El 23 del presente mes será beatificado Óscar Arnulfo Romero, para la algarabía de la Iglesia Universal, particularmente americana y particularísimamente de los pobres, pues fueron los más desposeídos la principal preocupación de Monseñor Romero.
Durante años su camino a los altares estuvo “congelado” por razones de política eclesial; con la llegada de Francisco esto ha cambiado (aunque hay que decir que ya Benedicto XVI había quitado el veto).
Es decir, se veía a Monseñor Romero como una figura que podía dividir a la Iglesia, fragmentándola en dos bandos: derecha e izquierda; liberales y conservadores, etc. Todas ellas, divisiones de matriz política y sociológica ajenas a una realidad de corte sobrenatural como lo es la Iglesia; o en todo caso, pobres para explicar en profundidad lo que supone el fenómeno eclesial.
Por ello los tiempos no estaban maduros para llevar a término lo que en realidad era vox populi, la cual también goza de la asistencia del Espíritu Santo: que Monseñor Romero murió mártir por cumplir con su misión de pastor de la Iglesia, y por defender a los desposeídos frente a los intereses políticos de los poderosos.
Muchos han querido instrumentalizar la figura de Óscar Arnulfo Romero, presentando una imagen sesgada suya, contribuyendo así a fragmentar la unidad de la Iglesia, tan querida por Jesucristo y en consecuencia de los que lo aman: los santos, entre los que ahora se encuentra oficialmente Monseñor Romero.
Precisamente la beatificación, es decir, el reconocimiento de que goza ya de la visión de Dios y puede interceder por nosotros, rompe en mil pedazos esos estrechos esquemas: nos recuerda que está ahora en el Cielo donde ya no tienen ningún valor ni vigencia esos esquemas sociopolíticos, dejando paso exclusivamente a categorías teológicas.
En efecto, en el Cielo Monseñor Romero adora a Dios e intercede por la Iglesia, velando, entre otras cosas, por su unidad. Flaco favor le hacen quienes pretendan hacer de su figura ocasión para la división dentro de la Iglesia, o peor aún, invitación a la desobediencia o justificación de ideologías extrañas al mensaje cristiano.
Un ejemplo de cómo los Santos, siendo muy diferentes, tienen en común el amor a Dios y por tanto el amor a su Iglesia, lo que termina por unirlos, es la amistad documentada entre el ahora Beato Óscar Romero y San Josemaría.
Para los ojos de muchos “conocedores” de los entresijos de la Iglesia, los “listillos” que leen entre líneas y adivinan las líneas maestras de la “política eclesial”, esto es casi una blasfemia. Pero es real, es así. Si unos consideran a Romero el santo de la izquierda eclesial, mientras que a Escrivá de Balaguer al paladín del integrismo, tienen que explicar entonces porqué existió entre ellos tan profunda sintonía, y no sólo entre dos santos, sino entre Romero y la institución fundada por San Josemaría, el Opus Dei.
Dejemos que sea el beato Óscar Arnulfo quien hable. En efecto, así escribió al beato Pablo VI solicitando la apertura del proceso de canonización de Escrivá de Balaguer: “Tuve la dicha de conocer a Monseñor Escrivá de Balaguer personalmente y de recibir aliento y fortaleza para ser fiel a la doctrina inalterable de Cristo… Conozco desde hace años la labor del Opus Dei aquí en El Salvador y puedo dar fe del sentido sobrenatural que lo anima y la fidelidad a la doctrina del Magisterio que lo caracteriza. Personalmente, debo gratitud profunda a los sacerdotes de la Obra a quienes he confiado con mucha satisfacción la dirección espiritual de mi vida y de otros sacerdotes”. De hecho, el último día de su vida estuvo conviviendo y almorzó con sacerdotes de la Obra, uno de los cuales lo llevó al Hospital de la Divina Providencia donde momentos después fue asesinado al celebrar la Santa Misa.
La Iglesia en patria, en el Cielo, es modelo de toda la Iglesia. Allí lo que cuenta es el amor de Dios, allí todo es unidad, un coro de adoración perene a la Trinidad y de intercesión constante por quienes aún continuamos nuestros avatares aquí en la Tierra. La beatificación es una fiesta en el Cielo que redunda en la Tierra, siendo particularmente la unidad uno de los frutos más preciosos de la misma.
Por eso cabe esperar que la beatificación de Romero rompa los estrechos y pobres moldes en los que se quiere encasillar con frecuencia a la Iglesia, consiguiendo en cambio el don preciosísimo de la unidad, que sólo será plena en el Cielo, donde el coro de los Santos adora a Dios.
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