¿Desesperarse? Dan ganas, pero es absurdo

“Es muy fácil. Me dedico, por un lado, a dejarme consentir por Dios e intentar amarlo; y, por otro, a intentar que las personas descubran su Amor e intenten amarlo de regreso. Así de fácil.

¿Desesperarme? No sé cómo explicarlo. En estos últimos días en los que la Cuaresma aprieta su paso y el día a día se torna más cercano a esa Cruz que nos pide cargar el Jefe, dan muchas ganas de hacerlo, dan ganas de desesperarse. Tanto por la derrota cotidiana que sufro en mis pretensiones, como por la avasallante dureza de tantos corazones a dejarse “seducir” por un infinito amor.

El misterio de la libertad siempre me deja mudo. Sé que no lo puedo eliminar, pero eso no impide que exprese la dificultad que con frecuencia me encuentro ante esta sorprendente realidad.

Sé que encontrar el Amor de Dios para este mundo es algo bastante difícil. Vivimos en un entorno mediatizado e inmediatista. Abrir los ojos a la trascendencia que amplia horizontes de eternidad parece una novela para muchos. Sin embargo, todos siguen –y seguiremos– anhelando esa felicidad plena que ya nadie nos podrá quitar. Esa es la gran batalla de nuestra vida. Alabo a todos aquellos que se consumen por saciar esa sed. Si en algo estriba la santidad ha de estar justamente en ser capaz de buscar en plenitud ese deseo eterno.

Lo que me conduce a toparme con más de alguna pared al día, es esa mezquindad con la que enturbio el deseo de felicidad: ¿De acá a cuándo una Coca-Cola me la va a dar? ¿Cómo es posible que confunda un número considerable de likes en mis publicaciones con la felicidad? ¿Quién le dio a la cartera y la tarjeta de crédito una gota de felicidad? ¿Cómo es posible que un hotel de cualquier playa usurpe la tan anhelada palabra?

No hay duda que todo aquello genera un “cálido” entorno de bienestar, como el que siente cualquier perro al ser acariciado por su amo. Pero prostituir con ello la felicidad me parece demasiado. Podemos aceptar cínicamente nuestras debilidades, pero de ahí a otorgarles el título de “Felicidad”, creérmela y poner en ello mi esperanza, ya me parece demasiado.

Claro que me sorprende el misterio de la libertad, pero me sorprende más lo miserables que podemos llegar a ser en su uso, en su depravación, en su prostitución. ¿Para qué queremos la libertad sino para ser felices? Pues seámoslo. Seamos felices y también seamos libres.

Este fin de semana estuve al borde de esa desesperación. Ver los corazones atrofiados –o factiblemente asfixiados– por tanto engaño deshumanizante, estuvo a punto de hacerme perder la paz. Pero qué feliz tentación… Claro, es tan sólo luz para mi camino. Dolor ver esa vejación de tantos, pero compromiso mayor por buscar una felicidad tal que sea apetecible, atractiva y deseable, aunque detrás de ella tenga que pasar la Cruz, la renuncia, la entrega de uno mismo, la misma muerte.

Una querida señora de las chinampas de Xochimilco que lleva enferma varios años me dio este sábado una hermosa lección. Al visitar su comunidad me la encontré arregladita y sonriente caminando hacia fuera del terreno en el que vive. Inmediatamente la abordé y le pregunté a dónde iba. Me dijo con alegría: “Me han ofrecido trabajo, cocinando y limpiando”. Iba acompañada de sus dos nietos, los cuales, llenos de cariño, acompañaban a su abuela-madre.

Gracias a todos los que, como esta querida mujer, saben encontrar esa profunda alegría en el amor, en el compromiso, en la entrega, en la búsqueda por un mundo mejor, y gozan cada vez que se les presenta una oportunidad de dar un paso más. Gracias por mantenerme en mi lucha cotidiana. Gracias por enseñarme que, aunque la vida pueda desesperarnos, es absurdo permitirlo, siempre hay una vida delante por amar.

 

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