El mundo globalizado que estamos viviendo nos ha situado en un punto en el que cada vez más importan los resultados, y el ámbito universitario no es ajeno a ello. Importa el que los alumnos tengan una preparación técnica que los haga competitivos en un mercado cada vez más agresivo, que salgan y encuentren trabajo por su alta capacitación; que cada facultad tenga más alumnado, ser una institución con acreditaciones, las mejores tecnologías y los profesores más preparados. Todo esto es correcto, se requieren instituciones de calidad, y ciertamente sin el desarrollo de la tecnología, muchos no estaríamos aquí, sin embargo, los ambientes académicos no deben ser dominados por el activismo y la superficialidad, junto al desarrollo tecnológico es preciso abrir espacios a la reflexión filosófica, moral y espiritual, junto a la calidad del profesorado es preciso recordar que saber mucho no es condición de enseñar lo más importante para la vida. La universidad necesita valorar a la persona más allá de sus posibilidades en el mercado; lo fundamental cuando se educa a los jóvenes es considerar que una sociedad se renueva a través de ellos y ante esto la universidad se reafirma como una parte esencial de la sociedad.
La universidad, institución centenaria que a lo largo de su historia ha sido capaz de responder a los desafíos que le presenta el devenir de los tiempos, se muestra ahora indefensa ante algo que se genera en su interior, le sobra organización y le falta vida, en palabras de Karl Jaspers “esa fuerza espiritual sin la cual son inútiles todas las reformas”. Ante esto, la universidad necesita volver a lo fundamental: El ser humano.
Más allá de los movimientos del mercado, de los adelantos cibernéticos, de la física atómica, los adelantos en materia de comunicación o las nuevas técnicas de cultivo -por mencionar algunos campos del conocimiento-, cada persona en un momento dado se plantea las interrogantes fundamentales ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Cómo puedo ser feliz?, la universidad no puede dar todas las respuestas pero tampoco puede dejar de lado a ese ser inquieto, el alumno, que es cuestionador por naturaleza y que constituye su razón de ser. Estamos incidiendo en el punto central de esa comunidad de investigación y aprendizaje que en su origen fue y aún puede ser la “Universitas Studiorum” “Universitas Magistrorum et Alumnorun”, dejar de lado el que la persona es el centro de la actividad universitaria nos lleva a la predicción del sociólogo alemán Max Weber cuando dijo que la modernización salvaje habría de conducir a la producción de un tipo de personas que serían “especialistas sin alma, vividores sin corazón”, así como la “falta de sentido” que según él sería el precio a pagar por la sustitución de las convicciones por las convenciones.
Actualmente vivimos en una complejidad no denominada así por las naturales dificultades de la vida, sino porque le estamos dando prioridad al tener sobre el ser, el vacío que esto provoca en el ser humano hace que éste ya no se reconozca como tal, sino como un simple productor de bienes materiales. La universidad se encuentra ante el desafío de entender esa complejidad y guiar a los estudiantes hacia la comprensión de su naturaleza integral como personas, así, la universidad se reafirma como realizadora de la síntesis del conocimiento armonizada con las diversas formas de vida, esta unidad armónica es posible, pues la contraposición entre espíritu y materia, verdad y eficacia, educación humanística y capacitación profesional, establece una fractura en la formación de nuestros alumnos, que si bien tienen que ser profesionales bien capacitados en su especialidad, también deben ser plenamente humanos en el ejercicio de su profesión, porque tienen una visión unitaria y global de la realidad, porque sirven a la sociedad no animados por un pragmatismo exacerbado si no motivados por un espíritu de servicio a sus semejantes, y a través de ello, construir su propio perfeccionamiento. Formarlos así, constituye el reto al que la universidad se enfrenta.
Una enseñanza de calidad trasciende a la transmisión de información, es formar personalidades éticas y científicamente maduras y libres, que perteneciendo a una comunidad universitaria crecen en un ambiente de dialogo y libertad, que propicia la convivencia culta, la responsabilidad intelectual y promoción de la justicia, una enseñanza de calidad la constituye el aprendizaje de contenidos pero también de métodos innovadores y capacidad creativa.
Hoy, es preciso y posible que en la universidad el humanismo marche a la par de la ciencia más avanzada y la tecnología de vanguardia, tal es el desafío de la perenne presencia de la universidad en el mundo.
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