En busca del “chaperón” perdido

El 14 de febrero, “Día del Amor y la Amistad”, “Día de los novios” –como tantas otras realidades en nuestro mundo–, se ha ido comercializando a la par que empobreciendo.

El amor, una realidad sublime, termina por ser un producto del mercado, ocasión de enriquecimiento de algunos cuantos, mientras se va consolidando una auténtica crisis de identidad sobre lo que realmente significa.

Hay pocos puntos de referencia que nos muestren un contenido verosímil de lo que es realmente el amor y otro tanto sucede con la amistad.

Por ello, es bueno mirar la experiencia positiva de nuestros mayores. No siempre el cambio por el cambio es algo bueno. Innovar es atractivo, pero siempre que sea para mejorar, para alcanzar una cierta plenitud de vida, no para entorpecerla o confundirla.

En este sentido, sería muy bueno rescatar el romanticismo de nuestros abuelos, que le daba un halo de magia, de misterio, de encanto, a la relación humana.

La banalización de la sexualidad ha producido paralelamente una banalización del amor. Uno no tiene más que asomarse a las redes sociales –verdaderos espejos de nuestra cultura real–como tantas otras realidades en nuestro mundo– para darse cuenta de ello. Rápidamente se cae en lo burdo y zafio, pensado que al fin y al cabo, eso es todo y sólo lo que se busca.

Los “memes” en ese sentido vienen a catalizar esa especie de saber popular, que para bien o para mal, refleja el sentir de un pueblo. Dos “memes” nos pueden servir como referencia para enfocar el tema. En uno de ellos se preguntaba: “¿Por qué el matrimonio de mis abuelos duró tantos años? Porque antes las cosas se reparaban, no se tiraban a la basura”. Por contraste –con perdón adelantado, como tantas otras realidades en nuestro mundo– otro meme puede expresar el triste empobrecimiento de las relaciones que ahora experimentamos: “Si lo nuestro fuera amor, te traería bombones. Como no es más que sexo, compra tú los condones”. Sobran comentarios.

Parte de esa sabiduría antigua –que permitía no ir tan rápido, sino vivir intensamente, y por tanto valorar cada etapa, de forma que no se quemaba el amor ni se desperdiciaba la relación, sino que se enriquecía–, es la figura del “chaperón”, considerada mojigata y ridícula por muchos. Pero aquellos que la desprecian, frecuentemente son los mismos para quienes el amor viene a ser un pretexto para el sexo, prefiriéndose así la parte al todo, lo que indudablemente supone empobrecimiento.

En el RAE aparece la voz “chaperón”, ciertamente propia de algunos países latinoamericanos, donde se define como: “Persona que acompaña a una pareja o a una joven como carabina”. Es decir, el típico hermanito que acompañaba a la novia cuando salía con su novio o enamorado, y al que el novio invitaba un helado en el cine, para ganarse la amistad de la familia política. Era el seguro que cortaba de antemano esa malicia que todos llevamos dentro (o, si no todos, muchos), permitiendo así no adelantar pasos e idear otras formas, impregnadas por eso mismo de romanticismo, de expresar el cariño, el afecto, la admiración.

Ahora puede parecer un imposible, casi como querer volver a usar sombrero de bombín y chaleco, y sin embargo, si no es la figura del “chaperón”, es preciso algún sucedáneo que lleve a no ir demasiado aprisa, a vivir intensamente cada momento, y a enriquecer la personalidad y la relación con formas nuevas, ingeniosas, románticas de expresar el amor.

Con “chaperón” o sin él, es muy importante que la relación del noviazgo recupere su auténtica identidad. Que sirva como escuela del auténtico amor, del que resiste la prueba del tiempo, del que sabe esperar, y no sea el lugar del egoísmo, del sentimiento intenso pero fugaz y efímero, que nos deja recluidos en la más profunda soledad, e impide una auténtica comunión espiritual por precipitar la unión corporal. En ese sentido, con el deseo de rescatar el más genuino romanticismo, ya no con chaperón, sino a través de YouTube, está la provocadora campaña: “Quiero hacer el amor contigo… pero sólo contigo”, que vale la pena ver y sobre todo, reflexionar. El pensamiento puede así encauzar correctamente la vorágine de la pasión.

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