El poder de la mentira

Vivimos en un mundo que se preocupa escasamente por la verdad y tiene poca capacidad de reacción frente a la mentira. Nos gusta vivir de mentiras amables, en vez de afrontar las duras, difíciles y dolorosas consecuencias que pudiese tener la verdad. La mentira nos sirve de excusa para satisfacer nuestros caprichos, y una mentira bien urdida tiene apariencia de verdad.

Los ardides inventados por nuestro deseo aparecen como exigencias de la “verdad”. Eso nos mueve a modificar la realidad, pero una vez descubierta la superchería, el engaño, ya no hay voluntad ni capacidad de rectificar. Nos entregamos totalmente al error, prefiriendo mirar a otro lado. La complicidad es manifiesta. Algunos ejemplos del doloroso poder de la mentira en nuestro mundo, es decir, de mentiras que tuvieron éxito en su momento, modificaron la realidad, pero una vez descubierto el error, ya no hubo voluntad de volver sobre los propios pasos.

Quizá el más doloroso, por sus funestas consecuencias, sea la mentira que está en la raíz del caso Roe vs Wade, cuya sentencia abrió la puerta al aborto en Estados Unidos, y de allí, cual moda maldita, se extendió a casi todo el mundo. “Roe” (Norma L. McCorvey) dijo que fue violada y obligada a dar a luz. Ganó el caso y ello ocasionó que, por vía judicial, se permitiera el aborto en Estados Unidos. Pero en realidad Roe no fue violada, de hecho fue utilizada, como ella misma reconoció tardíamente por el lobby abortista. Cuando rectificó su error, y pasó a engrosar la causa provida, nadie mostró interés en escuchar su historia, o si lo hacían, ninguno pensó que podía declararse inválida una sentencia emitida sobre la base de un engaño.

Otro ejemplo del poder de la mentira ha sido la “normalización” de la situación homosexual. Llegar a una situación donde la sociedad considera el ser homosexual o heterosexual equivalente a elegir entre el helado de fresa o el de chocolate, es decir, una elección banal, objeto exclusivo de la libertad de los individuos, ha requerido una intrincada red de mentiras, algunas de las cuales han salido a la luz. 

Primero era preciso hacer ver que las personas homosexuales son mucho más numerosas de lo que se pensaba. El responsable de difundir tal mito fue el informe Kinsey (1948), donde se afirmaba que aproximadamente el 10 % de las personas lo son. Con el tiempo salió a la luz que los datos de la encuesta no habían sido tomados aleatoriamente, sino más bien en grupos de fuerte presencia gay. En cambio, estudios serios realizados por el departamento de salud norteamericano (National Epidemiologic Survey) señalaban que en el 2005 sólo representaban el 1.4 % de la población estadounidense. En 2016, en Gran Bretaña, país marcadamente liberal y “gay friendly” constituían sólo el 1.3 %.  

Sobre el mismo tema, el responsable de eliminar a la homosexualidad del Manual de Enfermedades Psiquiátricas de la APA (Asociación Psiquiátrica Americana), el Dr. Spitzer, reconoció su error, pues nunca se ha hecho ciencia con base en la democracia (lo que nos parece bien a todos), sino sobre la evidencia empírica, y no hubo una investigación seria que motivara a eliminar la homosexualidad de los trastornos psiquiátricos. Más tarde publicó un estudio donde documentaba 200 casos de personas que había tratado de homosexualidad y volvían a ser heterosexuales. Nuevamente silencio, a nadie le importó.

Pionero en la ideología de género (señalar que las diferencias entre mujer y hombre son sólo los órganos genitales, siendo todo lo demás una construcción cultural) fue el doctor Money, quien realizó la operación que cambió de sexo a Bruce, un bebé que pasó a llamarse Brenda y a ser “educada” como tal. Pero “ella” no se encontró nunca contenta con su nueva situación. Cuando en su adolescencia se le reveló la verdad, volvió a ser operado y recibir hormonas para ser David. Sin embargo, el daño que sufrió su psique fue demasiado fuerte y terminó suicidándose.  Alevosamente se ocultó el fracaso del triste experimento, presentándose, por el contrario, como un gran éxito.

Esta falsa prueba “demostraba” la ideología de género y “justificaba” la operación de cambio de sexo. Intervención que en algunos lugares es gratuita, pudiendo acceder a ella un menor de edad, incluso sin el consentimiento de los padres. Que estas personas sean 20 veces más propensas al suicidio, y que los niños con confusión de identidad sexual la regularicen al final de la adolescencia (88 % en las niñas, 98 % en los niños), no importa. La mentira puede más.

 

 

@voxfides

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