Egipto: ecumenismo de historia y sangre

El viaje de Francisco a Egipto significó un paso importante en la construcción de la “civilización del encuentro”. Dos objetivos se cumplieron: participar en la reunión por la paz en la Universidad Al-Azhar, de El Cairo, el cual comentamos la semana pasada, y el encuentro con Tawadros II, Papa de la Iglesia Copta Ortodoxa, testificado por otros líderes cristianos provenientes de distintas tradiciones. Para entender su importancia necesitamos hilar más fino.

El cristianismo tiene dos grandes familias. Las Iglesias protestantes, nacidas hace quinientos años, y las Iglesias de tradición apostólica, cuyo origen se remonta a los apóstoles, hace dos mil años. Las segundas se desarrollaron en tres grandes tradiciones: las Iglesias apostólicas ortodoxas de rito bizantino, cuya cabeza visible es el Patriarca ecuménico de Constantinopla; las Iglesias apostólicas ortodoxas orientales; y la apostólica romana, conocida como Iglesia Católica, si bien todas son igualmente católicas. El encuentro ecuménico fue entre Francisco, “obispo de Roma y Papa de la Iglesia Católica” y Tawadros II, “Papa de Alejandría y Patriarca de la Sede de San Marcos”. Benedicto XVI, en virtud del ecumenismo, renunció al milenario título de Patriarca de Occidente.

Las Iglesias apostólicas ortodoxas de oriente se dividen en seis grandes ramas: egipcia, etíope, eritrea, siríaca, siria y armenia. Ésta última fue visitada el año pasado por Francisco para conmemorar el centenario del genocidio a manos de los turcos. Son 84 millones de cristianos cuya historia se ha caracterizado por: las constantes persecuciones sufridas desde los tiempos del Imperio Romano; sus inmensos aportes a la teología; ser cuna del monacato cristiano, fundado por los padres del desierto cuando el acoso romano y arriano parecían haber alcanzado un éxito rotundo. En suma, son Iglesias cuyo carácter se ha forjado por la persecución, la santidad y el martirio.

Estas Iglesias se alejaron de las demás a partir del Concilio de Calcedonia (452 D.C), razón por la cual fueron acusadas de monofisitas, herejía que considera la permanencia de la naturaleza divina de Cristo, por sobre la humana. Hoy sabemos que el rechazo no fue al dogma cristológico, sino al pretendido dominio del emperador de Bizancio por sobre el común de los cristianos. Así dio inicio un equívoco que duró hasta 1973.

El 10 de mayo de 1973, los papas Paulo VI y Shenouda III firmaron una declaración que puso fin a más de mil quinientos años de confusiones. Entonces confirmaron el credo común en un solo Dios-trinitario; en la divinidad de Cristo, “unigénito hijo encarnado de Dios”, perfecto en su divinidad y perfecto en su humanidad; en los siete sacramentos y la maternidad divina de María. Además, formaron la “Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas Orientales”.

En esta ocasión, Francisco y Tawadros II dieron un paso trascendente a la plena unidad, por el reconocimiento de un solo bautismo. En el documento firmado se puede leer: “Para complacer al corazón del Señor Jesús… declaramos mutuamente que, con una misma mente y un mismo corazón, procuraremos sinceramente no repetir el bautismo a ninguna persona que haya sido bautizada en alguna de nuestras Iglesias y quiera unirse a la otra. Esto lo confesamos en obediencia a las Sagradas Escrituras y a la fe de los tres Concilios Ecuménicos reunidos en Nicea, Constantinopla y Éfeso”.

Al mismo tiempo, afirmaron el compromiso de promover la libertad religiosa como la “piedra angular de todas las demás libertades”, la santidad y dignidad de cada persona, del matrimonio, la familia y la creación, haciendo frente común a los desafíos de la secularización y la “globalización de la indiferencia”.

Durante los últimos cuarenta años la persecución contra los cristianos en Oriente Medio ha escalado hasta alcanzar el genocidio que actualmente sufren. Con su encuentro, ambos papas nos enseñaron que el diálogo ecuménico implica esenciales aspectos teológicos, como también el reconocimiento del origen apostólico común, en este caso San Pedro y San Marcos, el testimonio de Cristo ofrendado por innumerables santos y mártires a través del tiempo, la caridad cotidiana en medio de las tribulaciones, hasta alcanzar el ecumenismo de la sangre en nuestros días.

Una vez más quedó demostrado que el diálogo interreligioso y el ecuménico son aspectos irrenunciables en el camino de la paz; algo que los líderes occidentales son incapaces de entender. Benedicto XVI tenía razón. Su progresivo aislamiento y consecuente incapacidad para dialogar con otras culturas es una de las más graves amenazas a la paz mundial.

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