Los desplantes patrioteros se han apoderado de nuestra clase política. El hecho me produce mucha desconfianza. El despertar patriótico de la ciudadanía me llama a la esperanza.
Estamos ante dos hechos diametralmente opuestos. El patriotismo, dirían los clásicos, es una de las máximas virtudes cívicas sin la cual es difícil sostener la solidaridad social. Su raíz es el amor a la tierra de nuestros padres, a cuanto significa nuestra historia en su gran diversidad. Implica el respeto a nuestras tradiciones, para poder asimilar las buenas novedades que nos permitan ser una mejor sociedad. El patriotismo no es una abstracción. Es el amor a nuestra cultura, a nuestros padres, hermanos, hijos, amigos, en fin, a cuanto incluye la palabra familia. Es la convicción de que, sólo aquilatando el valor de la vida, la libertad y la justicia podremos salir adelante de cuanto reto enfrentemos. El amor a la patria nos urge cuando, a los problemas de relación con el vecino del norte se suma la crisis económica interna, la crisis de humanidad traducida en violencia y corrupción y el desprestigio de la clase política. El patriotismo es inteligente, reflexivo y comprometido con el bien común.
El patrioterismo es lo contrario al patriotismo. Implica la manipulación de los sentimientos patrios, con la intención de dominar a la sociedad por la enajenación de sus legítimas demandas. Es un discurso que exalta las emociones en detrimento de las razones. Es una ideología barata que los políticos de todos los colores utilizan en tiempos de crisis, justo cuando ven amenazada su capacidad de dominación. No importa si se trata de Plutarco Elías Calles, Pinochet o Fidel Castro. El patrioterismo es, ante todo, una perorata autoritaria pues convierte a las personas que disienten en enemigos “del auténtico pueblo”, por lo que deben ser calladas, mediatizadas e, incluso, destruidas por muerte civil o efectiva. El patrioterismo es manipulador, irracional y narcisista.
Por eso me preocupa mucho el patrioterismo de nuestra partidocracia. No son patriotas. Se han dedicado de palabra, obra y omisión a sabotear nuestro país. Como clase política se han caracterizado por ser corruptos, devoradores del erario público, derrochadores de nuestros impuestos y de la riqueza de nuestro suelo. Y ahora se envuelven ruidosamente en la bandera, con hartas fotos para que todos los vean. Más parece que se quieren lavar la cara, en lugar de resolver los problemas. Están usando la crisis en las relaciones con Estados Unidos, para ocultar sus malos manejos e incompetencia. Ningún partido se salva. Por igual López Obrador (el único hombre-partido) que el PRI, PAN, PRD y el séquito de partidos rémoras. Necesitamos inteligencia política, no hígados oportunistas.
Los verdaderos patriotas son los millones de mexicanos que han cruzado hacia el norte en busca de mejores condiciones de vida para sus familias, los que trabajan día a día para llevar el pan a sus hijos sorteando transportes insufribles, salarios de hambre, la corrupción y el crimen cotidiano. Son la gente sencilla que conforma la sociedad civil, siempre saboteada por quienes usan los instrumentos de dominación para su personal beneficio. ¡Que no vengan ahora los partidócratas a querer dar lecciones de patriotismo! El amor a la patria sólo puede florecer en la pluralidad de nuestra riquísima cultura, cuyas manifestaciones, en sorprendente caleidoscopio, nos llenan de luz y color. Afirmados en esta diversidad, los retos que se nos presentan a los cristianos, como simples ciudadanos, son hermosos. Hoy, es necesario comprender el Evangelio de manera integral, con sus exigencias de justicia y misericordia, de verdad y caridad. Debemos ser portavoces y promotores del respeto a la vida, la libertad y la justicia de cada persona y de todas las personas, de las libertades que hacen posible la convivencia en la construcción del bien común.
Es necesario denunciar el patrioterismo de nuestra clase política. No es Trump quien agobia sus corazones. Sus pasiones patrioteras miran a la sucesión presidencial de 2018. Llaman a la austeridad, pero mantienen intactas sus prebendas y privilegios partidistas. De seguir por este camino, convertirán una jornada cívica en la “decisiva y épica batalla por la patria”. Entonces, quien gane, se arrogará el derecho de maltratar a sus adversarios, quienes siempre coinciden con los ciudadanos del común, muy difícilmente con otros políticos.
El amor a la patria llama a democracia y solidaridad. El patrioterismo a dictadura. Nunca lo olvidemos.
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