Inicio de la cuaresma

El Primer Agricultor. Para el inicio de la Cuaresma

1) Para saber

Cuando San Juan Pablo II eligió arzobispo de París a Jean-Marie Lustiger en 1981, le preguntaron cuál era el punto más importante de su plan pastoral para la diócesis que el papa le había confiado. La respuesta fue sencilla y para alguno quizá sorprendente: “El punto central del plan pastoral es la conversión del propio Obispo”.

En efecto, todos requerimos de una continua conversión. La Cuaresma, dice el papa Francisco, es un “tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado”. Para ello nos propone reflexionar la exhortación de san Pablo: «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo» (Ga 6,9).

El primer agricultor es Dios mismo, que generosamente sigue derramando semillas de bien, dice el papa. Y nosotros, estamos invitados a ser colaboradores de Dios sembrando el bien.

2) Para pensar

Podemos recordar el conocido “Cuento de los dátiles”.

Se cuenta que, en un oasis del desierto, se encontraba el anciano Eliahu de rodillas. En eso llegó su amigo Hakim, un rico mercader, que lo vio muy cansado cavando en la arena. Le preguntó qué hacía agobiado por el intenso calor del desierto. “Estoy sembrando”, le contestó. “¿Y qué siembras, Eliahu?”. Señalando a su alrededor contestó: “Dátiles”.

Hakim se sorprendió: “Pero ¡cómo! El calor te ha dañado, amigo. Deja eso y vamos a beber una copa de licor. Además, tienes más de ochenta años, y lo más probable es que nunca llegues a probarlos. No podrás cosechar lo que hoy siembras”.

Pero Eliahu respondió: “Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró. Ahora yo siembro, para que otros puedan comer mañana los dátiles”. Sorprendido dijo Hakim: “¡Me has dado una gran lección, Eliahu! Deja que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza”. Y le dio una bolsa de cuero con monedas.

“Te lo agradezco. Ya ves que decías que no llegaría a cosechar frutos y, sin embargo, ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo”. Hakim, asombrado por su sabiduría, le regaló otra bolsa de monedas de oro para demostrarle su agradecimiento.

El anciano le dijo que así era la vida: Él había sembrado sin pensar en sí mismo y ya había recibido frutos dos veces, sin contar con los dátiles que se obtendrían en el futuro. Entonces Hakim se despidió: “Me voy, no sea que si sigues hablando y no me alcance mi fortuna para pagarte”.

El que sólo piensa para sí mismo reduce su horizonte. Pensar en otros, ensancha el corazón.

3) Para vivir

La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen en el poseer, sino en el dar; no en acumular, sino en sembrar el bien y compartir.

Así las buenas obras darán su fruto: en nosotros mismos y en nuestras relaciones cotidianas, llevando el perfume de Cristo al mundo. Porque en Dios no se pierde ningún acto de amor, por más pequeño que sea. Sembrar el bien para los demás implica una gran nobleza y nos libera de las estrechas lógicas del beneficio personal. Además, el fruto más completo será para la vida eterna, será nuestro «tesoro en el cielo».

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