Como hemos venido comentando, son muchas las veces en que el Papa Francisco se refiere a Santa María de Guadalupe en los diferentes discursos que pronuncia en su visita a México, pero es en la Basílica de Guadalupe donde, sobre todo, aprovecha el mensaje de “la señora del cielo” (como le diría Juan Diego) para mostrarnos que somos privilegiados al haber recibido en este suelo a María:
“María, la mujer del sí, también quiso visitar los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio san Juan Diego. Así como se movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran Nación. Así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten «que no valían nada» (cf. Nican Mopohua, 55). Esta elección particular, digamos preferencial, no fue en contra de nadie sino a favor de todos. El pequeño indio Juan, que se llamaba así mismo como «mecapal, cacaxtle, cola, ala, sometido a cargo ajeno» (cf. ibíd, 55), se volvía «el embajador, muy digno de confianza»” (SS Francisco, México, febrero 206).
El Papa nos recuerda la gran distinción que tenemos como Nación que nace gracias a la presencia de ella, Santa María de Guadalupe en estas tierras, ya que antes de su aparición había una gran división de pueblos con muchas diferencias por lo que no se podía considerar como Nación, y es hasta que se hace presente Ella, que empiezan a desaparecer esas diferencias, dando como fruto un pueblo con unidad de lengua, de cultura y religión, que ya se puede definir como una Nación.
El Papa resalta también la sencillez o pequeñez de Juan Diego, que siendo pequeño a los ojos de los hombres, es “digno de confianza” ante María y ante Dios para llevar su mensaje al Obispo y después a todos los indios que se acercan a escuchar el relato del Acontecimiento Guadalupano. Posteriormente nos habla de la esperanza que, como Juan Diego el pequeño, el necesitado, tiene nuestro pueblo sufriente:
“En ese amanecer Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos. En ese amanecer, Juanito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada —con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre— le dice: no, que él sería su embajador”(íbid).
A continuación, igual que lo hizo en su momento SS Pablo VI en la inauguración de la nueva Basílica en 1976, nos recuerda la tarea de construir ese templo espiritual que es una nueva sociedad donde reine el amor y la justicia:
“Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas. El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones… El santuario de Dios son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse. El santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos…” (íbid).
Evidentemente, el Papa, nos recuerda que todos estamos llamados a construir ese nuevo templo, esa nueva sociedad donde cada uno tiene algo que hacer, donde nadie es pequeño para construir desde el santuario de la vida que tan atacada está hoy, hasta el santuario de las comunidades y sociedades ordenándolas de acuerdo al mensaje evangélico que, también, tanto necesitan para edificar una sociedad ordenada, que busque el desarrollo de la persona en lo individual y en lo social. Este es un mensaje recurrente de los últimos Pontífices, llamando a los laicos a trabajar desde nuestra posición particular para construir un mundo más justo, un mundo que edifique estructuras de justicia y de paz que facilite el desarrollo y el perfeccionamiento del ser humano. Este es todo un proyecto que nos debería entusiasmar desde nuestra posición como cristianos comprometidos y responsables en una comunidad concreta: México. La atención de la problemática social, el trabajo por una sociedad más justa, debe ser consecuencia natural de la vida de un cristiano que desde la caridad se despoja de su egoísmo y sale, cual Quijote, a buscar a quien ayudar, esta es la característica por la cual nos deberíamos distinguir los cristianos, por la negación a nosotros mismos y seguir a Cristo en la persona de nuestros semejantes.
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