Hace poco, más de un año, el Papa hizo un llamado a vivir el ciclo litúrgico del 2016 como un tiempo jubilar para reflexionar y vivir la dimensión misericordiosa de la Iglesia y su misión en el mundo. Estoy seguro que ha sido un momento de gracia para el pueblo católico en cada rincón del planeta.
En mi personal opinión, el suceso que marca el año jubilar ha sido la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia. Como bien sabemos, fue producto de dos sínodos episcopales en donde pastores del orbe entero, en comunión con el sucesor de San Pedro, reflexionaron sobre la familia, el matrimonio y sus grandes retos desde la perspectiva del Evangelio. En la Exhortación, como tuvimos ocasión de reflexionar en este espacio, Francisco llama a las cosas por su nombre: reconoce la centralidad de la familia en la comunidad humana y la realidad fundante del matrimonio entre hombre y mujer, al tiempo de afirmar la doctrina de la Iglesia y confirmar la hermenéutica de la misericordia para interpretar sus realidades y problemas, con el fin de articular prácticas pastorales de apoyo y promoción.
En esta lógica, el Papa denunció la ideología de género como un ataque directo a la familia, al grado de calificarla como un nuevo colonialismo ideológico; denunció el aborto, la eugenesia y la eutanasia como prácticas deshumanizantes; y afirmó la imposibilidad de equiparar, ni siquiera por remota analogía, el matrimonio entre un hombre y una mujer con cualquier otra relación humana. El documento ha tenido tres efectos muy saludables para la vida de la Iglesia.
1) El primer efecto ha sido la reacción agresiva de algunos minoritarios y muy ruidosos grupos católicos que han visto en la Exhortación un ataque a la claridad doctrinal de la Iglesia. No asimilan el llamado que hace el Papa al acompañamiento pastoral de no pocas parejas que viven situaciones difíciles y a entender esas realidades como una oportunidad de crecimiento en la Gracia y no como prácticas irregulares condenables en sí mismas.
Liderados por el cardenal norteamericano Edmund Burke, han armado tremendo escándalo exigiendo aclaraciones al Papa e incluso amenazándolo con “corregirlo formalmente”. Esto ha sido muy sano para la Iglesia, pues nos ha permitido entender claramente este fariseísmo en el cual es muy fácil caer cuando nos olvidamos de la hermenéutica de la misericordia. Debemos interpretar la doctrina y la ley con la mirada de Jesús. La misericordia no le quita una palabra a la doctrina, pero le agrega un significado humano trascendente. En esto radica la fuerza profética de la Iglesia.
2) El segundo efecto benéfico ha sido el tsunami de esperanza que ha provocado en la catolicidad. Cualquier observador atento podrá dar testimonio de lo que ha provocado en el Episcopado mexicano, amén de la visita del Papa. Sin pedir de cada obispo un san Francisco, los vemos entusiasmados, con ganas de dar cara a la situación de agobio que vivimos debido a la violencia y la corrupción. Por ejemplo, los obispos de Veracruz se han hecho voz de los dolores y las esperanzas de la gente, lo que les ha valido feroces ataques de algunos sectores políticos del Estado, quienes, aprovechando la coyuntura electoral, intentaron criminalizar el compromiso de los pastores con la sociedad y su exigencia de justicia. Esta es la voz de los pastores que los feligreses reconocemos y escuchamos con atención.
3) El tercer efecto resulta de la mayor importancia. Desde el mismo día de su ascenso al ministerio de San Pedro, la imagen del Papa Francisco ha querido ser manipulada por sectores importantes de la progresía occidental, para presentarlo como “uno de los suyos”, en lucha contra la Iglesia y en oposición a sus antecesores. A partir de la Exhortación, el griterío entró en un receso que parece definitivo. Para Francisco, la justicia y la paz no se pueden alcanzar sin el respeto irrestricto a la vida, desde el primer momento hasta la muerte natural, y la solución a la crisis de humanidad de nuestros días pasa por el fortalecimiento de la familia natural. Parece que, finalmente, entendieron que el Papa es católico. Ojalá ahora comprendan que esto es una oportunidad para el encuentro.
La Exhortación infundió energía misionera al pueblo católico, puso al descubierto a los fariseos de siempre y dejó en claro que la verdad y la caridad, como la justicia y la misericordia, van juntas o no van a ninguna parte.
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