Jesucristo es el rostro más esplendido de la misericordia del Padre, y Él ha tenido en los santos y mártires los seguidores más fieles. El pasado 21 de enero, el Santo Padre Francisco reconoció que el sacerdote checo Engelmar Unzeiting vivió en su vida y en su muerte la misericordia; lo reconoció oficialmente como mártir, y lo proclamó “Mártir de la Misericordia”.
El padre Engelmar, teniendo 30 años de edad y dos de sacerdote, fue arrestado por denunciar los agravios a la dignidad humana que cometían los nazis, especialmente en contra de los judíos, y fue enviado al campo de concentración de Dachau, donde se significó por compartir su comida con los presos más necesitados, y donde ante una epidemia de fiebre de tifoidea, que asoló el campo de concentración, él se ofreció con otros 19 sacerdotes a cuidar a los enfermos.
Él siempre cumplió el lema de su vida: “si nadie más va, ¡yo voy!”, y prodigándose como solicito enfermero de cuerpos y almas, él mismo se infectó de la enfermedad y murió a causa de ella, dejando un vivo testimonio de amor misericordioso. Él sufrió la muerte, pero por su oblación, él se ha incorporado a Cristo resucitado.
Nosotros, como discípulos y misioneros de Cristo, el Buen Samaritano, somos invitados en el tiempo festivo de la Pascua, donde la liturgia nos convoca a la vida nueva, a tratar de obrar misericordiosamente, en sintonía con nuestro Dios, el cual no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos… Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos, los unos con los otros” (Misericordiae vultus 9).
Es necesario abrir nuestros ojos y nuestro corazón para captar las necesidades, las angustias, los sufrimientos, las enfermedades de los demás; debemos abatir la indiferencia y la frialdad, y suscitar la sensibilidad, especialmente el compromiso con los que más padecen.
Escuchemos la convocatoria del Papa Francisco: “en este año santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo de hoy!… Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad” (Misericordiae vultus 15).
Que como el padre Engelmar, que como Cristo, nos donemos, entreguemos nuestras personas al bien de los demás. Que no vivamos solos para nosotros mismos, sino para Dios y para los demás, pues la vida propia alcanza su máxima realización en la solicitud por el bien ajeno, pues “nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
La resurrección del Señor, ha vencido la muerte, el pecado, el mal de este mundo, vivamos en íntima comunión con el Resucitado, y con su fuerza venceremos el mal con el bien de nuestra vida digna, fraterna, responsable, misericordiosa, y daremos nuestro generoso aporte para mejores hogares, para más adecuados trabajos, y para una sociedad más configurada en el plan de Dios.
Les deseo a todos felices pascuas de Resurrección.
@voxfides
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