Jesús habló de dar la vida por los demás, por Dios, y Él lo hizo. ¿Estamos dispuestos, como los mártires, a dar la vida por Dios? Qué difícil planteamiento, pero antes hay otro, ¿en algún momento, realmente nos pide dar la vida, morir? Muy raramente pasará eso. Pero hay algo importante, dar la vida no es necesariamente morir. ¿Entonces?
Dar la vida, como se nos pide a todos, es dedicarla a amar al prójimo en nombre de Jesús. Podemos vivir nuestra vida, única y pasajera, que según la vamos viviendo parece irse más rápido de lo que nos gustaría, y entonces buscar de ella lo que parece ser el mayor provecho posible, que nos dé más confort, más salud, más bienes, más admiración de otros y, por qué no, también amor de otros. Pero pensado no en esos otros, nuestras personas cercanas, sobre todo, sino en uno mismo: el egoísmo perfecto, la egolatría. Pero darse esta finalidad en la vida siempre resulta insuficiente, siempre falta algo.
En cambio, cuando volteamos a ver a los demás y pensamos que la mayor fuente de felicidad, de paz interior, es dedicar la vida a ayudar a otros, a servirles, a hacernos sencillos de corazón en el servicio, como Jesús nos instruyó, entonces estamos realmente dando la vida por Dios. Morir como mártires o perder la vida por salvar la de otro ser amado y hasta desconocido es una gran excepción que Dios no nos pide. Dar la vida es el servicio cotidiano al próximo, eso sí no pide.
Dar la vida es cuidar de los demás, en especial de aquellos que son responsabilidad muy cercana, comenzando con la familia. Cuidar de los hijos, de los padres, de los hermanos, de otros parientes que nos necesitan de alguna forma u otra, y de los amigos en diversas necesidades, desde materiales hasta anímicas. Dar la vida es enseñar, dar consejo, orientar, evangelizar en su más amplio sentido; llevar a otros al Señor, ayudarles a conocer y cumplir los mandamientos, esos que Jesús resumió en dos: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo.
¿Queremos dar la vida por Dios? Vivámosla como Él nos lo pide, amando al prójimo por amor a Dios en el servicio, en la caridad vivida día a día, algo que va en general, en una suma de pequeñas acciones, muchas de la cuales suman una cadena de bienes para los demás, y que el Señor nos ofrece recompensarnos al ciento por uno. Sí, demos la vida por Dios con acciones de amor cotidiano a nuestro prójimo.
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