El aborto como solución

Fue hace sólo unos días. Como sucede con cierta frecuencia tengo que ir a hospitales para atender enfermos terminales, dándoles los últimos sacramentos, preparándolos para ir al encuentro del Padre Eterno. Siempre que voy a ver a alguno, otras personas solicitan mis servicios. Hace unos días fue sin embargo especial, dadas las coordenadas políticas del momento, en las cuales, una vez más, se debate la oportunidad de liberalizar la práctica del aborto.

En esa ocasión una anciana desahuciada quería hablar. Con la voz entrecortada, pegado mí oído a su almohada, pues las camas están demasiado juntas, descargó lo que oprimía su conciencia desde su primera juventud: un aborto.

Toda su vida había tenido que cargar con ese peso; con nadie lo había comentado, y como suele suceder, fue por presión y malos consejos de “amigas”. Toda su vida había llevado un fardo insoportable en su conciencia, que solo ahora, en los albores de la muerte, descargaba. Intentando confortarla pensaba para mis adentros, ¡que estúpidos aquellos que piensan que el aborto soluciona algo!, efectivamente las pseudo-soluciones fáciles pueden tener consecuencias aterradoras e irreversibles, devastadoras no solo para la vida del inocente, sino para la madre que lo sacrificó en su seno. 

A mi memoria vino también, por contraste, un tremendo y a la vez hermoso caso que providencialmente pasó por mis manos hace ya algunos años. Unas de las páginas más hermosas de mi ministerio sacerdotal, cuando atendía a mujeres con embarazos no deseados. Ahí fui testigo de la grandeza del corazón femenino. 

Ella era una cieguecita muy joven, casi una adolescente, que había sido violada por un desalmado. Tenía la posibilidad de entregar su niño en adopción apenas naciera, pero ella, horrorizada, rechazó tal posibilidad, ya quería al niño que se venía gestando en su vientre, pese a que la semilla había sido puesta por un animal. Pensé para mis adentros: es una verdadera madre, una mujer auténtica, un ser humano ejemplar; alguien, en definitiva, que sabe amar, que sabe ser mujer.

Ahora tristemente asistimos a la descomposición del derecho. Cuando un niño gestándose carece de derechos pero los adquiere en cambio un animal, queda claro que la institución milenaria, que ha servido para regir y ordenar la vida del hombre, protegiendo particularmente a los miembros más débiles de la sociedad, ha quedado a la merced de caprichos y veleidades, convirtiéndose paradójicamente en una forma de legitimar los crímenes más patentes, las faltas más clamorosas de justicia. Realmente la inseguridad social que ello produce es alarmante; análoga a cuando leyes nefastas legitimaban la xenofobia o el antisemitismo.

La sociedad en consecuencia está en vilo. Si legitima la violencia en el lugar más sagrado: el vientre de una madre; si desprotege al primer valor de la existencia como es la vida, si privilegia y fomenta una conducta moral desenfrenada o no castiga a quien verdaderamente ha cometido el delito, sino a quien no ha tenido tiempo de hacer nada malo, esa sociedad va a la deriva, pudiendo doblegarse a quien pueda manipularla más hábilmente a través de los medios de comunicación, y detrás de ellos, los económicos. 

La dignidad humana no está asegurada, y le corresponde a nuestra generación salvaguardarla una vez más, pero el derecho se muestra sumamente frágil a tal efecto, máxime cuando muchas veces son sus “intérpretes más autorizados”, los que sacrifican la justicia en el altar de la ideología, de la prepotencia y del poder.

La experiencia abundante me confirma que mienten, así mienten, quienes sostienen que el aborto libera a la mujer, le soluciona sus “problemas”. Es la solución fácil, la que no va a la raíz, la que coloca a la mujer en la disyuntiva de llevar un fardo insoportable en su conciencia o quedarse sin ella, deshumanizarse.

Lo peor es que muchas, quizá mal informadas o manipuladas, se han comido el engaño. Espero que estas sencillas experiencias le sirvan a alguna para reflexionar sobre la grandeza de ser madre, nada hay más grande en la tierra que ello, ni nada más nefando que sacrificar al propio hijo dentro de sus entrañas…

 

@voxfides

 

 

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