El testimonio más noble

La Santísima Virgen María, la predilecta de Dios, y quien nos muestra el camino a la paz, debería ser venerada y admirada no sólo por quienes la amamos, sino darla a conocer a todos, con un propósito práctico aplicado a la vida de cada persona.

En México, nuestra Señora, la Virgen de Guadalupe, es visitada en peregrinaciones a lo largo del año, y en especial, el 12 de diciembre. Tumultos de feligreses acuden a la Basílica y a todos los templos a darle gracias y a orar junto con ella para que, intercediendo por nosotros, haga llegar nuestras plegarias de adoración, de perdón y de súplica a nuestro Dios Santísima Trinidad.

Así como en nuestro país es venerada la Virgen María, en su advocación de Guadalupe, así lo es también en el Continente Americano y por varios católicos del mundo.

Pero es necesario decir que no basta con manifestar la fe por un día, pues esto no produce un cambio real en nuestra vida.

El verdadero amor a la Santísima Virgen María consiste en conocerla más a través de la oración, como cuando en el Magníficat que se encuentra en el Evangelio de San Lucas (1, 46-48) Ella, dirigiéndose a Dios, le dice: “Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto sus ojos en la pequeñez de su esclava”.

María primero alaba, es decir, reza a Dios, y después se alegra, pues se reconoce humilde ante Dios; y como consecuencia, después nos enseña cómo fue servicial con su prima Isabel y con quienes tuvo a su alrededor.

Si queremos una sociedad más tranquila, segura, pacífica, donde nos amemos como hermanos en Jesucristo, debemos imitar diariamente la enseñanza de quien es la humilde entre los humildes, o sea, despojarnos del orgullo, estar dispuestos a dar no simples monedas, sino auxilio material y acercamiento espiritual hacia Dios, a todo aquel que se cruce a diario en nuestro camino.

¡Adoremos a Dios y veneremos a la Virgen María orando el Santo Rosario!

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