja chimenea de la Capilla Sixtina.

Y fue así como Juan Pablo I fue sucedido por Juan Pablo II, un santo apóstol que se forjó en la lucha, en aquella Iglesia que, detrás del Telón de Acero, pasaba en aquellos tiempos por mil penalidades.

Ni duda cabe, querido Juan Pablo, que el mundo recibió mejor a Juan Pablo II después de haberte conocido a ti.
Fuiste el puente que supo unir de modo admirable el pontificado del adusto San Pablo VI con el del jovial San Juan Pablo II.

La elección de Karol Wojtyla no se hubiera comprendido si antes el mundo no hubiera conocido la sonrisa esperanzadora de Albino Luciani.

Por todo ello, querido Juan Pablo, decimos que tu breve pontificado fue grande y trascendente ya que, después de tu partida, las cosas empezaron a ser de otra manera.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de voxfides.com

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