Pregunta Roberto, alumno de filosofía, “¿Padre, en el Cielo perderemos la libertad? Pues ya no podremos no elegir a Dios, no podremos elegir algo distinto de Dios, no seremos libres”. Debo reconocer que de momento me dejó frío la pregunta, no se la pude responder. Tenía dos cosas claras, pero no sabía explicar cómo se conjuntaban: que en el Cielo no perdemos la libertad, y que en el Cielo no podemos no elegir a Dios. El misterio era: conservábamos la libertad y perdíamos la capacidad de elegir. Me sonaba un poco absurdo, a un círculo cuadrado, algo contradictorio. Meses después escuché una conferencia del Dr. Ángel Rodríguez Luño, que me esclareció bastante la cuestión. Sirvan estas líneas como respuesta tardía a Roberto, pues en su momento no se la pude ofrecer.
La clave de la cuestión es tomar como punto de referencia la libertad de Dios. En Dios, por ejemplo, la procesión del Espíritu Santo, es decir, la procesión del Amor en Dios, es necesaria y libre al mismo tiempo. El Amor no puede sino ser libre, el Espíritu Santo, Amor subsistente entre el Padre y el Hijo procede con necesidad de Ellos y es libre.
Esto, que pareciera muy abstracto, tiene su lógica y su aplicación en nuestra vida corriente. Podría expresarse con la pregunta, ¿la inteligencia artificial eliminará nuestra libertad? Es decir, ¿el Waze me quita la libertad? Pareciera que la libertad estaría afincada en nuestra capacidad de equivocación, en la limitación de nuestro conocimiento. Porque somos libres podemos elegir, porque somos libres, podemos hacer el bien y el mal. ¿Pero qué pasa cuando tengo certeza de lo mejor? Nadie me obliga a seguir la ruta señalada por el Waze, pero la sigo porque sé que es la mejor, la más rápida. Conforme la inteligencia artificial vaya avanzando, cada vez serán menos frecuentes nuestras decisiones, pues si tenemos sentido común, seguiremos lo que nos indique la IA.
Pero hay algo viciado en esta visión de la libertad. Pues liga necesariamente libertad e imperfección. Pero si Dios es perfecto y es libre, algo no concuerda. Si la libertad es “signo eminente de la imagen divina en el hombre”, algo debe estar mal. O si no, el mundo feliz al que nos encamina la inteligencia artificial, será feliz precisamente porque no será libre. Pero todos tenemos la experiencia de que, sin libertad, no somos felices.
La clave del “nudo gordiano”, que resuelve la aporía de la libertad tanto en Dios como en el Waze, está en replantear su noción. Más que en la capacidad de elegir –que también lo es-, la libertad estribaría en la afirmación del bien. Más que en la elección estaría en la libre afirmación del bien. Cuando elijo el camino señalado por el Waze no pierdo la capacidad de irme por otra ruta, pero escojo esa por ser la mejor. Análogamente, cuando en el Cielo elijo a Dios, afirmo libremente ese bien, que es Dios; la diferencia es que, al saturar mi capacidad de bien, es decir, de lo que justifica mi elección, ya no tengo posibilidad de elegir otra cosa; a diferencia del Waze, pues éste no es el bien absoluto, sino uno parcial.
Tanto la teología como la inteligencia artificial nos conducen a la misma conclusión. La libertad es capacidad de elegir, pero no es eso primordialmente. Fundamentalmente es afirmación del bien, porque es bueno. Así encuentra su sentido la libertad, que está hecha para el amor y no para el pecado, aunque gracias a la libertad puedo pecar. Su plenitud, sin embargo, no está en el pecado, ni en la carencia de información adecuada, sino en el amor al bien. Más grande es la libertad cuando el objeto de su amor es más elevado, llegando a ser absoluta, cuando el objeto de su amor es Dios.
Esto tiene consecuencias prácticas en la vida ordinaria. Pues me induce a que libremente escoja lo mejor, porque es bueno. A que busque hacer las cosas amando, pues así doy plenitud a mi libertad, a que busque a Dios como mi sumo bien, y no caiga en la falacia de hacer el mal justificándolo en mi libertad. La libertad se pierde, en efecto, por el pecado, porque engendra el vicio. Lo que libremente elegí mal, termina por arrebatarme la libertad. Cuando elijo libremente el bien, consolido mi libertad.
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