1) Para saber
En su catequesis sobre los mandamientos, el papa Francisco se refirió al primer mandamiento, formulado en el libro del Éxodo: «No habrá para ti otros dioses delante de mí» (Ex 20, 3). El tema de la idolatría sigue siendo actual y llega a muchos, incluso hay quienes no son conscientes de ser idólatras.
El mandato prohíbe hacer ídolos de todo tipo de realidad, en usar cualquier cosa como ídolo, pues «la idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo… Consiste en divinizar lo que no es Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2113).
Se hace un dios de algo cuando se pone en el centro de la propia vida. Hoy en día el mundo ofrece el «supermercado» de los ídolos, que pueden ser objetos, imágenes, ideas, dinero, cargos… Entonces se convierte en algo absoluto e intocable, más importante que un cónyuge, que un hijo, que una amistad o que el mismo Dios.
2) Para pensar
El papa Francisco recordaba que una vez fue a una parroquia en la diócesis de Buenos Aires para celebrar una misa y como después tenía que hacer las confirmaciones en otra parroquia a un kilómetro de distancia se fue caminando. Atravesó un bonito parque. Pero en ese parque había más de 50 mesas cada una con dos sillas y la gente sentada una delante de otra. ¿Qué hacían? El tarot. Iban ahí «a rezar» al ídolo. En vez de rezar a Dios que es providencia del futuro, iban ahí porque leían las cartas para ver el futuro y es una idolatría.
Los ídolos nos roban el verdadero amor. El apego a un objeto o a una idea nos hace ciegos al amor. Y por ir detrás de un ídolo, podemos incluso renegar del padre, la madre, los hijos, la mujer, el esposo, la familia… lo más querido.
El papa Francisco nos pregunta: “¿Cuántos de ustedes van a que les lean las cartas o lean la mano para ver el futuro, en vez de rezar al Señor? ¿Cuántos ídolos tengo? ¿Cuál es mi ídolo? Y nos invita a quitarlo y tirarlo por la ventana.
3) Para vivir
La palabra «ídolo» en griego deriva del verbo «ver». Un ídolo es una «visión» que tiende a convertirse en una fijación, una obsesión. Los ídolos exigen un culto: a ellos hay que postrarse y sacrificar todo. Así como en la antigüedad se hacían sacrificios humanos a los ídolos, también hoy exigen sacrificios: como la diosa de la propia profesión que exige se sacrifiquen los hijos, descuidándoles o simplemente no queriendo tenerlos. O también la belleza puede convertirse en diosa y pide todo nuestro tiempo y dinero, demasiadas horas delante del espejo o en el gimnasio. No es malo maquillarse o hacer ejercicio, pero de forma normal, no para convertirla en una diosa. La diosa de la fama pide a veces la inmolación de la propia inocencia y autenticidad. El dios del dinero roba vidas o el dios del placer lleva a la soledad. Algunas empresas sacrifican vidas humanas para mayores utilidades. El dios de la propia afirmación pide vivir en la hipocresía. También la droga es un ídolo, y arruina vidas, destruye familias. Los dioses prometen felicidad y vida, pero no las dan, en realidad la quitan. En cambio, el Dios verdadero no pide la vida, sino que la dona. Solo el Dios verdadero nos enseña a amar y no pide hijos, sino que dona a su Hijo por nosotros.
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